Como Jesús, nosotros también podemos ir al encuentro de nuestro prójimo sin miedo, ponernos a su lado para caminar juntos en los momentos difíciles o alegres, valorar sus cualidades, compartir bienes materiales y espirituales, alentar, dar esperanza, perdonar.  

El arte de enseñar
Durante la pandemia yo también como mis colegas, impartí mis clases a través de los medios digitales.  Al comienzo todo era novedad y por ende había participación por parte de los chicos, pero con el tiempo algunos listillos encontraron el modo de hacer alguna otra cosa, desinteresándose lentamente de las clases. En esta variedad de respuestas a mi esfuerzo por ellos, traté de no mostrar preferencias o aprobaciones, sino en cambio poner siempre el acento en la responsabilidad personal, algo que en ese tiempo de crisis resultaba claramente más difícil.  El verdadero dilema, sin embargo, fue cuando hubo que evaluarlos, entre otras cosas porque veía claramente que las tareas escritas que me mandaban carecían de originalidad, por no decir que las habían copiado. Un día les pregunté a los mismos alumnos qué habrían hecho en mi lugar.  Fue la ocasión para examinar a fondo si habían participado o no.  Y –ello me conmovió– ellos mismos se juzgaron. Tal vez una lección de vida así nunca la había vivido.
(G.P. – Eslovenia)

Superar las crisis juntos
No pudimos tener hijos y esa “derrota” nos llevó a ambos a concentrarnos en nuestra carrera. Después de 24 años, nuestro matrimonio estaba en crisis. Él parecía esquivarme.  Me di cuenta de que estábamos pasando de un amor de jóvenes a uno de adultos, y decidí que me correspondía a mí dar un primer paso.  Por ello, le pedí que me acompañara a ver a un especialista. Cuando volvimos a casa, él, visiblemente entristecido, confesó que nunca habría imaginado que yo sufriese tanto y me pidió perdón. Le pedí ayuda a Dios, recé. Me pareció oportuno dejar ese trabajo que me llevaba a sobresalir y traté de estar más presente en casa, más afectuosa y comprensiva.  Fue necesaria mucha dulzura y paciencia, pero ahora nuestra relación ha madurado, ya no está vinculada a expresiones que cuando éramos jóvenes nos parecían esenciales. Hoy oigo de él frases impensables años atrás, como: “No podría vivir sin ti”. Somos como dos compañeros de viaje conscientemente caminando en la tensión hacia la realización el plan de Dios en nosotros dos unidos.
(S.T – Italia)

Un nieto adolescente
Durante el período en que los colegios estuvieron cerrados por la pandemia, mi nieto adolescente se volvió más agresivo que nunca. Vivimos en la misma casa y puedo decir que, como abuela, lo crié, poniéndome en el lugar de los padres; lo acompañé también en momentos difíciles con sus compañeros de colegio y profesores. Un día su reacción a una comida que no le había gustado fue incluso ofensiva. Los primeros pensamientos que tuve fueron juzgarlo duramente, pero enseguida el instinto a amar tomando la iniciativa me hizo ir a la cocina a prepararle rápidamente un postre que a él le gusta. Cuando percibió el aroma que venía del horno, se me acercó, me abrazó y me pidió perdón. No le dije nada, como si no hubiese pasado nada. Entonces él empezó a abrir su corazón y nació un diálogo que no teníamos desde hacía tiempo. Cuando volvieron los padres, para mi sorpresa, les dijo que, respecto de sus compañeros de clase, se sentía un privilegiado por tener una abuela en su misma casa.
(P.B. – Eslovaquia)

No más quejas
A menudo, en lugar de estar agradecidos a Dios por lo que tenemos y de compartirlo con los que no tienen, nos quejamos por la comida que no nos gusta, por la estrechez de nuestra casa, por carecer de cierta ropa, etc. Nos olvidamos de que Jesús considera como si se lo hubieran hecho a él mismo cualquier cosa que hagamos en favor de un hermano nuestro.  Lo que nos hizo cambiar de actitud a mí y a algunos amigos, dándonos un fuerte impulso a fijarnos en las necesidades de los demás, fue el huracán María, que causó víctimas y destrucción en nuestro país. De entre los muchos que quedaron sin techo, también estaba la familia de un compañero de clase: padres y seis hijos que vivían en una especie de sótano, y que habían quedado sin nada. Junto con otros compañeros compuse una lista de las cosas que necesitábamos y organizamos una recolección de fondos con la válida ayuda de los monaguillos de mi parroquia. Cuando fuimos a entregar la “providencia” recogida, era conmovedor ver con qué alegría nuestro compañero y su familia recibieron todo.
(Némesis – Puerto Rico)

Recogido por Stefania Tanesini

(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VI, n.5, septiembre-octubre de 2020)

1 Comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *