En el distrito de Rotorua (Nueva Zelandia), el espesor de la corteza terrestre es de apenas 4 km. Aquí se pueden admirar espectaculares géiseres en erupción e, inclusive en la ciudad, charcos humeantes con burbujitas que se mueven en la superficie. Desde la tierra sale un calor que alcanza hasta los 120°C. Aquí los colonizadores ingleses habían intentado reproducir las termas romanas.
Aún hoy la actividad termal es un atractivo turístico muy importante para Rotorua, una ciudad sumergida en el verde y rodeada por colinas. A las orillas del lago homónimo surge el Keswick Christian Camp, una estructura recreativa. Para participar en un encuentro promovido por los Focolares, se dieron cita allí unas 156 personas procedentes de varias ciudades de las dos islas principales que conforman Nueva Zelandia. Su objetivo era el de pasar tres días juntos, lejos de la rutina diaria, para profundizar la espiritualidad de la unidad.
Maoríes, filipinos, chinos, coreanos, holandeses, anglosajones, italianos, malteses, singapurenses, taiwaneses, walisianos, franceses, tokelauanos, hindúes, pakistaníes…: una sorprendente variedad étnica en el bosquejo de humanidad que ha ido componiendo. A pesar de tanta diversidad, desde el primer momento se respiraba una atmósfera de familia.
Además de los momentos de espiritualidad y de actividades recreativas, el programa preveía amplios espacios para favorecer el conocimiento recíproco y el intercambio entre todos. Muy impactante el relato de la familia Pitcaithly, de Christchurch, la segunda ciudad del país, recientemente destrozada por dos fuertes terremotos. Una tragedia que unió a la población en un coro de solidaridad con el lema: “Kia kaha, stay strong Christchurch!”(traducción?), al que contribuyeron también donaciones recogidas por los Focolares en varias partes del mundo.
De Gisborne, la ciudad que goza del privilegio de ser la primera en ver cada día el nuevo amanecer, se presentó la actividad de “Fish & Chips Club”(“Club del Pescado y las Papas fritas”). Entre sus finalidades está la de recolectar fondos a favor de actividades formativas para los jóvenes, llevadas adelante por personas de varias Iglesias cristianas junto a otras de convicciones no religiosas. Juntos tratan de hacer algo útil por los demás. A pesar de la pluralidad, los jóvenes y los adultos se reúnen cada mes para reflexionar sobre el Evangelio y compartir las experiencias que surgen y tratan de ponerlo en práctica. Una manera realmente significativa para crecer como personas y sacar fuerzas para llevar adelante las distintas actividades artesanales y deportivas de un club en el que cada uno puede ser sí mismo y donde se trata de subrayar no tanto lo que separa, sino los valores que se pueden compartir.
Aunque Nueva Zelandia puede parecer un país acomodado y acogedor, una familia hindú-pakistaní contó cuán difícil ha sido para ellos insertarse en esta sociedad. Martis, padre de dos hijos, trabajaba en un asilo para ancianos y su esposa Antonieta, en una pequeña empresa de procesamiento de carnes. En un determinado momento, ambos perdieron el trabajo. La búsqueda de un nuevo empleo se prorrogaba sin resultado, hasta que decidieron volver a su patria. Faltando sólo diez días para que se les venciera la visa, alguien en una ciudad cercana, logró conseguir una entrevista de trabajo para Martins y por lo tanto, la posibilidad de renovar el permiso de residencia. Fue grande la alegría de todos y de esta familia que dio un fuerte testimonio del amor de Dios que se manifiesta a través de la comunidad.
Teresa, hablando a nombre de los jóvenes presentes, dijo: «La experiencia de estos días nos dio la carga necesaria para volver a nuestras respectivas ciudades y volver a empezar». Anne, una señora anciana maorí, muy estimada por su tribu, concluyó: «Aroha te mea nui o te ao Katoa»; lo que en su idioma significa: «El amor es el don más grande de todo el mundo».
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