El 10 de mayo de 2001 Chiara Lubich, de visita en Eslovaquia, se reúne con un grupo de parlamentarios; habla de fraternidad y amor, y de la necesidad que Europa tiene de ambas cosas en este siglo.
Publicamos la respuesta que ofrece a la parlamentaria Malíková, quien pregunta: “¿Cuál es su opinión respecto a los bombardeos en la ex-Yugoslavia y la aportación de los Países del Occidente europeo en este caso preciso? Se ha hablado de la construcción de nuevos puentes; en este caso, por el contrario, se han destruido varios puentes, los reales y los simbólicos: entre los pueblos y entre los cristianos, se han destrozado muchas iglesias cristianas. Gracias.”
Chiara Lubich: Mi impresión es ésta, señora: que en Yugoslavia y también en otros lugares, naturalmente del mundo de hoy, sucede lo que por desgracia siempre ha sucedido en la historia, y también todavía en la época moderna, cuando los hombres no se reconocen como hermanos más allá de la piel, más allá de la lengua, más allá de las nacionalidades, más allá de la edad, más allá del sexo, más allá de todo. Esto es lo que sucede, es lo que sucede. Por tanto, verdaderamente me parece que el remedio -que en el fondo es tan sencillo- de la fraternidad, de reconocerse hermanos, es un remedio… sería un remedio útil, utilísimo, diría necesario para dar un vuelco a este planeta nuestro.
Nosotros estamos presentes también allí. Yo he estado, recientemente, bastante cerca de donde estaban combatiendo, porque estuve en Eslovenia, en Croacia, etc. Y también estamos allí dentro. Los focolarinos viven, verdaderamente han vivido momentos heroicos, allá solos, en medio de esas situaciones, de esos bombardeos. Tratamos de establecer vínculos primeramente entre las personas, así como es posible por las barreras de la guerra y somos de todas aquellas nacionalidades, de todas. Pero para nosotros no existe distinción alguna. Verdaderamente en nuestro Movimiento, gracias a Dios, porque es obra suya, el amar la patria de los demás como la propia es un resultado normal. Si me preguntaran también a mí: “Chiara ¿amas más Eslovaquia o Italia?” Sinceramente yo amo a las dos igualmente como a América, como a Brasil, como a Filipinas, como… Basta moverse un poco en este sentido de la fraternidad, sentir que todos somos hijos de un único Padre y se resuelven todos los problemas del mundo. Me parece que todos.
Lo importante, señora, es que empecemos, nos comprometamos, comencemos personalmente.
Nosotros hablamos a menudo de un arte, que llamamos “el arte de amar”, lo hemos sacado del Evangelio, en muchos años de vida según el Evangelio. Tiene exigencias especiales, no es un amor cualquiera, como el que conocemos en el mundo. La primera exigencia es que ama… este amor ama a todos; para este amor no existe persona simpática o antipática, bella o fea, eslovaca, italiana o francesa; no existen estas diferencias. En este arte de amar, que se desprende del Evangelio, hay que amar a todos. Esto ¿por qué? Porque el Evangelio nos dice que el Eterno Padre manda el sol y la lluvia sobre los justos y sobre los pecadores.
Probemos, señora, prueben ustedes, señores, a empezar a amar verdaderamente durante la jornada a todos y verán cómo poco a poco se desencadena a su alrededor la revolución cristiana, porque las personas se quedan impresionadas y antes o después corresponden también a este amor por lo cual se establecen vínculos; se sale de lo que es el amor limitado hacia la propia familia, los hijos, el marido o hacia los amigos o los colegas de trabajo, se va más allá, se ama a todos, a todos: desde la vendedora de fruta al portero, al diputado quizás que colabora con usted, al presidente, a todos. Es la primera exigencia de este arte de amar. Este arte que es el que lleva adelante la fraternidad.
Respuesta completa en la página web del Centro Chiara Lubich.