Soy párroco católico en una ciudad de 90.000 habitantes de Rumania, donde la historia ha creado un mosaico de siete nacionalidades y diversas Iglesias. Cuando hace 16 años llegué a ese lugar, me propuse amar a todos, pero en modo especial a los ministros de las otras Iglesias. De hecho, estaba convencido de que todos estábamos allí por una sola cosa: dar testimonio de Dios a la gente. En un principio los contactos eran esporádicos, con ocasión de algún funeral u otras ocasiones. Trataba de aprovechar estas ocasiones para construir relaciones más profundas, interesándome de la vida de los otros ministros y de los problemas que encontraban en la pastoral. Así nacieron espontáneamente las primeras iniciativas. Un día, por ejemplo, le pedí a un sacerdote ortodoxo que le hablara a mis jóvenes. Seguidamente también él me invitó.

En 1992 nació la idea de establecer un día a la semana, en el cual, según las posibilidades, nos encontraríamos todos los sacerdotes y pastores de la ciudad. Después de 10 años somos ya 30 sacerdotes y pastores, con dos obispos. Nuestro grupo –compuesto por sacerdotes ortodoxos rumanos y serbos, católicos de rito latín y griego, reformados húngaros, evangélicos alemanes y húngaros, eslovacos, ucranianos y croatas- se ha convertido en un pequeño laboratorio ecuménico. Viviendo juntos el Evangelio, tratamos de hacer crecer entre nosotros relaciones de amor recíproco. Nos inspira, nos anima la promesa de Jesús: “Donde dos o más están unidos en mi nombre”.

De estos encuentros han surgido las “jornadas ecuménicas” que tienen lugar cada año en la “Semana de oración por la unidad de los cristianos”. En estos días es una alegría intercambiarnos dones de las diversas tradiciones con cantos y oraciones que desarrollamos en todas las iglesias de la ciudad, haciendo, con nuestros fieles, una especie de peregrinación de una iglesia a otra.

Hace algún tiempo, logramos identificar dos santos patronos para nuestra ciudad que pudieran ser aceptados por todas las Iglesias: los santos Pedro y Pablo. Este aniversario ha sido acogido también por las autoridades civiles. Así, el 29 de junio se ha convertido en la fiesta más bella de la ciudad, con la participación de una multitud de personas, y es para todos un símbolo de unidad.

Algunas veces también hay dificultades. Un año, precisamente mientras nos preparábamos a la ceremonia ecuménica, en la sacristía se verificó una discusión bastante áspera entre uno de los sacerdotes ortodoxos y el sacerdote greco-católico. Pensé: “Ahora todo el trabajo de estos años se derrumbará el ecumenismo irá para atrás”. No podía hacer otra cosa que confiar esta situación a Dios. Después de tres días, en el encuentro en otra iglesia, el sacerdote que había ofendido al otro, le pidió disculpas públicamente, por haber sido un impedimento en el camino de la unidad.

Otra vez un fiel me dijo que una persona de otra Iglesia hablaba mal de mi. Me puse a rezar, seguro de que Jesús habría resuelto también esta cosa. Después llamé por teléfono a esta persona que conocía y le pedí que me dijera si tenía alguna dificultad hacia mí. Bastó este pequeño paso para volvernos a acercar.

Un sacerdote que se encontraba en dificultad, sintiéndose solo y aislado, en estos encuentros encontró un nuevo impulso. Un pastor evangélico había sido injustamente denunciado ante sus superiores; entonces todos juntos escribimos a su Obispo, para informarlo sobre la verdadera realidad de las cosas. Después, cada vez que nos encontramos, rezamos juntos por los problemas pastorales en esta época de transición.

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