Meditaciones en la zanja

 
Una experiencia en el confinamiento. Por Jesús García.

A los pocos días de haberse declarado el estado de alarma se empezaban a extender todo tipo de  comentarios, desde falsas noticias hasta mensajes apocalípticos; desde groseras ofensas a personas públicas hasta juicios sumarios y calumnias; y todo ello junto a esos aplausos vespertinos que, de una u otra forma, nos hacía experimentar una sociedad deseosa de recomponerse y con ansias de salir reconstruida desde la gratitud y el perdón. Junto a ello, más allá de su buena intención, me llegaban mensajes de ánimo que, en muchos casos me parecían algo superficiales y que se me presentaban como el deseo de recuperar una especie de Arcadia feliz en la que creíamos vivir pero que, en cuestión de  días, se había esfumado sin perdonar a nadie…

Los hechos se iban sucediendo. Mientras crecía en silencio un bosque de solidaridad, ayuda, cariño, donación y entrega, se ponía de relieve es ruido de esos árboles cargados de desesperanza, rencor e intereses -a veces- espurios  que caían mientras mucha gente sufría.

Me parecía (no sé si justificadamente o no) que una sensación de desengaño, abatimiento, desconfianza y fractura se iba instalando y ocupando más espacio del que debiera.

Hablaba con personas, algunas más cercanas, otras menos y todas ellas de buena voluntad, que, mientras me expresaban sus estados de ánimo me pedían una razón, un “sentido”.  Muchas me manifestaban una cierta insatisfacción al recibir ciertos mensajes que, con sus mejores intenciones, les resultaban superficiales o llenos de lugares comunes; bienintencionados pero que se quedaban ahí…que les aportaban poco.

Además, muchos amigos y amigas hacían referencia a aquellos momentos de sencilla profundidad que habíamos vivido tomando una cerveza, un café o, simplemente, paseando.

Todo ello me llevaba a sentir, no sin un profundo dolor que, además de esa pobreza material devastadora, inmoral, injusta y ominosa que se iba extendiendo casi más que el coronavirus, fruto de nuestro egoísmo y de nuestra incapacidad como sociedad para responder, en líneas generales, a esta situación, había otra pobreza, que ahora daba la cara cuando el miedo y la fragilidad se habían sentado en primera fila en nuestras vidas; la pobreza del alma, del sentido, de una esperanza válida y profunda.

Pobreza que, de alguna manera también se iba asentando en mí.

Así pues, y gracias que este periodo me había dado la posibilidad de cierto silencio interior -además de mucho tiempo para reflexionar, empecé un discreto viaje a mi interior, sin máscaras ni paños calientes; un viaje a ese “interior” que gracias a muchos hermanos y hermanas que, a lo largo de mi vida, me habían acompañado y habían enriquecido mi existencia de recursos que, gratuitamente había recibido y, ahora, con la misma gratitud, debía comunicar; especialmente, aquellos que el Carisma de la Unidad me había regalado.

Así, poco a poco, se fueron disipando ciertas nieblas y aclarando algunas ideas profundas; ni el dolor, ni el miedo, ni la sensación de vulnerabilidad desaparecían; ni siquiera encontraba “razones” para alejar la preocupación o encontrar una serenidad fácil. Pero me daba cuenta de que al menos, en ese esfuerzo  encontraba el “sentido”.

Creí advertir que ese encuentro con el sentido no debía quedármelo para mí.

Así pues, y no sin reparos, empecé a grabar unos videos cortos, muy domésticos y técnicamente muy sencillos y rudimentarios.  En ellos expresaba aquello que era fruto de esa “interioridad” (ahora descarnada y trágica) pero que me hacía estar en pie aquí y ahora.

Y debía expresarme por compartir mis emociones y sentimientos, lejos de esa pretensión del “me gusta” y, mucho más lejos de recibir respuesta… más bien, esperaba ciertas críticas.

Mi sorpresa fue que, tras aquel envío, me empezó a llegar un aluvión de mensajes de agradecimiento, de recuperación de la esperanza y el ánimo; de personas que recuperaban el sentido, que decían respirar un aire “más limpio” o que decía “abrir una ventana” al horizontes más amplios.

Y, lo que me causó más perplejidad,  me pedían “por favor” si los podían compartir con familiares, amigos, colegas, etc.

Así, hasta hoy, he podido producir 7 videos en los que pongo en común ideas, sentimientos, vivencias personales pero, cada vez más, con la sensación de estar el salón de casa con tantos de los amigos, amigas que, gracias a Dios, hay en mi vida.

Poco a poco los vídeos se han ido extendiendo, desde la familia a los amigos de los amigos y sus familiares, antiguos y actuales alumnos, compañeros… hasta el punto de que los comparten algunas revistas, Instituciones e, incluso, el blog de una profesora universitaria que los utiliza en el ámbito de la Inteligencia Emocional; me han llegado ecos de Italia, de Argentina, de Croacia, y ahora en Portugal, donde un grupo de amigos del Movimiento de los Focolares ha decidido subtitularlos y, junto a una psicóloga, hemos empezado a darles una nueva “forma” adaptada a aquel país y a nuevos contextos.

El miedo, la sensación de fragilidad y de inseguridad siguen ahí…pero con un sentido nuevo y… compartido.

Estos vídeos, además, han sido la oportunidad de entrar en contacto y dialogar con personas de muy diversa categoría intelectual cultural o religiosa.

Acceso a los videos de la serie Meditaciones en la zanja.

 

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