Se acerca el 14 de marzo y con él, el séptimo aniversario de la muerte de Chiara Lubich; una mujer polifacética e incansable que comunicó en todos los ámbitos su deseo de construcción de la fraternidad universal. Este año se recuerda en todo el mundo su aportación al mundo de la política. Conoce y participa (para algunos es necesario inscribirse) en los actos organizados en España: actos políticos – actos no políticos.
Para conocer su pensamiento político, reproducimos parte del discurso que pronunciara la fundadora de los Focolares en el Parlament de Catalunya el 29 de noviembre de 2002. Un discurso en el que propone un cambio metodológico revolucionario en el desarrollo del ejercicio político: “ayudar y ayudarse a vivir siempre la fraternidad; basándose sobre ella, creer en los valores profundos, eternos del hombre, y sólo después comenzar la acción política”.
A continuación, el texto en el que desgrana las ideas fuerza del Movimiento Político por la Unidad:
“En primer lugar, para el político de la unidad, la elección del compromiso político es un acto de amor con el cual él responde a una auténtica vocación, a una llamada personal. Él quiere dar respuesta a una necesidad social, a un problema de su ciudad, a los sufrimientos de su pueblo, a las exigencias de su tiempo. Quien es creyente advierte que es Dios quien lo llama a través de las circunstancias; el no creyente responde a una llamada humana que encuentra un eco en su conciencia: pero ambos ponen amor en su acción, y ambos encuentran su morada en el Movimiento Político por la Unidad.
En segundo lugar, el político de la unidad toma conciencia de que la política es amor desde su raíz; por eso comprende que también el otro, el adversario político, puede haber hecho su elección por amor. Y esto le exige que lo respete.
Es más, el político de la unidad desea fervientemente que también su adversario pueda realizar todo lo bueno de que es portador. De hecho este designio, si responde a una llamada y a una necesidad verdadera, es parte integrante de ese bien común que solamente juntos pueden construir. El político de la unidad, por lo tanto, ama no solo a los que le dan el voto, sino también a los adversarios; no solo a su propio partido, sino también al partido de los demás.
Dije esto en el Parlamento italiano, y alguien me comentó: “¡Este punto es un poco difícil!”
Otro aspecto de la fraternidad en política es la capacidad de saber escuchar a todos, también a los adversarios. Y de ese modo “haciéndose uno” con ellos, se comprende lo que viven. Hacerse uno ayuda a superar los individualismos, hace conocer aspectos de las personas, de la vida, de la realidad, que amplían también el horizonte político: el político que aprende a hacerse uno con todos será más capaz de entender y de proponer. “Hacerse uno” con el otro es un verdadero realismo político.
Además, el político de la unidad no puede quedarse pasivo delante de los conflictos, a menudo graves, que excavan abismos entre los políticos y los ciudadanos. Por el contrario, él da el primer paso para acercarse al otro y reanudar la comunicación interrumpida. Crear una relación personal allí donde no existe, o donde sufrió una interrupción, a veces puede significar lograr desbloquear el proceso político.
La fraternidad encuentra plena expresión en el amor recíproco, del cual la democracia, entendida rectamente, tiene verdadera necesidad: amor de los políticos entre ellos, y entre los políticos y los ciudadanos. El político de la unidad no se contenta con ser el único que ama, sino que trata de llevar al otro, aliado o adversario, al amor, porque la política es relación, es proyecto común.
La última idea-fuerza es que la patria de los demás debe ser amada como la propia; la dignidad más alta para la humanidad sería la de no sentirse un conjunto de pueblos a menudo en lucha entre ellos, sino, por el amor mutuo, un único pueblo enriquecido por la diversidad de cada uno, y por eso mismo, en la unidad, garante de las diferentes identidades. Esto es lo que el Movimiento ha tratado de vivir en momentos incluso dramáticos, mediante gestos de amistad y de paz intercambiados por los nuestros de una y otra nación: gestos que tenían un profundo significado político”.
Chiara Lubich. Parlament de Catalunya. 29 de noviembre de 2002