Maria Voce

«Chiara Lubich era una joven de veintitrés años que buscaba un Ideal en la vida y lo había encontrado en Dios, y por esto había elegido vivir el Evangelio integralmente. Ella había comprendido que de esta elección suya podía derivar un cambio personal y en quien la rodeaba y, por tanto, se lanzó en esta revolución evangélica. […]
Chiara Lubich nos indicó un camino de santidad que en este momento está siendo observado también por la Iglesia, la cual está estudiando su eventual canonización. Pero no sólo esto. Chiara nos ha hecho comprender que la santidad se construye haciendo la voluntad de Dios, momento a momento; que la santidad no es una cuestión de éxtasis, de milagros o de cosas extraordinarias. Haciendo la voluntad de Dios, momento a momento, todos pueden alcanzarla.
También en nuestro Estatuto está escrito, que el fin primero y general es la “perfección de la caridad”. Pero esta perfección, que además es la santidad, se logra momento a momento en la voluntad de Dios que es distinta para cada uno; por ejemplo para una madre de familia es ser una buena madre de familia, para un estudiante es ser un buen estudiante, pero puede llevarnos a esta perfección de la caridad. Y me parece que éste es un mensaje siempre actual, que atrae a las personas, porque no es una santidad extraordinaria hecha de imágenes o de culto, sino de construir, momento a momento, una relación con Dios y con los demás, en el amor. Éste es el primer rasgo fundamental.

El segundo es que esta santidad, además, debe estar al servicio de los demás. No es una santidad finalizada a sí misma, porque ninguno de nosotros vive para sí mismo. Dios nos creó y nos redimió juntos. Jesús vino a la tierra para redimirnos a todos como su pueblo, Iglesia, Cuerpo de Cristo, y por eso quiere que esta santidad se extienda a la humanidad entera.

Chiara nos deja un mensaje que es el de abrirse a todos, no mirar a nadie como si fuese extraño a ti, sino mirarlo como si fuese tu hermano. Y hacerlo con “cada uno” significa mirar a la persona de la misma patria como a la de otra, al cristiano como al no cristiano, al creyente como al no creyente, a quien comprende y acepta lo que digo como al que se opone a mí, porque también la persona que me adversa es un hermano.
Esto nos lo enseñó Chiara viviéndolo en primera persona, teniendo un corazón capaz de acoger a cada uno como si fuese la única persona en el mundo, ya fuera un Jefe de Estado o un niño, un pariente o un responsable de otra Iglesia u otra religión. Chiara tenía el mismo amor por todos. Creo que éste es el mensaje más importante también hoy, mientras vemos que renacen tensiones, violencias, egoísmos, indiferencias recíprocas, para construir un mundo que, animado por el Evangelio, pueda convertirse en el mundo de la fraternidad, de la verdadera familia humana».

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