Con toda su vida Jesús nos ha enseñado la lógica del servicio, la preferencia por el último lugar. Es la posición óptima para transformar la aparente derrota en una victoria no egoísta ni efímera, sino compartida y duradera.

Alcohólico
Conociendo la tragedia que vivían nuestras dos familias debido al alcohol, con mi novio había hecho un acuerdo claro. Él me juró que estaba comprometido. Por algunos años las cosas fueron bien. Pero cada tanto afloraban sospechas, algunas faltas en la economía, algún retardo injustificado… El auténtico drama no fue descubrir que desde siempre él había sido alcohólico, sino que nosotros, esposa e hijos, no habíamos podido sacarlo de ese círculo. Me sentí humillada. Cuando hablé del asunto con mi párroco, aun reconociendo la gravedad de un engaño que se había prolongado durante años, me preguntó si, por el bien de mis hijos, estaba dispuesta a volver a empezar. No sola, la comunidad me habría sostenido. Con una fuerza que en algunos momentos era heroica, me quedé al lado de mi marido, lo convencí que aceptara hacer el proceso de desintoxicación, lo apoyé en las crisis de abstinencia. Pasaron dos años. La familia resintió fuertemente estos sacudones, pero en mí y en mis hijos creció una fuerza nueva. La vida de cada día se ha vuelto un don maravilloso.
(J.K. – Rumania)

Refugiados
La guerra en Ruanda nos quitó todo: la casa y algunos parientes. De Kigali nos transferimos a mi pueblo natal, después tuvimos que irnos a otro campo de refugiados, llevando con nosotros sólo pocas cosas, entre las cuales el ajuar para nuestro hijo que tenía que nacer. En el campo había una marea de gente desesperada y en la miseria. Después de que llegaron algunas religiosas, me ofrecí como voluntario para ayudar en los primeros auxilios. Me confiaron el servicio social, pero no había medios, ni nada para dar a los refugiados.
En medio de un grupo de huérfanos había un niño de siete años, que había quedado separado de la familia. La madre lo encontró después de muchos días de caminar, pero había llegado al campo exhausta. A mí me quedaban 300 francos, más o menos un dólar, era una fortuna. Yo tenía necesidad, pero ella tenía más que yo. Se los di, convencido de que Dios habría pensado también en mi gente; así ella pudo comprar comida y una pequeña cabaña para protegerse. Poco después encontré a mi hermana mayor, quien desde hacía tres días giraba por el campo buscándonos, me traía 1000 francos.
(C.E. – Ruanda)

Cicatrices
No era fácil saber cómo tratar a Marta, nuestra cuarta hija, que nos había sido confiada por el tribunal de menores. En ella había un rechazo total al sufrimiento después de un accidente que le había dejado en su cuerpo cicatrices que ella escondía a todos como si fueran una marca de la infamia. Sólo con amor paciente, diálogo y la colaboración de todos, en la familia, ella logró superar ese trauma, descubriendo y valorando al mismo tiempo los talentos que tenía. Así, poco a poco, la chica difícil se reconcilió con su cuerpo y con el ambiente que la rodeaba. Con alivio vimos madurar en ella el amor a la vida. Conforme esta experiencia iba adelante, fue posible comunicarle también el valor del dolor. Un día, en cuanto llegó a casa, Marta nos contó que una compañera, que había notado sus cicatrices, había hecho una mueca de desprecio; pero ella, en lugar de quedar mal, se había levantado la manga para mostrarle mejor las marcas, explicándole el origen. Ante lo cual la compañera le había pedido disculpas. Ahora se hicieron amigas.
(O. N. – ltalia)

a cargo de Stefania Tanesini
(tomado de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VI, n.1, enero-febrero 2020)

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