El 14 de febrero tuvo lugar en el Vaticano la creación de veinte nuevos cardenales. Entre los asistentes era fácil ver a dos monjes budistas. La suya era una presencia que hablaba por sí sola de diálogo y acogida recíproca.
Reproducimos a continuación el artículo que al respecto ha escrito Roberto Catalano en su blog Letsdialogue
Acabo de volver de una ceremonia solemne y sobria: el Consistorio dentro de la Basílica de San Pietro. Papa Francisco ha creado veinte nuevos cardenales, casi todos de las que ama definir como las periferias del mundo: Cabo Verde, Tonga, Nueva Zelanda, Myanmar, Tailandia, Vietnam, también Etiopía e, incluso, Agrigento, situada en aquella Sicilia que desde hace años acoge a los que llegan de las periferias más trágicas donde se muere de hambre, se lucha por la supervivencia y se arriesga la vida.
He participado porque me siento especialmente unido a Mons. Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, Arzobispo de Bangkok (Tailandia), a quien conozco desde hace años y con el que he colaborado a muchos acontecimientos, sobre todo en el campo del diálogo interreligioso y de la formación al diálogo en Tailandia, en Filipinas y en Italia. El neo cardenal, desde hace años, se dedica a construir puentes de diálogo con monjes budistas en un país donde el cristiano es casi exactamente igual en número a los hombres que, siguiendo a Buda, visten de anaranjado y se rapan la cabeza al cero, caminando con ojos castigados, inspirando paz y serenidad y a menudo viviendo de lo que les ofrecen los fieles. En mis viajes a Tailandia he tenido ocasión de encontrar a muchos de ellos. Concretamente en 2010 en Chiang Mai viví momentos inolvidables en un congreso entre budistas y cristianos. Entre ellos, además de Mons. Francis Xavier, estuvo presente también Phramaha Thongratana Thavorn; conocido, sobre todo entre los cristianos, como Luce Ardente.
Es un monje que tiene unos setenta años; en los años noventa conoció a cristianos abiertos a un diálogo entre fieles de distintas religiones y se comprometió en primera persona, convirtiéndose en testimonio de este diálogo ante otros monjes y fieles del budismo en su país. Se sintió especialmente impresionado por la figura de Chiara Lubich, a quien definió como ‘madre’ por su capacidad de generar sentimientos positivos de compasión en todos aquellos que encontraba. Phramaha Thongratana Thavorn y yo nos conocemos desde hace años. Hemos vivido momentos muy fuertes en Tailandia, en Sri Lanka, dónde hemos arriesgado juntos la vida – un terrorista suicida estalló una bomba unos minutos después de que nuestro autobús saliera de Moratuwa, en las afueras de la capital-; pero también en Italia, donde hemos construido y experimentado momentos de comunión profunda donde se ha dado cuenta de que la fraternidad universal no es una quimera, sino que puede ser vivida realmente.
Entre los muchos solideos púrpura de los cardenales presentes, aquellos rojos de los obispos, el negro de los vestidos y trajes de ceremonia, destacaba el anaranjado de dos monjes budistas: Phramaha Thongratana Thavorn de Tailandia y otro monje de Myanmar. Ambos, han querido acompañar a hermanos cristianos que llegan a ser cardenales. Phramaha Thongratana Thavorn estaba en primera fila, justo al lado del altar en San Pietro, bien visible, objeto de interés de fotógrafos, de cámaras de televisión, de turistas, de cardenales, de embajadores y de todo tipo de personas. Pasó entre la gente saludando a todos: europeos, fieles de Tonga, de la América latina, de Vietnam,… hablando con su ser y su sonrisa de una relación de hermandad con el nuevo cardenal de su país.
Su presencia es símbolo de cuánto ha cambiado la Iglesia. Cincuenta años después del Concilio Vaticano II dos monjes budistas han acompañado casi hasta los pies del altar a dos conciudadanos y compatriotas que ahora están, junto al Papa Francisco, en el corazón de la Iglesia, constructores del presente, pero también del futuro en estos años decisivos para la Iglesia católica, por su relación con fieles de otras religiones, pero sobre todo para la humanidad.
Hemos caminado juntos, rezado cada uno en su corazón y según su fe religiosa, hemos hablado entre nosotros y con decenas de personas, hemos compartido una comida de celebración en un restaurante chino. Y, luego, Luce Ardente ha acompañado a su hermano el card. Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, al Aula Pablo VI, durante las llamadas visitas de calor, que permiten que todos estén en contacto con el corazón de la Iglesia.
He regresado a casa esta noche convencido de haber vivido una página de la historia de la Iglesia, de hoy cierto, pero también de sus dos milenios y de la que está por venir: una página que abre horizontes esperanzadores con respecto a las periferias hacia las que nos empuja Francisco y donde podemos encontrar de verdad a hombres y mujeres de todas las etnias, culturas, religiones, estratos sociales.