La historia de Ofelia, quien migró junto a su familia de Venezuela a Perú, y está comprometida junto a la comunidad de los Focolares a ayudar a sus connacionales en dificultad, ahora agravada por la pandemia.

En el contexto de la campaña solidaria que como Movimiento de los Focolares llevamos adelante con los migrantes venezolanos en Perú, en este período tenemos que encontrar nuevas estrategias para llegar hasta sus casas.

Constatamos que más que cualquier cosa tienen necesidad de ser escuchados. A veces no es fácil porque no se trata de una o dos familias sino de tantas y aumentan todos los días. La Palabra de vida del mes me ayuda porque me impulsa a ir hacia el hermano recordando que en cada uno encuentro a Jesús mismo.

Una mañana me llamó una mujer venezolana y llorando me contó de su hija. Tenía que dar a luz en los próximos días pero la estaban desahuciando. La escuché durante una hora hasta que se calmó. Quería decirle algo, pero después pensé: “Sólo tengo que amarla, ella tiene necesidad de desahogarse”. Al final me dijo: “Bien, me pude descargar”. A ese punto pude orientarla para que buscara la ayuda que necesitaba.

Creía que durante la cuarentena nuestro compromiso a favor de los migrantes se habría detenido, en cambio ha sido todo lo contrario. Por ejemplo el trabajo que llevamos adelante con la CIREMI (Comisión Interreligiosas para los Migrantes y los Refugiados), nos ha comprometido bastante y ha sido la ocasión para conocernos más. De esta comisión forman parte algunos religiosos escalabrinianos, cristianos de distintas denominaciones, la Comunidad Judía, algunos musulmanes, una religiosa católica y nosotros de los Focolares.

Mientras nos preguntábamos como apoyar a los más vulnerables empezaron a llegarnos solicitudes de ropa y cobijas. No pudiendo salir mandamos con un taxi la ropa que nos había donado la comunidad de los Focolares de Lima, hasta un punto de la ciudad donde podían ir a recogerla. Y precisamente en el momento justo llegó también ropa para bebés para dos familias con niños recién nacidos. Con las cobijas que llegaron de ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados), un ente con el cual hay una estrecha colaboración, logramos cubrir otras necesidades.

Es sorprendente ver cómo llega lo que las personas nos piden, ¡a Dios no se le escapa nada!

Un día me llamó por teléfono Carolina, dirigente de la Comunidad Judía, y me comunicó que algunas familias judías que se estaban yendo a Israel y le habían dejado ropa y otros objetos. Cuando ella supo que nuestro Centro recoge estos objetos para los venezolanos, se puso feliz porque no sabía a quién dar lo que tenía en el depósito. No sólo, ella misma quiso pagar el taxi para mandarnos todo.

Durante la llamada telefónica empecé a interesarme en ella, le pregunté por sus gemelas y nació una conversación que me hizo venir a la mente un párrafo de la Palabra de vida: “Es una amistad que se convierte en una red de relaciones positivas que tienden a hacer realidad el mandamiento del amor recíproco, que construye la fraternidad”. En el intercambio con esta hermana judía advertía que esto se realizaba entre nosotros.

Es bello ver que la fraternidad es contagiosa, porque después las personas a las que les enviamos la ropa y las cobijas nos envían fotos y nos escriben: “Mi vecina tenía necesidad de ropa y compartí con ella una parte de lo que me mandaron”. Se crea así una cadena y todos piensan en las necesidades del otro y de este modo la fraternidad va adelante también durante la cuarentena.

de Ofelia M. recogida por Gustavo Clariá

1 Comment

  • Hermoso ver concretamente el amor de Dios, que está pendiente de sus hijos asistiendo les con su providencia, en Ofelia y todas estas personas generosas veo las manos de Dios. Gracias por compartir esta experiencia esperanzadora.

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