A pesar de las restricciones impuestas por la pandemia, la comunidad de los Focolares de Toronto se acerca a una madre enferma y a su familia

“¡No me siento sola en este viaje, gracias a todos ustedes que son mi familia!”. Susan vive en Toronto, Canadá, tiene cinco hijos y hace aproximadamente un año descubrió que tenía un cáncer avanzado. El suyo es un camino accidentado, donde se alternan progreso y esperanza con momentos de prueba en los que su estado de salud empeora. Pero compartir su experiencia con la comunidad de los Focolares, de la que forma parte desde hace mucho tiempo, la ayuda a aliviar el peso de su sufrimiento y que su alegría sea mayor.

Un compartir que ni siquiera las restricciones impuestas por la pandemia pueden impedir. Será porque el amor se las ingenia para superar los obstáculos más difíciles. Y también se aplica a las relaciones de fraternidad que unen a los miembros de una comunidad. “Cuando Susan compartió la situación con nosotros – cuentan desde el focolar de Toronto – nos dijo que se sentía en paz y quería ofrecer su sufrimiento por todos los afectados por la pandemia. Le aseguramos nuestras oraciones personales, y una de nuestras familias tuvo la idea de reunirse con nosotros por zoom para rezar el rosario pidiendo su curación”. Así que desde el pasado mes de marzo, todos los domingos a las 16 hs, los miembros de la comunidad de Toronto se reúne por zoom: «Nos alternamos en el rezo de una decena del Rosario, dejando a Susan y su familia el resto». Es un momento de oración tan fuerte que sienten la presencia espiritual de Jesús entre ellos, según el Evangelio que dice “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy allí, en medio de ellos” (Mt 18, 20). Y por intercesión de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, piden que Susan se cure.

“Después de la oración – continúan – Susan nos cuenta del progreso de los tratamientos, y todos nos alegramos con ella y Nino, su esposo, si hay progreso y sufrimos con ellos por los momentos difíciles. Continuamente recalca que gracias a la presencia espiritual de Jesús entre nosotros, se siente más fuerte espiritual y emocionalmente, ¡experimentando que todos llevamos juntos este sufrimiento!”.

El amor por esta madre y por su familia también se expresa en gestos concretos. Y si los médicos prescriben descanso y desaconsejan cocinar, hay quienes se turnan para preparar la cena, que es diferente cada vez. “Es increíble – observan – cuando hay amor, se superan todas las dificultades, incluso las provocadas por el virus con el encierro. Para los miembros de la familia de Susan, especialmente para los niños pequeños, siempre es una alegría descubrir qué les llega para la cena porque cada vez, desde nuestra comunidad multicultural, hay platos de diferentes cocinas del mundo. Esta experiencia que estamos viviendo con tantos actos de amor nos ha hecho crecer como comunidad”.

Sentirse familia es lo que da valor a Susan. Y es por el amor de Susan que la comunidad se redescubre todos los días como familia.

Claudia Di Lorenzi

 

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