Julio 2017

 
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28)

Fatigados y sobrecargados: palabras que nos sugieren la imagen de personas –hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos– que de distintos modos llevan pesos a lo largo del camino de la vida y esperan que llegue el día en que se puedan liberar de ellos.

En este pasaje del Evangelio de Mateo, Jesús les dirige una invitación: «Venid a mí…».

Jesús tenía a su alrededor a la muchedumbre que había venido a verlo y a escucharlo; muchos de ellos eran personas sencillas, pobres, con poca formación, incapaces de conocer y respetar todas las complejas prescripciones religiosas de su tiempo. Además pesaban sobre ellos los impuestos y la administración romana, una carga muchas veces imposible de sobrellevar. Se encontraban en apuros y buscaban a alguien que les ofreciese una vida mejor.

Con su enseñanza, Jesús mostraba una atención especial por ellos y por todos los que estaban excluidos de la sociedad porque se los consideraba pecadores. Él deseaba que todos pudiesen comprender y acoger la ley más importante, la que abre la puerta de la casa del Padre: la ley del amor. Pues Dios revela sus maravillas a quienes tienen un corazón abierto y sencillo.

Pero Jesús nos invita hoy, también a nosotros, a acercarnos a Él. Él se manifestó como el rostro visible de Dios, que es amor, un Dios que nos ama inmensamente tal como somos, con nuestras capacidades y nuestras limitaciones, nuestras aspiraciones y nuestros fracasos. Y nos invita a fiarnos de su ley, que no es un peso que nos aplasta, sino un yugo ligero capaz de llenarles el corazón de alegría a cuantos la viven. Esa ley requiere que nos comprometamos a no replegarnos sobre nosotros mismos, sino a hacer de nuestra vida, día a día, un don cada vez más pleno a los demás.

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso».

Jesús también hace una promesa: «…os daré descanso».

¿De qué modo? Ante todo, con su presencia, que se hace más neta y profunda en nosotros si lo elegimos como punto firme de nuestra existencia; y luego, con una luz especial que ilumina nuestros pasos de cada día y nos hace descubrir el sentido de la vida incluso cuando las circunstancias externas son difíciles. Si además comenzamos a amar como Jesús mismo hizo, encontraremos en el amor la fuerza para seguir adelante y la plenitud de la libertad, porque de esta manera la vida de Dios se abre paso en nosotros.

Escribe Chiara Lubich: «Un cristiano que no esté siempre en la tensión de amar no merece el nombre de cristiano. Porque todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: amar a Dios y al prójimo, en quien vemos y amamos a Jesús. El amor no es un mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta, en servir a los hermanos, en especial a los que tenemos al lado, y empezar por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes. Dice Carlos de Foucauld: “Cuando amamos a alguien, estamos realmente en él, estamos en él con el amor, vivimos en él con el amor; ya no vivimos en nosotros mismos, estamos desapegados de nosotros mismos, fuera de nosotros mismos”[1]. Y precisamente gracias a este amor se abre paso en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: “El que me ame… me manifestaré a él” (Jn 14, 21). El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios, que es Amor»[2].

Acojamos la invitación de Jesús a acudir a Él y reconozcámoslo como fuente de nuestra esperanza y de nuestra paz.

Acojamos su mandamiento y esforcémonos por amar como hizo Él, en las mil ocasiones que nos suceden cada día en la familia, en la parroquia, en el trabajo: respondamos a la ofensa con el perdón, construyamos puentes en lugar de muros y pongámonos al servicio de quienes sienten el peso de las dificultades.

Descubriremos que esta ley no es un peso, sino un ala que nos llevará a volar alto.

LETIZIA MAGRI


 

[1] C. de Foucauld, Scritti spirituali VII, Città Nuova, Roma 1975, p. 110.

[2] Cf. C. Lubich, «Palabra de vida», mayo 1999: Ciudad Nueva 354 (1999/5), p. 26.

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