No a la guerra

 
De nuevo la diplomacia parece muda ante las bombas, y mientras las armas aumentan el caos. Por Michele Zanzucchi.

Reproducimos a continuación un artículo de opinión de Michele Zanzucchi, director de Città Nuova con fecha 8 de octubre y titulado No a la guerra.

“1991 Iraq 1, 2001 Afganistán, 2003 Iraq 2, 2011 Libia, 2015 Siria. De nuevo la diplomacia parece muda ante las bombas, y mientras las armas aumentan el caos. Y pensar que una escuela cuesta menos que una bomba. Solo el método inclusivo conduce a la paz.

Por Michele Zanzucchi

misilCada equis tiempo se despiertan repentinamente en la Casa Blanca, en el Eliseo, en el Kremlin, en Downing Street, incluso en la Carrea de San Jerónimo, y deciden ir a la guerra: 1991 Iraq 1, 2001 Afganistán, 2003 Iraq 2, 2011 Libia, 2015 Siria. Otra vez. De nada han valido los reveses. Hoy las cancillerías occidentales («la guerra es el prestigio por excelencia», denunciaba Simone Weil) han llegado a la conclusión de que la única forma de derrotar al ISIS es la guerra, desde el cielo, claro, porque ya no soportan ver volver a sus hijos dentro de un ataúd, empezando por los norteamericanos.

Algunos países europeos intervencionistas (parece que ya no hay políticas coordinadas en la Unión) se dan codazos para entrar en la colación, pero sin ensuciarse las manos (simplemente haremos que despeguen Rafale, Tornado o Typhoon) ni preocuparse de las ruinas que van a dejar en el terreno. Como siempre.

Por su parte, Rusia sí se ensucia las manos (no envía solo Mig a Siria), pero eso no es nuevo. Novedosa es su estrategia de poder navegar entre vetos cruzados, incluso creando puentes diplomáticos-militares con Israel por una parte, y con Irán por otra, unidos a distancia (¡increíble!) contra el Califato de al-Baghdadi. Lamentablemente, todos los actores del escenario aprovechan para utilizar las armas que han producido («¡habrá que utilizarlas, no podemos tener los depósitos llenos!», dicen los productores).

De nuevo la diplomacia parece enmudecer ante las bombas. El papa Francisco ya dijo el 18 de agosto, hablando del Califato, que «es justo detener al agresor injusto», pero no dijo «con las armas». Más bien se refería a las armas económicas, culturales, religiosas y diplomáticas (en buen embargo contra el ISIS le haría tambalearse en unos pocos meses). ¿Será posible que no nos demos cuenta de que las armas en el cuadrante medioriental no hacen más que aumentar el caos, recrudecer los conflictos internos del mundo musulmán, identificar Occidente con el Mal, obligar a tantos cristianos a abandonar su tierra, aumentar el radicalismo violento, forjar mercenarios y multiplicar traficantes de armas, retrasar por décadas toda posibilidad de convivencia civil y olvidar en un cajón los derechos humanos? Al parecer, la única solución son las bombas.

Decía Igino Giordanni: «Incluso la guerra justa hoy se lleva a cabo con tal violencia indiscriminada que, afectando a militares y civiles, dado el daño desproporcionado que produce, se vuelve injusta».

Y pensar que una escuela cuesta menos que una bomba. Podríamos sembrar la amada tierra de Abraham, Jesús y Mahoma de hospitales, bibliotecas, lugares de paz y no de guerra, de oración. Desde un principio deberíamos haber comprendido que solo el método inclusivo conduce a la paz, nunca el excluyente. El asunto de Assad lo demuestra.

Por eso seguimos razonando con el vocabulario de las bombas, para detener criaturas monstruosas como el ISIS, que nosotros mismos hemos financiado indirectamente y ayudado a crece con nuestras aceleradas políticas de bombas y la exportación de democracia con carros de combate, aparte de algunos trágicos errores estratégico-militares. De nuevo desembocamos en el presunto atajo de las bombas, que se presenta más eficaz a corto plazo que una estrategia diplomática, cultural, religiosa o económica de amplio alcance, pero que a medio y largo plazo ahonda las trincheras y solo deja ruinas.

De nuevo decimos «no a la guerra» con la voz de millones de ciudadanos que no ceden a la propaganda fácil, que ya está actuando en los medios de comunicación. «La guerra es el fracaso de todo auténtico humanismo», escribió Juan Pablo II en 1999.”

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