Jesús ha entrado en Jerusalén y es aclamado por el pueblo como «hijo de David», un título regio que el Evangelio de Mateo atribuye a Cristo, que vino a proclamar el inminente advenimiento del Reino de Dios.
En este marco se desarrolla un singular diálogo entre Jesús y un grupo de personas que le hacen preguntas. Unos son herodianos y otros fariseos, dos grupos con diversidad de opinión respecto al poder del emperador romano. Le preguntan si considera lícito o no pagar las tasas al emperador, para así obligarlo a alinearse a favor o contra el César y tener de qué acusarlo. Pero Jesús responde preguntando, a su vez, de quién es la efigie impresa en la moneda de curso legal. Y como es la efigie del emperador, responde:
«Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios».
Pero ¿qué se le debe al César y qué a Dios?
Jesús reclama el primado de Dios, pues así como en la moneda romana está impresa la imagen del emperador, en cada persona humana está impresa la imagen de Dios.
La misma tradición rabínica afirma que todo hombre ha sido creado a imagen de Dios (cf. Gn 1, 26), usando el ejemplo de la imagen impresa en las monedas: «El hombre acuña muchas monedas con un mismo sello y todas se parecen unas a otras. En cambio, el rey de los reyes, el Santo –bendito sea– acuñó a todos los hombres con el sello del primer hombre y, sin embargo, ninguno de ellos se parece a su compañero»1.
Así pues, solo a Dios podemos dar todo nuestro ser, solo a Él pertenecemos y en Él encontramos libertad y dignidad. Ningún poder humano puede pretender semejante fidelidad. Si hay alguien que conoce a Dios y puede ayudarnos a darle su justo lugar, de nuevo es Jesús. Para él, «[…] amar significó cumplir la voluntad del Padre, poniendo a su disposición mente, corazón, energías, la misma vida: se entregó por completo al proyecto que el Padre tenía para Él. El Evangelio nos lo muestra siempre totalmente orientado al Padre […]. A nosotros también nos pide lo mismo: amar significa hacer la voluntad del Amado, sin medias tintas, con todo nuestro ser. […] En esto se nos pide la mayor radicalidad, porque a Dios no se le puede dar menos que todo: todo el corazón, toda el alma, toda la mente»2
«Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios».
¡Cuántas veces nos encontramos ante dilemas, decisiones difíciles que pueden arrastrarnos a la tentación de una salida fácil! También Jesús es puesto a prueba ante dos opciones ideológicas. Pero Él lo tiene claro: la prioridad es la venida del reino de Dios, con el primado del amor.
Dejémonos interpelar por esta Palabra: ¿nuestro corazón está deslumbrado por la notoriedad, por una carrera fulminante?, ¿admira a las personas de éxito, a los influencers? ¿Quizá atribuimos a las cosas el lugar que le corresponde a Dios?
Con su respuesta, Jesús propone un salto de calidad, invitándonos a un discernimiento serio y bien fundado en nuestra escala de valores.
En lo profundo de nuestra conciencia podemos escuchar una voz, a veces sutil y tal vez dominada por otras voces. Pero podemos reconocerla: es la que nos empuja a buscar sin descanso caminos de fraternidad, y la que nos alienta siempre a renovar esta opción, incluso a costa de nadar a contracorriente.
Es un ejercicio fundamental para sentar las bases de un auténtico diálogo con los demás, para encontrar juntos respuestas adecuadas a la complejidad de la vida. Lo cual no significa escabullirse de nuestra responsabilidad personal para con la sociedad, sino más bien ofrecerse para servir de modo desinteresado al bien común.
Durante la reclusión que lo llevaría a ser ejecutado por su resistencia civil al nazismo, Dietrich Bonhoeffer escribe a su novia: «No concibo la fe que huye del mundo, sino la que resiste en el mundo y ama y permanece fiel a la tierra, a pesar de todas las tribulaciones que esta nos procura. Nuestro matrimonio debe ser un sí a la tierra de Dios, debe reforzar en nosotros la valentía de obrar y de crear algo en la tierra. Me temo que los cristianos que se atreven a estar en la tierra con un solo pie, estarán con un solo pie también en el cielo»3
LETIZIA MAGRI y el equipo de la Palabra de vida
[1] Misná Sanedrín, 4, 5.
[2].C. Lubich, Palabra de vida, octubre de 2002, en Ciudad Nueva n. 391 (10/2002), pp. 24-25
[3]. D. Bonhoeffer, M. von Wedemeyer, Lettere alla fidanzata, Cella 92, Queriniana, Brescia 1992, 48