««Nací en Moscú en una familia que pertenece a la iglesia rusa ortodoxa. En 1989, cuando tenía tres años, mi familia conoció a los focolarinos que recién llegaban a Moscú. Mi madre y mi abuela quedaron impresionadas por estas personas auténticas que conducían una vida cristiana tan novedosa. Mi mamá le pidió consejo al párroco porque deseaba continuar la amistad con los focolarinos y él, conociendo esta comunidad no ortodoxa, le dio su bendición. Hoy, la comunidad de los Focolares en Moscú ha crecido y la mayoría de sus miembros pertenecen a la iglesia ortodoxa.
En estos veinticinco años, mi familia ha mantenido una relación lindísima con la comunidad de los Focolares, comparten el sentimiento de profunda unidad y también la libertad y el respeto recíproco.
En el 2000 se produjo un gran cambio en mi vida, cuando tenía 13 años. Tuvo lugar un encuentro con Chiara Lubich en Polonia y yo fui junto con un grupo de personas de Rusia. En esos días sentí una especial unión con Dios. Fue un momento de gran maduración de mi fe. Fui claramente consciente de la existencia de Dios y de su presencia constante y real en mi vida. Después de algunos meses, con un pequeño grupo de jóvenes de Rusia, viajé a Japón para asistir a una conferencia internacional de chicos de los Focolares y chicos budistas japoneses. Era la primera vez que encontraba jóvenes, que en esta etapa tan temprana de su vida, que trataban de vivir seriamente el Evangelio, con espíritu de unidad y comunión. Nació en mí un gran deseo de seguir viviendo así en especial con mis coetáneos de Moscú.
Después de estos dos eventos, el de Polonia y el de Japón, comencé a sentir un profundo deseo de crecer en la relación personal con Dios. Tenía sed de Dios. Comencé a asistir a la iglesia incluso solo, sin mis padres. El párroco, que me vio crecer, observó este cambio y me propuso que fuera monaguillo. Durante ocho años viví esta linda experiencia de cercanía al altar y al sacerdote
Como fruto de esta vida, por un lado en la iglesia ortodoxa, y por otro, en la comunidad de los Focolares, comprendí que Dios me llamaba a dejar todo por Él.
En el 2010 me fui de Rusia para entrar en el focolar. Tuve la posibilidad de vivir de un modo nuevo la participación en las celebraciones litúrgicas. Comencé a cantar en el coro. Éste era un deseo que sentía desde niño, pero que había dejado de lado, y que ahora lo vivía como un regalo de Dios.
Ahora vivo en el focolar con otros focolarinos católicos. Entre nosotros tratamos de vivir el amor mutuo que frecuentemente nos hace experimentar la presencia espiritual de Jesús entre nosotros».
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