«Doy clases de italiano en la zona periférica norte de París. Se trata de una zona desfavorecida en el aspecto socio-económico, con una población escolar multicultural. Hay un alto índice de tráfico de droga. Por lo general, los profesores que trabajan en esta zona son principiantes. Luego, una vez adquirido el puntaje necesario, piden ser transferidos a escuelas de menores exigencias. Habría podido hacer así, pero decidí quedarme – estoy trabajando aquí desde hace doce años- para dar a los jóvenes la misma calidad de enseñanza que ofrecen las mejores escuelas de París.
Al principio fue duro. Los estudiantes me insultaban, y, una vez me destrozaron el auto a patadas. No sabiendo cómo actuar, me ponía a la defensiva… Luego, poco a poco aprendí a aceptar a mis alumnos. Incluí el diálogo con las familias, con la seguridad de que la escuela es el lugar para vivir experiencias positivas que ayuden a la formación humana. Muchos colegas no están preparados para asumir esta realidad: algunos se desestabilizan psicológicamente, otros, mandan a los estudiantes continuamente a la dirección. Trato de sostenerlos.
Lo importante es ayudar a los jóvenes a que superen la agresividad y que encuentren una cierta serenidad en la clase. Se precisa tiempo para comunicar los contenidos específicos de la asignatura de forma adecuada para hacerles sentir que los respeto y al mismo tiempo, poner límites, dedicando siempre una atención particular al que, a través de un comportamiento indisciplinado expresa dificultades. Pienso en S. que tiene cinco hermanos de los cuales uno es discapacitado. La mamá trabaja todo el día, por lo tanto, es él quien debe ocuparse de su hermano. En la escuela se muestra desmotivado. Sabe que estoy a su lado para que logre superar su dolor y lo aliento para que done lo mejor de sí mismo.
Uno de mis objetivos es valorar la participación de todos. Al principio del año pongo reglas: por ejemplo, nadie tiene el derecho de burlarse de los demás. Gradualmente se va instaurando una atmósfera de respeto, en la cual cada uno es libre de expresarse. Construir una buena lección depende de mí, pero también de ellos si se proponen participar activamente.
Desde el punto de vista didáctico son fundamentales los proyectos culturales interdisciplinarios que cada año concluyen con un viaje escolar financiado por algunos entes (la Intendencia –Alcaldía-, el Concejo General, los Bancos), y por pequeñas actividades de autofinanciación. Para los jóvenes, salir de un ambiente que los condiciona, los juzga y los margina, es una hermosa experiencia de fraternidad. Se convierten casi en otras personas y surge su potencial positivo. Por ejemplo Y. es un chico pasivo en la clase. No manifiesta su personalidad. Hablando con él, descubrí que los profesores y el padre, durante años le han dicho que no servía para nada y él terminó creyéndoselo. En la clase detesta la Historia pero en Sicilia se mostró sensible a la belleza artística: se quedó fascinado con el teatro griego de Taormina y con el acueducto romano de Siracusa.
No sé si lo que hago tendrá un resultado positivo. Aprendí a no esperar los resultados de forma inmediata. Inclusive cuando un chico no cambia, siento que lo importante es seguir creyendo en él, no detenerme en lo que no sale bien, sino al contrario, aceptar todo lo positivo que hay en él valorizándolo y gratificándolo. Con muchos colegas, tengo buena relación. Es importante escuchar, hablar, compartir experiencias.
Lo mismo en la orientación vocacional. Un joven quería ser cocinero. Le dije: “Tienes la suerte de tener ideas claras. Es raro encontrar esto en un joven. Eres ambicioso, debes aspirar a tener una óptima formación”. Fue aceptado en una de las mejores escuelas de cocina de París. Cuando me dio la noticia me dijo: “Inventaré recetas y realizaré un tiramisú dedicado a ti” »
(Maria Amata – Francia)
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