Chiara Luce Badano

 
Beatificada el 25 de septiembre de 2010

Chiara Badano nace el 29 de octubre de 1971 en Sassello, un pueblo de la Liguria, en Italia. Es guapa, inteligente, deportiva, alegre. Quería ser azafata, para poder conoces el mundo. Pero también médico, para ir a África a curar niños. Siente predilección hacia quienes están en búsqueda y quienes tienen necesidades. Trata con amabilidad incluso a quien no le cae simpático.

La suya es una vida normal, con altibajos. Una vida que hizo que surgieran representaciones de su vida de lo más variadas. Life, Love, Light es un espectáculo que cuenta con canciones, teatro y coreografías inspiradas en su vida, al igual que las experiencias que cuentan durante el mismo algunos jóvenes. En Brasil, Italia, Perú,.., los jóvenes del lugar se han lanzado a representarlo y a vivir al estilo de Chiara Luce. En España se presentó durante la JMJ de 2011, viajando después a Burgos, Barcelona, Jerez y Madrid. Para muchos, Chiara Badano es una amiga que está siempre presente en mi vida.

Tiene muchos amigos, que encuentran en ella apertura y actitud de escucha. En secundaria se siente marginada, ya que critican su compromiso cristiano. En bachillerato suspende por una relación difícil con una profesora. La vive como una injusticia y sufre, pero la supera sin resentimientos. En ese periodo sufre también la desilusión del primer enamoramiento.

Chiara hace de cada obstáculo un trampolín. Las dificultades son la ocasión para entrenarse para vivir con autenticidad el Evangelio, para responder al amor de Dios que la había atraído desde cuando tenía poco más de 9 años y con sus padres había participado en el Family Fest (manifestación internacional para las familias realizado por el Movimiento de los Focolares).

En ese periodo toma la decisión de comprometerse como gen, los jóvenes de los Focolares. Después del primer encuentro, en el que participa con su amiga Chicca, escriben juntas a Chiara Lubich: “Hemos empezado enseguida nuestra aventura: hacer la voluntad de Dios en el momento presente. Con el Evangelio bajo el brazo, haremos cosas grandes”.

Chiara Lubich apenas acababa de lanzar a los más jovencitos un desafío: “Ser una generación de santos”. Porque – había añadido- “para hacer ciudades nuevas y un mundo nuevo no bastan técnicos, científicos y políticos, se necesitan sabios, se necesitan santos”. La fundadora de los Focolares les había confiado su secreto: Jesús en el momento culminante del dolor, cuando llega a gritar el abandono del Padre. “Sin él – había dicho – no se puede estar de pie”. Chiara Badano escucha esas palabras en un encuentro del Movimiento, en 1983. Será la viva encarnación de esto.

A los 17 años mientras juega al tenis, siente un fuerte dolor. Llega el diagnóstico: un tumor óseo de entre los más dolorosos. Tras hospitalizaciones, operaciones, controles… los médicos llegan a la conclusión de que el mal es incurable. El doctor  que la atiende se lo dice antes de iniciar la quimioterapia… Cuenta Maria Teresa, su madre: «Esperaba a Chiara, pero los minutos pasaban y se convirtieron en horas. Después de dos horas, logré ver a Chiara a los lejos, que caminaba muy lentamente, con su abrigo largo, entonces se usaban tapados largos, verde, sus cabellos largos. Tenía las manos en los bolsillos, su papá venía detrás. Cuando llega a la puerta, le pregunto: “Chiara, ¿qué tal?”. Y ella, sin mirarme, con el rostro ensombrecido, responde: “Ahora no hables, mamá – dos veces repitió – ahora, no hables”. Y se dejó caer en su cama sin quitarse el abrigo. Yo quería decirle tantas cosas: “ya verás, tal vez…, eres joven…”, pero tenía que respetar lo que ella me pedía. Por la expresión de su rostro veía lucha que Chiara combatía en su interior.

Detrás de Chiara había un reloj sobre una mesita. Después de veinticinco minutos – yo miraba el reloj – ella se dio vuelta y con la sonrisa de siempre, radiante, con una mirada llena de luz con una hermosa sonrisa dice: “Mamá, ya puedes hablar – dos veces – ya puedes hablar”. Chiara empleó veinticinco minutos para darle su sí a Dios, y nunca más se volvió para atrás.»

Chiara pierde el uso de las piernas. Poco después tiene una grave hemorragia. Puede morir en cualquier momento. En esa ocasión los gen hacen turnos de oración toda la noche. Los médicos se preguntan qué hacer, si suspender la terapia para no hacerla sufrir o hacerle una última transfusión. Deciden hacerla. Chiara vivirá todavía un año, decisivo para ella.

Después de una noche difícil, confía: “Sufría mucho físicamente, pero el alma cantaba”. Quien va a visitarla con el deseo de alentarla, sale cambiado. Es Chiara que contagia con su serenidad y paz.

Uno de los médicos, no creyente y crítico con la Iglesia: “Desde que he conocido a Chiara algo cambió dentro de mí. Aquí hay coherencia, del cristianismo ahora todo me cuadra”.

Chiara Lubich, respondiendo a su última carta, le escribe: “Dios te ama inmensamente, y quiere hacerte experimentar gotas de cielo. Tu rostro tan luminoso revela tu amor por Jesús. ‘Chiara Luce’ es el nombre que he pensado para ti. ¿Te gusta? ¡Es la luz de Dios que vence el mundo!”.

El dia antes de su muerte, saluda a todos los presentes, uno por uno, pero a los jóvenes con un amor especial. Les deja una consigna: “Los jóvenes son el futuro. Yo ya no puedo correr, pero quisiera pasarles la antorcha, como en las Olimpíadas. Tienen una sola vida y vale la pena gastarla bien”. Después despeina con un gesto los cabellos de su madre: “¡Adiós! Sé feliz porque yo lo soy”.

El 7 de octubre de 1990 Chiara Luce concluye su aventura terrena. Para su funeral había pensado en todo: en las canciones, la oración de los fieles, las flores, el peinado, al vestido que quería que fuera blanco, de novia. A la mamá le había dicho: “Cuando me vestirás no tienes que llorar, sino decir: “Ahora Chiara Luce ve a Jesús”. Ese día hay muchísimos jóvenes. El obispo de Acqui, monseñor Livio Maritano: “La alegría dominaba, extrañamente unidas lágrimas y sonrisas”.

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