Lavar los pies

 
Palabra de Vida de abril de 1982.
Sieger Köder

Origen y fruto al tiempo del Movimiento de los Focolares es la vida de la Palabra. Chiara Lubich y sus primeros compañeros empezaron a leer las sagradas escrituras –lo único que se llevaban a los refugios durante la II Guerra Mundial– y a vivirlas… vida que iluminaba a su vez las nuevas palabras. Y al ser la espiritualidad de los Focolares una espiritualidad de comunión, también se comunica cómo se vive y sus frutos; para ello en multitud de lugares del mundo se realizan los encuentros de Palabra de Vida, experimentando así que la palabra de Dios está viva y se actualiza en la vida de cada uno y todos juntos.

Proponemos para esta Semana Santa, la Palabra de Vida de abril de 1982[1]:

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”(Jn 13, 14).

Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús se quita el manto, se ciñe una toalla y, después de llenar un lebrillo con agua, lava los pies a sus discípulos.

Pedro no quiere: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?».

Pero el Maestro lo convence: solo así Pedro podrá «tener parte» con Él, es decir, podrá estar en comunión con Él. Alude a la traición de Judas; y, después de lavar los pies a todos, se sienta y dice:

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.

Dicho esto, continúa:

«Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros… Sabiendo esto, seréis dichosos si lo ponéis en práctica».

«Seréis dichosos…».

El servicio recíproco, el amor mutuo que Jesús enseña con este gesto desconcertante es una de las bienaventuranzas que Él enseñó.

Cuando los cristianos pensamos en las bienaventuranzas, recordamos inmediatamente la lista que sigue:

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran…Bienaventurados los que tienen hambre…», etc…

Por su parte el evangelista Juan recuerda otras dos bienaventuranzas: la de la fe, por la que llama bienaventurados a los que creen sin ver, y la del amor, por la que son bienaventurados los que se aman recíprocamente.

La Palabra de Vida de este mes nos invita a gozar de esta segunda bienaventuranza, que se alcanza comprendiendo la enseñanza de Jesús y poniéndola en práctica.

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.

Lavar los pies…

No cabe duda: este gesto de Jesús es una ilustración clara, concreta y eficaz del mandato del amor; Jesús quiere enseñar a sus discípulos esa humildad que es la base del amor.

Este gesto, al ser un acto de purificación, también se interpreta como una alusión a los sacramentos; al bautismo, por ejemplo.

Nos recuerda sin duda la paradoja de la encarnación: un Dios que se hace hombre.

Y aún más: al lavar los pies de los apóstoles, Jesús es la imagen y la transparencia del Padre; dice quién es Dios: Dios es amor.

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.

Jesús realiza un servicio que en aquella época ejercían los esclavos: lavar los pies a sus amos o a ciudadanos libres. Con su actitud, Él, Señor y Maestro, muestra claramente que no ha venido a que le sirvan, sino a servir. Para Él lavar los pies no es un acto aislado de amor o de humildad, sino el símbolo de toda su conducta, de su amor, que llega incluso a dar la vida.

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.

Precisamente porque Jesús es el Señor y el Maestro, su ejemplo se convierte en norma para los suyos. La comunidad cristiana –luego también cada uno de nosotros– es invitada a convertirlo en la regla de oro de su vida. Poco después Jesús lo expresará como ley fundamental de la Iglesia: el discípulo debe amar a sus hermanos como Él mismo nos amó.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, la costumbre de lavar los pies a los huéspedes se difundió pronto entre los primeros cristianos. Una de las cualidades requeridas a una viuda cristiana era lavar los pies a los «santos». La liturgia del Jueves Santo lo perpetuará.

“Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros”.

Entonces, ¿cómo viviremos durante este mes esta Palabra?

La imitación que Jesús nos pide no consiste en repetir literalmente su gesto, aunque hemos de tenerlo siempre ante nosotros como ejemplo luminosísimo e incomparable.

Imitar a Jesús significa comprender que los cristianos tenemos sentido si vivimos «por» los demás, si concebimos nuestra existencia como un servicio a los hermanos, si planteamos toda nuestra vida sobre esta base.

Entonces habremos realizado lo que Jesús más desea.

Habremos entendido el Evangelio.

Seremos verdaderamente dichosos.

Chiara Lubich


[1] Extraído de: Chiara Lubich: Palabras de Vida (1943-1990). Madrid: Ciudad Nueva, 2020. Preparado por Fabio Ciardi.

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