Un camino para estar unidos a Jesús es acoger su Palabra. Ello le permite a Dios entrar en nuestro corazón para que sea “puro”, o sea que esté limpio de egoísmos, apto para dar frutos abundantes y de calidad.

Dar confianza
Era un hombre de unos cuarenta años, con el rostro triste y que se presentaba mal: ropa descuidada y sucia, olor a alcohol y nicotina… No me pidió dinero, sino trabajo, uno cualquiera. Claramente necesitaba ayuda. ¿Qué habría hecho Jesús en mi lugar?  Decidí invitarlo a mi casa pues tenía algunos arreglos que hacer. Antes, él me había contado que acababa de salir de la cárcel y tenía que pagar la libertad condicional, pero no tenía nada. Su esposa lo había dejado. Después, hizo el trabajo que le había pedido  y le pagué. Antes de llevarlo al sitio en donde pasaba la noche, me preguntó si tenía alguna otra tarea para proponerle.  Hablé con algunos amigos y le encontramos otros trabajitos para que hiciera. Volvió varias veces. Mientras tanto crecían la confianza y el respeto recíproco. Después de un mes, lo dejamos de ver. Yo temía que hubiese regresado a la cárcel. Pero un día, me llamó por el celular: “Gracias por todo lo que has hecho por mí, por la confianza que me diste, Conseguí pagar la libertad condicional y comprarme un celular. Ahora tengo un trabajo fijo. ¡Estoy muy feliz!”.
(A. L. – Estados Unidos)

Eso en lo que creo
Soy peluquera y hago servicios a domicilio. Un día una joven señora, que se había casado hacía poco tiempo, me llamó diciéndome que esperaba un hijo.  Triste, me confió que quería divorciarse porque la suegra le hacía la vida imposible. La escuché largo y tendido, y le aconsejé que esperara.  A los pocos días me llamó la suegra porque quería cortarse el pelo, ella también.  Y enseguida me habló muy mal de la nuera.  “¡Qué raro – le respondí -, justo hace dos días fui a su casa y la oí decir sólo cosas muy bonitas de Usted…”.  Cuando volví a ver a la nuera, le dije: “Su suegra me habló muy bien de Usted, se ve que la quiere mucho…”.  Algunos días después la familia se encontró con ocasión de una fiesta. Suegra y nuera se volvieron a ver después de meses y fue un momento muy bueno, como ellas mismas me contaron. Me agradecieron: “¿Quién te enseña las cosas lindas que nos cuentas?”. Entonces pude explicarles aquello en lo que creo: ese Evangelio que enseña a ser instrumentos de paz.
(F. – Pakistan)

Casi como un juego
Mi marido y yo habíamos notado en nuestros hijos un escaso conocimiento de las bases de la fe cristiana.  Nos preguntamos entonces: ¿Y si hacemos una especie de curso de catecismo en la familia?  Empecé yo con Maria, Jutta y Ruben, esforzándome para que los conceptos fueran simples y que hicieran referencia a la vida cotidiana. Más tarde se agregaron Jeroen y Rogier, Rose y Michel…  Nació de allí una experiencia original, divertida y motivadora también: consistía, de hecho, en preparar todas las semanas como una clase que alguno de los niños escribía en el ordenador y luego multiplicaba, mientras que otro preparaba simpáticas carpetas para guardar los apuntes. Nuestros hijos estaban tan entusiasmados que, a menudo, espontáneamente invitaban a sus amigos a que vinieran.  Se agregaron otros. Cuando afrontamos el tema de los sacramentos, tuvimos la confirmación de cuán poco los habían entendido antes, mientras que ahora se han vuelto la riqueza de nuestra vida de fe.  Y este curso de catecismo que nació casi como un juego sigue adelante…
(P. W. – Holanda)

 Recogido por  Stefania Tanesini

 (extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VI, n.3, abril-mayo de 2020)

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