La caridad, que es una participación en la vida divina, no podemos improvisarla nosotros, debemos obtenerla de Dios y de su Espíritu. Entonces, al escuchar y obedecer a su voz, el plan de Dios transcurre magnífico y majestuoso.

[…] Ser perfectos en el amor. Y –como sabemos– para alcanzar este objetivo hay que ser cada día más perfectos, porque «quien no avanza, retrocede», y tener hacia el prójimo que pasa a nuestro lado una caridad cada vez más refinada, cada vez más exquisita.

Ahora bien, ¿cuál es el mejor medio para alcanzar este objetivo? Yo no veo otro que el de tener nuestro corazón, nuestra mente y nuestras fuerzas orientadas hacia Jesús Abandonado, en un deseo siempre renovado de amarlo; de amarlo en los inevitables dolores de cada día […].

Con este amor, y con el ir siempre y en cada momento «más allá de la llaga» –como decimos nosotros–, es como el Resucitado puede vivir luminoso en nosotros, y como el Espíritu Santo puede romper cada una de las cadenas de nuestro yo. Y si el Espíritu Santo vive libre en nosotros, Él puede difundir mejor la caridad que precisamente Él mismo ha derramado en nuestros corazones.

Estoy haciendo en estos días la experiencia de que, tratando de vivir con el Resucitado en el corazón, la voz de Dios se agiganta dentro de mí y es esa voz la que me guía en las relaciones que debo entablar con cada uno, sea que pertenezca o no a la Iglesia o al Movimiento.

[…] Sí, la caridad, que es una participación en la vida divina, no podemos improvisarla nosotros, sino que debemos obtenerla de Dios y de su Espíritu. Entonces, al escuchar y obedecer su voz, el plan de Dios transcurre magnífico y majestuoso; y mientras esto se realiza, la unidad entre nosotros se profundiza y crece […].

Queridos, tenemos un Ideal extraordinario, divino. […] Verdaderamente no sabemos lo que tenemos, o mejor dicho, sí lo sabemos: tenemos a Jesús, el Hijo de Dios, en nosotros y en medio de nosotros, que vive y domina donde reina la caridad. Entonces, para ser así cada vez más, […] lancémonos de nuevo a amar a Jesús Abandonado, para que el Resucitado resplandezca en nuestros corazones. La palabra de su Espíritu se hará poderosa en todos nosotros y podremos ser cada vez más perfectos en el amor, complaciendo cada vez más a Dios y a María, y siendo siempre más aptos para servir a la Iglesia.

Recordemos pues este trinomio: Jesús Abandonado, el Resucitado, escuchar la voz del Espíritu. Así seremos para todos expresión de la caridad de Dios.

Chiara Lubich

 

(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa 21 de noviembre de 1985)
Cf. Chiara Lubich, Juntos es camino, Ciudad Nueva, Buenos Aires 1988, pp. 123-125

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *