La historia de Armando, un venezolano que emigró con su familia a Perú. Vivir el Ideal de la unidad en la comunidad de los Focolares, compartir las propias necesidades y experimentar la fuerza de la comunión que atrae la providencia.

Hace tres años, debido a la difícil situación de Venezuela, decidimos emigrar a Perú con mi esposa y nuestros dos hijos. Como ya participábamos del Movimiento de los Focolares en nuestro país, la comunidad de Lima nos encontró un hospedaje temporal para darnos la bienvenida, mientras encontraba un trabajo que me permitiera pagar el alquiler de una casa.

Una persona de la comunidad, sin conocernos, nos ofreció su apartamento durante un mes, mientras iba a visitar a su hijo que vivía en otra ciudad.

En cuanto nos acomodamos nos pidieron que hiciéramos la lista de las cosas que necesitábamos para compartirla con todos. Así empezar llegar abrigos, ollas, platos, cubiertos, comida, pero faltaba un par de zapatos que necesitaba con cierta urgencia…

Al final del mes, como todavía no tenía trabajo, nos mudamos a otro albergue temporal. Fuimos a agradecer a quien, sin conocernos, nos había prestado esa casa. Después de conocernos mejor dijo: “Si puedo ayudarlos con algo más, díganmelo”.  Les dijimos que habíamos hecho una lista y que la única cosa que nos faltaba eran los zapatos. “Sí, vi el anuncio en el chat del WhatsApp”, dijo, “sólo que yo uso el 38…; de todas formas pruébalos (y se quitó los zapatos), si te quedan son tuyos”. Los probé y eran perfectos. Y agregó: “Pero en el anuncio dijiste que necesitabas zapatos deportivos” Fue a la habitación y trajo un par de zapatos deportivos: “Toma también estos”. Fue así como llegaron de providencia los zapatos que sigo utilizando.

Una noche, en una reunión con algunas personas con las que compartimos el ideal evangélico de la unidad, pude experimentar, una vez más, el poder de la comunión, de compartir los propios logros, fracasos, alegrías, necesidades… tomando ejemplo de las primeras comunidades cristianas que “ponían todo en común y entre ellos no había necesitados” (Hechos, 4: 32-36).

Fue un hecho puntual: uno de los participantes contó que dos de sus hijos, en una pelea entre hermanos, dañaron la computadora. Su primera reacción fue la de castigar a sus hijos. Se sentía mal porque ahora no tenían la computadora que usaban para las tareas, justo cuando todo se hace online. Superando la rabia, llamó al técnico para que la reparara. Sin embargo, el técnico vio que no había modo de arreglarla: “el daño no tiene reparación», explicó. Ya calmo, el padre llamó a los hijos, se disculpó por su primera reacción y se recuperó la paz en su familia.

Cuando terminó de compartir lo vivido, uno de los presentes dijo que tenía una computadora que no usaba: “está a tu disposición, veremos cómo hacérsela llegar”.

Para mí fue la enésima confirmación de la fuerza de la comunión. Me pregunté: “¿Si el primero no hubiese compartido su preocupación, cómo habría podido el segundo ofrecer una solución?”.

A veces, estando solos, no sabemos cómo resolver un problema y nos bloqueamos en nuestro dolor; pero si damos el paso de compartirlo en comunión con los demás y sin mas interés que el de generar la comunión con los demás, Dios puede encontrar la solución precisamente a través de quien tenemos al lado.

A.M. Lima, Perú (recogida por Gustavo E. Clariá)

1 Comment

  • Comme je trouve le bonheur quand je peux lire les témoignages des focolari. Merci à ceux qui partagent leurs expériences de vie

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