Desde pequeña,  Lucía es una niña de una alegría irrefrenable y contagiosa. Ultima de ocho hermanos, crece en una familia muy pobre de Terlano (Bolzano-Italia). A pesar de las dificultades económicas, los esposos Degasperi mantienen siempre una gran confianza en Dios.  Con el paso de los años, Lucía está convencida de  que el amor en la tierra no existe y el pensamiento de amar sin ser correspondida la angustia.

Cuando Lucía cumple los veinte años, de forma imprevista su hermano Carlos  cambia su actitud en la casa: comienza a hacer las camas, a lustrar los zapatos… Llena de curiosidad, Lucía le pregunta el motivo de su cambio y  su hermano la invita a ir a una Mariápolis,  un encuentro de varios días de los Focolares. Allí, Lucía queda profundamente impresionada cuando escucha muchas experiencias concretas que se basan en la certeza de que Dios es amor y  que ama a todos personalmente, tanto que, presa de una gran inquietud, deja la Mariápolis antes de que termine.

Quedó impactada por una frase: “Cualquier cosa que hagan por el más pequeño, la hicieron a mi” (Mt 25, 40). A partir de 1964, la espiritualidad de la unidad se empieza a difundir en Alemania. Lucía se encuentra en Berlín Oeste y en los primeros años de la década del ’80, el régimen de la DDR (por su sigla en alemán), obliga a  muchos adherentes de la espiritualidad de los Focolares a reunirse en situación de semiclandestinidad y con mil dificultades.

Antes de mudarse para Lipsia, Lucía debe pasar un mes en un Lager (campo de concentración). Los otros internados se quedan impresionados por su amor: ella ordenaba la habitación donde dormían  varias personas y les entrega  el café que ella quería llevarse a Lipsia. Poco a poco, muchos siguen su ejemplo y el último día, una de las guardias le confiesa: «Una unidad tan linda entre nosotros  no la hemos visto nunca…».

Con el teléfono controlado y las células de micro-espionaje en el auto, Lucía utiliza su inventiva, y encuentra mil estrategias para verse con las personas que le fueron confiadas: invita a los niños a almorzar, organiza fiestas para los jóvenes, visita a muchas familias.

En 1989, las focolarinas y las gen (las jóvenes de los Focolares) en la DDR festejan la caída del muro de Berlín con un largo viaje a Trento y a Roma, donde muchas personas, por primera vez conocen a Chiara Lubich. Continúan años de gran entusiasmo, pero, de forma imprevista, en 1994  a Lucía se le diagnostica un tumor. Es un dolor muy fuerte como contará años después: «Fue como una condena a muerte.» Sucedió un poco antes de comprender que «había llegado el momento de volver a confiar mi vida a Dios»

Vivir el momento presente es algo que la ayuda mucho y se convierte en luz para muchas personas. Con los años, disminuye su fuerza física mientras que crece la vida espiritual.

«No te digo ‘coraje’ Lucía –le escribe Chiara el 3 de diciembre de 2003- tienes todas las gracias que precisas y mucho más. Debes ser feliz». Con gran serenidad, el 10 de diciembre, Lucía parte para el Cielo.

«Gracias por el amor concreto que siempre tuviste», «Gracias por tu sonrisa que construía siempre la familia»; «Gracias por tu fuerza», son algunos de la gran cantidad de mensajes que llegaron de todas partes del mundo en los días siguientes a su fallecimiento.

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