Jesús está llegando a Betania, donde Lázaro lleva muerto cuatro días. Informada de ello,
su hermana Marta corre esperanzada a su encuentro. Jesús los quería mucho a ella, a su
hermana María y a Lázaro, como subraya el Evangelio (cf. Jn 11, 5). Aun en medio del dolor,
Marta manifiesta al Señor su confianza en Él, convencida de que si hubiese estado presente
antes de morir su hermano, este seguiría vivo, pero que incluso ahora, cualquier petición que
hiciera a Dios sería atendida. «Tu hermano resucitará» (Jn 11, 23), afirma entonces Jesús.
«¿Crees esto?»
Después de haber aclarado que se refiere a la vuelta de Lázaro a la vida física aquí y ahora,
y no solo a la que le espera al creyente después de la muerte, Jesús le pide a Marta la adhesión
de la fe, y no solo para realizar uno de sus milagros –que el evangelista Juan llama «signos»–,
sino para otorgarle a ella, como a todos los creyentes, una vida nueva y la resurrección. «Yo
soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25), afirma Jesús. Y la fe que le pide es una relación
personal con él, una adhesión activa y dinámica. Creer no es como aceptar un contrato que se
firma una vez y ya no se vuelve a mirar, sino un hecho que transforma e impregna la vida
diaria.
«¿Crees esto?»
Jesús invita a vivir una vida nueva aquí y ahora. Nos invita a experimentarla cada día,
sabiendo que, como hemos vuelto a descubrir en Navidad, él mismo nos la ha traído, tomando
la iniciativa de venir a buscarnos y viniendo entre nosotros.
¿Cómo responder a su pregunta? Miremos a Marta, la hermana de Lázaro.
En el diálogo con Jesús le brota una profesión de fe plena en él. El original griego la
expresa aún con más fuerza. El «yo creo» que ella pronuncia significa «he alcanzado a creer»,
«creo firmemente» que «tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que iba a venir al mundo» (cf. Jn 11,
27), con todas las consecuencias. Es una convicción madurada con el tiempo, puesta a prueba
en las diversas circunstancias que ha afrontado en la vida.
El Señor me dirige su pregunta también a mí. También a mí me pide una confianza
generosa en él y la adhesión a su estilo de vida, fundado en el amor generoso y concreto a
todos. La perseverancia madurará mi fe, que se reforzará al constatar día tras día la verdad de
las palabras de Jesús puestas en práctica, y que no dejará de expresarse en mi actuar diario
con todos. Para empezar, podemos hacer nuestra la oración de los apóstoles a Jesús:
«Auméntanos la fe» (Lc 17, 5).
«¿Crees esto?»
«Una de mis hijas había perdido el trabajo a la vez que todos sus compañeros, ya que el
gobierno había cerrado la agencia pública donde trabajaban –cuenta Patricia, de
Latinoamérica–. Como forma de protesta, habían organizado una acampada ante la sede. Yo
procuraba apoyarlos participando en algunas de sus actividades, llevándoles comida o
simplemente parándome a hablar con ellos. El Jueves Santo, un grupo de sacerdotes que los
acompañaba decidió celebrar una ceremonia en la que se ofrecían también espacios de
escucha, se leyó el Evangelio y se llevó a cabo el gesto del lavatorio de pies en recuerdo de lo
que había hecho Jesús. La mayor parte de los presentes no eran personas religiosas; sin
embargo, fue un momento de profunda unión, fraternidad y esperanza. Se sintieron
abrazados, y, emocionados, daban las gracias a aquellos sacerdotes que los acompañaban en
medio de la incertidumbre y el sufrimiento».
Esta palabra de Jesús ha sido elegida como lema para la Semana de oración por la unidad
de los cristianos de 2025. Así pues, recemos y apliquémonos para que nuestra creencia común
nos mueva a buscar la fraternidad con todos: esta es la propuesta y el deseo de Dios para la
humanidad, pero requiere nuestra adhesión. La oración y la acción serán eficaces si nacen de
esta confianza en Dios y de nuestro actuar en consecuencia.
Silvano Malini y el equipo de la Palabra de Vida