La aventura de la unidad nació de un carisma del Espíritu, en la persona de Chiara Lubich. Al menos cinco Papas han dado testimonio de ello, así como innumerables personalidades de la cristiandad entera. Un “don” que muy pronto, es más, se podría decir que enseguida, se definió como eminentemente comunitario, colectivo.

La joven maestra de Trento, en julio de 1943, todavía antes de consagrarse a Dios, había conocido  a Natalia Dallapiccola, que será su primera compañera en el focolar de la Plaza de los Capuchinos, y le había dicho: «Es necesario dar a conocer a Dios: Él es bondad, paciencia y misericordia, pero también belleza, amor, luz para todas las mentes». Y enseguida comunicó su consagración del 7 de diciembre de 1943 a Doriana Zamboni, para todos Dori, a la que daba clases de Filosofía. Ya en octubre de ese año le había dicho: «Nosotras queremos hacer  algo nuevo. No sé si has visto alguna vez un claustro con todas  sus columnas. Pues bien, nosotras queremos hacer un claustro donde las columnas son personas vivas y en medio del jardín que rodean hay una fuente de agua viva: Jesús».

En los episodios del Movimiento naciente, o más bien del grupo de chicas y muchachos que se había formado a su alrededor, aunque se tenía una convicción muy clara de que el Carisma  se le había dado a Chiara,  inmediatamente aparecen junto a ella sus primeras compañeras y sus primeros compañeros que colaboran de un modo muy especial con ella. Son todos ellos personas que, aunque manifestaban personalidades muy definidas, quien rico de estudios y quien en cambio sólo con estudios elementares, quien profesor y quien electricista, llevan la marca indeleble de la unidad en todos los acontecimientos de sus vidas:  de hecho, cada una y cada uno de ellos, al entrar en contacto con el Carisma de la unidad, cambió radicalmente su vida, poniéndola a su servicio.

Pensamos en Giosi Guella, en la que Chiara reconoció “la encarnación” todo lo que se refiere a la “parte interna” de su Carisma, a la vida “en casa”, dirigida a conservar la “llama” encendida entre ellos. Y pensamos también en Graziella De Luca, joven ferviente y dinámica, en quien Chiara en cambio advirtió sintetizado, de alguna forma, todo su carisma dirigido hacia “lo externo”, la irradiación al mundo de la luz recibida. Entre ellas dos está Natalia Dallapiccola, quien en la luz de Chiara, representa a aquella persona en quien de alguna forma se sintetizan  estas dos “dimensiones”: «En ella lo externo y lo interno hacen unidad», escribía Chiara en octubre de 1950. Chiara de alguna forma, a menudo claramente, “veía” o “reconocía” los distintos aspectos del Carisma. Los veía en las aptitudes humanas de cada una o cada uno, pero “clarificados”, purificados, enaltecidos por el Espíritu. Cada una de sus primeras compañeras y de sus primeros compañeros de alguna forma se convirtió en un segmento del designio total de la Obra que estaba naciendo.

Algunas de estas personas ya han dejado este mundo, mientras que otras  continúan su Obra, hasta el final, hasta sus últimas energías. De una forma fuera de lo común, ellas forman una sola cosa, un cuerpo, indisolublemente unido a la fundadora, como testimonio de la “santidad colectiva”, o comunitaria, que es parte integrante del Carisma de la Unidad.

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