Quedarse tibio ante el anuncio de la Palabra es como quedarse “ciego, desnudo e infeliz” (Ap 3, 17). Sin embargo, Dios sigue llamando a la puerta del hombre, especialmente en los momentos más oscuros de la vida; como un padre busca a su hijo, así Dios no se cansa de perseguirnos y para quien escucha su “llamada” está preparada la alegría plena.

Solución providencial

Cuando nuestros hijos eran pequeños, e incluso durante su adolescencia, los viajes y excursiones juntos siempre habían sido ocasiones de celebración. Desde que nos habíamos quedado solos, nos hemos dado cuenta de que habíamos cambiado, como si hubiéramos recorrido caminos diferentes y nos hubiésemos distanciado el uno del otro. Hablar entre nosotros se había vuelto difícil para no herir la susceptibilidad del otro. Llegamos a admitir que necesitábamos encontrar una nueva forma de comunicarnos, solicitando la ayuda de un psicoterapeuta. Hablando de ello con una amiga, me confió que ella había pasado por las mismas situaciones con su marido y que habían llegado al borde del divorcio. La solución providencial había sido formar parte de una comunidad en su parroquia, comprometida en obras de caridad. Se lo propuse a mi marido que estuvo de acuerdo. Desde entonces nuestra vida ha cambiado: donando nuestro tiempo, nuestras energías y abriendo la puerta de casa a los demás, hemos redescubierto no sólo el sentido de vivir sino una forma de comunicarnos. Incluso con hijos y nietos experimentamos mayor alegría.

(F.d.A. – Croacia)

El valor de hacerse uno

Después de estudiar arquitectura en Florencia, volví de vacaciones a mi pequeño pueblo en las colinas toscanas donde mis padres estaban renovando la antigua granja familiar. Habiendo examinado el proyecto, expresé mis perplejidades, considerando tanto la condición estática del edificio como las modificaciones necesarias para conservar la estructura original. Sin embargo, mi hermano reaccionó mal, acusándome frente a todos de ser un sabelotodo. Quería demostrar que tenía razón, pero como había aprendido de un grupo que conocí en Florencia, que estaban comprometidos en la vivencia del Evangelio, el valor de “hacernos unos con los demás”, como dice san Pablo, dejé mi idea a un lado, para evitar discusiones. Cuando llegó el momento de empezar a trabajar, el maestro de obras explicó que ese proyecto no se podía llevar adelante y recomendó modificaciones que coincidían con las sugeridas por mí. En ese momento, mi madre concluyó: “Ves, hijo mío, aquí siempre te consideramos un niño y no aceptamos lo que has aprendido. Trata de entender a tu hermano”.

(G.C. – Italia)

Maria Grazia Berretta

 

(tomado de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VIII, n.2, noviembre-diciembre 2022)

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