Amar al otro generando el bien, yendo más allá de los límites objetivos que la vida nos impone, más allá de nuestros prejuicios, abatiendo las barreras para construir vínculos fraternos. Es el mandamiento nuevo que ha dado Jesús, el distintivo del cristiano: el amor recíproco.

Dos panqueques
Somos un matrimonio cristiano y somos pobres. No hace mucho tiempo supe que una chica de Burundi, pobre también ella, había plantado un árbol y ahora recogía sus frutos para ayudar a quien tenía hambre. A nosotros nunca se nos había ocurrido que podíamos hacer algo por los indigentes, de hecho las entradas de nuestra familia apenas cubren las salidas del mes, por lo que siempre esperábamos que llegara el día en el que tuviéramos un dinero “superfluo” para poder dar. Pero el ejemplo de esa chica no nos dejó tranquilos, todo lo contrario, fue un gran impulso para apartar la ganancia de dos panqueques por día, dado que administramos un pequeño punto de venta en nuestro barrio. Ahora al final del mes siempre tenemos un pequeño fondo para los demás y, aunque es una pequeña cosa, este acto de amor nos ayuda también a gestionar con más atención nuestra actividad. Una persona supo de nuestra experiencia, y consideró que este gesto es como el óbolo de la viuda que conocemos del Evangelio. Sí, es así, y estamos muy felices.
(R.J.O. – Kenia)

Un homenaje floral
En nuestra aldea hay pocas farmacias. A la que está más cerca de la casa no me gustaba ir porque la farmacéutica tenía una forma de ser gruñona y siempre parecía enojada. Como no era la única que tenía esa impresión negativa, decidí no ir más a esa farmacia. Pero un domingo, en la misa, escuchando al sacerdote hablar del amor al enemigo, se me vino a la mente precisamente ella, la farmacéutica. Como conocía su nombre, aproveché que era su onomástico para llevarle de regalo unas flores. Ante ese simple gesto, ella casi se conmovió y respondió con una amabilidad insólita. Para mí fue la confirmación de una frase de San Juan de la Cruz:  «Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor». Es una ley evangélica que vale para cualquier situación. Después de las flores a la farmacista, ante cualquier situación difícil que se presente, pongo en práctica el lema de ese santo y el efecto es seguro. También mis hijos ya saben que para vencer cualquier dificultad en las relaciones se necesita más amor, y es bello contarnos estas pequeñas o grandes victorias cotidianas.
(J.K. – Serbia)

Con los brazos abiertos
Mi esposo es católico y yo soy evangélica. Hemos aprendido a aceptarnos en nuestra diversidad. Cuando nuestra hija fue bautizada en la Iglesia Católica, también estaba presente el pastor luterano y desde entonces ha nacido entre ellos  una amistad que ha sido el inicio de varias iniciativas: momentos de oración en común, manifestaciones por la paz, un servicio de visitas a los enfermos… Soy responsable de las actividades ecuménicas en mi consejo parroquial, pero por  amor a la parroquia católica también dedico tiempo a recoger fondos para Cáritas. Desde que se abrió un centro de acogida para los refugiados políticos (en su mayoría musulmanes provenientes de Túnez, Libia, Rumania, Bosnia y Kosovo), se ha intensificado la colaboración entre cristianos católicos, evangélicos y ortodoxos. Una pareja de amigos musulmanes, que habían viajado a su país, nos confiaron temporalmente a su hija y además “adoptamos” una familia musulmana en dificultad. Hacer nuestras las necesidades de los demás es una verdadera riqueza para nuestra familia.
(Edith – Alemania)

A cargo de Maria Grazia Berretta

(tomado de Il Vangelo del Giorno (El Evangelio del día), Città Nuova, año VIII, n.2, mayo-junio 2022)

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