Una mirada que transforma

 
Cristóbal cuenta en Mariápolis Cáceres 2017 la historia de un desastre natural único… y también la de una resurrección única.

Aljarafe Para comenzar el tercer día de Mariápolis, el día de las excursiones, Cristóbal compartió con los mariapolitas su reciente visita a la comarca del Aljarafe. Un lugar donde, según afirma un amigo suyo, se produjo un desastre único y, después, una resurrección única”. Reproducimos a continuación el testimonio de Cristóbal, que ayudó a tantos a vivir la jornada de excursión a la naturaleza, con otros ojos.

El Aljarafe, es la comarca donde vivo y trabajo desde hace 35 años. Geográficamente es una meseta, no muy alta y que desciende conforme va hacia el sur, acabando en las Marismas de Doñana. Está rodeada por un lado por el Guadalquivir (donde está Sevilla) y por el otro lado el río Guadiamar, al oeste. En 2013  la comarca contaba con 400.000 habitantes.

El río Guadiamar es el último afluente importante del Guadalquivir,  y ha sido a lo largo de la historia, vía de transporte y comunicación, además de fuente de riqueza agrícola, ganadera e industrial. Sus aguas han contribuido, generosamente, a la inundación cíclica de las Marismas del Guadalquivir, uno de los humedales más importantes de Europa. Algo característico y esencial para la riqueza de esta comarca ha sido a lo largo de la historia, la cercana cuenca minera que comienza  al noroeste, en Aznalcóllar, y que continúa por Riotinto y Tharsis, que  lleva en explotación miles de años y de las que tantas culturas se han beneficiado (Edad del Bronce, Tartessos, Roma, cultura hispanoárabe).

Pues bien, en este lugar tan bonito y fuente de tanta riqueza, el 25 de abril del año 98, hace 19 años, ocurrió una catástrofe ecológica de gran magnitud: la rotura del muro de contención de una presa donde se almacenaban los lodos de las minas de Aznalcóllar. Esto provocó una catarata  negra de 7 millones de m3 de lodos y aguas ácidas, por la alta concentración en metales pesados, que se derramaron por los cauces del rio. El olor a azufre era el hedorCristóbal_sala de la destrucción y de la muerte que llenó todo de color negro. Cuando a la mañana siguiente los técnicos contemplaron esa lengua espesa que inundaba un kilómetro de ancho en los márgenes del río, se sintieron incapaces de valorar y afrontar lo que tenían delante de sus ojos. Bajo ese fango tóxico agonizaban 30.000 kilos de peces. Ese día  los más importantes informativos de todo el mundo, contaron en sus portadas lo sucedido por la rotura de la balsa, y ponían imágenes de un templete blanco que cobija a una imagen de la Virgen del Rocío en el Vado del Quema, lugar emblemático para los rocieros de todo el mundo, rodeado completamente de una mancha negra que había venido arrasando desde más 40 km río arriba.

La avaricia, el gran saqueo de la naturaleza, que se permitió en los buenos años 80 para la minería de la zona y el crecimiento sin control, llevaron a descuidar la presión que los residuos ejercían sobre las paredes de la balsa. Y el cataclismo sucedió. Para colmo las lluvias desde el 4 de mayo a 4 de junio, con los suelos agrietados por la sequedad de la fecha, dieron origen a una macroporosidad que aventuraba un desastre aún mayor. Todos parecían factores que agravaban el problema. La recuperación del río, decían los expertos, tardaría medio siglo.

Aljarafe_5Tengo un amigo que estuvo trabajando en el proceso de recuperación y restauración de la zona. Con él de guía, junto con la familia de mi hermano y mi hija, nos adentramos en el Corredor verde, en parte de los 50 km que nacieron de aquel desastre. “Fue una mezcla de buena suerte y de acertada gestión, no digo perfecta, pero sí acertada”. La decidida intervención de las administraciones públicas, permitió una rápida retirada de lodos, posteriormente, la aplicación de medidas de descontaminación y la restauración de una amplia superficie, tanto en la marisma como en la zona de vegas y riberas,  mediante  el tratamiento de los suelos y la reforestación y cuidado de su flora y su fauna. Los escasos restos de la catástrofe, sus tenues cicatrices, aparecen hoy todavía en formas de marcas. En los árboles se percibe una línea negra que es la altura que alcanzó el vertido. “La biodiversidad de la zona afectada es hoy mejor que antes del desastre. Hay más nutrias, 144 especies de aves, los anfibios, que son un termómetro de la salud de un rio, regresaron. Casi ni se fueron. La fuerza de la vida inscrita en cada criatura sorprendió a los expertos, con renacuajos naciendo en aguas con niveles de toxicidad altísimo, con especies vegetales como el taraje que descubrieron como grandes absorbentes del arsénico del suelo, con el descubrimiento por parte de los edafólogos de cómo los suelos actuaron como autodepuradores, evitando que parte de los metales alcanzaran el subsuelo y los niveles freáticos de los acuíferos.

Aljarafe_3Pero sobre todo me impresionó la visita a una de las llamadas “parcela testigo”. Un pequeño espacio con un murete de 60 cm de altura donde los científicos no tocaron y dejaron el vertido tal como estaba en aquellos días. Se ha querido saber cómo hubieran actuado los metales pesados sobre el suelo. También ahí ha habido milagro: ha crecido vegetación con la llegada de suelo y de semillas traídas de los contornos por el viento y por los anuales desbordamientos del río; las hormigas, tras las bajas de las primeras exploradoras, han creado colonias y están oxigenando el suelo. Hay vida hasta en ese veneno. Mi amigo nos recordó una excursión de ingenieros ingleses y cómo uno de ellos pidió permiso para recoger un poco de fango envenenado de esta parcela testigo. “Lo guardó como un tesoro en un botecito. Aquí, dijo, se produjo un desastre único y, después, una resurrección única. Una vez que la vegetación alcance un nivel adecuado de desarrollo, este territorio está invitado a convertirse en un excepcional paisaje de ribera y llanura aluvial”.

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“Tenía la impresión de percibir, quizás por una gracia especial de Dios, la presencia de Dios bajo las cosas. Por ello, si los pinos estaban dorados por el sol, los arroyos caían en cascadas brillantes, si las margaritas y las demás flores y el cielo estaban en fiesta por el verano, más fuerte era la visión de un sol que estaba debajo de todo lo Creado. Veía, en cierto modo, creo, a Dios que sostiene, que rige las cosas.

Y Dios bajo las cosas hacía que ellas no fuesen así como nosotros las veíamos, todas estaban ligadas entre ellas por amor, todas –por así decirlo—la una enamorada de la otra. Por lo que si el arroyo terminaba en el lago era por amor. Si un pino se levantada junto a otro era por amor.

Y la visión de Dios bajo las cosas, que daba unidad a lo Creado, era más fuerte que las mismas cosas; la unidad de todo era más fuerte que la distinción de las cosas entre ellas.”

Chiara Lubich

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