Estar confinados ha puesto a menudo a prueba nuestra caridad. De hecho, no es fácil vivir encerrados en casa, codo a codo con los otros. Cuando estamos muy cerca, tocamos los límites unos de otros y esto nos exige un «plus de amor» que se llama «soportar». Es reconfortante saber que también Chiara Lubich encontró este tipo de dificultades en su vida comunitaria.        

(…) Estos días he ojeado un libro que (…) se titula El secreto de Madre Teresa, de Calcuta por supuesto. Lo abro por la mitad, donde habla de la «mística de la caridad». Leo este capítulo y otros. Me enfrasco con mucho interés en esas páginas: todo lo que se refiere a ella −que pronto proclamarán santa− me interesa personalmente. Durante años ha sido una amiga muy valiosa.

Veo patente, luminosa, la radicalidad extrema de su vida, de su vocación totalitaria, que impresiona y casi asusta; pero sobre todo me empuja a imitarla en el compromiso específico, radical y totalitario que Dios me pide a mí. (…)

Movida por esta convicción, tomo en mis manos nuestro Estatuto, convencida de que allí encontraré la medida y el tipo de radicalidad de vida que el Señor quiere de mí. Lo abro e inmediatamente, en la primera página, siento un pequeño sobresalto espiritual, como un descubrimiento de ese momento (¡y hace ya casi 60 años que lo conozco!). Se trata de la «norma de las normas, la premisa de cualquier otra regla» de mi vida y nuestra vida: generar –así lo expresaba el papa Pablo VI– y mantener primero y ante todo (…) a Jesús entre nosotros con el amor recíproco. (…)

Inmediatamente propongo vivir esta norma, mientras tanto en mi focolar y con los que tengo más cerca. Pero ya lo sabemos: «El que esté sin pecado, que arroje la primera piedra»[1]. Tampoco en nuestra casa todo es siempre perfecto: una palabra de más, mía o de las otras, un silencio excesivo, un juicio, un pequeño apego, un sufrimiento mal soportado…, cosas que sin duda hacen que Jesús se sienta incómodo entre nosotras, cuando no impiden su presencia.

Comprendo que debo ser yo la primera en dejarle espacio, allanándolo todo, colmándolo todo, sazonándolo todo con la máxima caridad; todo −en las demás y en mí− «soportando», palabra ésta que en general no usamos, pero que el apóstol Pablo aconseja vivamente.

Soportar no es un tipo de caridad cualquiera. Es una caridad especial, la quintaesencia de la caridad.

Comienzo, y no me va mal; ¡funciona!

Otras veces había invitado inmediatamente a mis compañeras a hacer lo mismo. Ahora no. Primero siento el deber de poner todo de mi parte, y da resultado. Y además me llena el corazón de felicidad, quizá porque de este modo Él vuelve a hacerse presente y se queda.

A ellas se lo diré más tarde, pero sin dejar de sentir el deber de seguir comportándome así, como si estuviera sola.

Y siento una enorme alegría al recordar las palabras de Jesús: «Misericordia quiero, no sacrificio»[2].

¡Misericordia! Ésta es la caridad superfina que se nos pide y que vale más que el sacrificio, porque el sacrificio más bello es este amor que también sabe soportar, que en caso necesario sabe perdonar y olvidar. (…)

Esta es la radicalidad, la integridad que se le pide a nuestra vida.

 Chiara Lubich

(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa, 20 de febrero de 2003)

Cf.:“Para ser una pequeña María”, en: Chiara Lubich, Unidos hacia el Padre, Ciudad Nueva, Madrid 2005, pp. 21-24.

[1] Cf. Jn 8, 7.
[2] Mt 9, 13.

2 Comments

  • Le «riflessioni» di Chiara, pur note, scavano dentro l’anuma, rimettendomi davanti a Dio senza «se» e senza «ma». O tutto o…tutto! È solo questa la via x la felicità vera.

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