Palabra de Vida – Enero 2013

 
“Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios”. (Mt 9,13)*

Enero 2013

“Vayan y aprendan qué significa:                                                           Yo quiero misericordia y no sacrificios”1

(Mt 9,13)*

 ¿Recuerdas cuándo pronunció Jesús las palabras: “yo quiero misericordia y no sacrificios”?

Mientras estaba sentado a la mesa, algunos publicanos y pecadores se pusieron a comer con él. Al ver esto, los fariseos presentes les dijeron a sus discípulos: “¿Por qué su maestro come con publicanos y pecadores?”. Y Jesús, al sentir estas palabras, respondió: “Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios”.

Jesús cita una frase del profeta Oseas demostrando que aprecia el concepto que contiene; se trata en efecto de la norma según la cual él mismo se comporta. Expresa el primado del amor por sobre cualquier otro mandamiento, sobre cualquier otra regla o precepto.

Esto es el cristianismo: Jesús vino a decirnos que Dios quiere que prime el amor en la relación de todos nosotros –hombres y mujeres– con los demás. Y que esta voluntad de Dios ya había sido anunciada en las Escrituras, tal como demuestran las palabras del profeta.

El amor es para todo cristiano el programa de su vida, la ley fundamental de su actuar, el criterio de su accionar.

El amor debe tomar siempre la delantera frente a otras leyes. Más aún, el amor a los demás debe ser para el cristiano la base sólida sobre la que puede llevar a cabo con legitimidad toda otra norma.

Jesús quiere amor y la misericordia es una de sus expresiones.

Él quiere que el cristiano viva de esta manera porque así es Dios.

Para Jesús, Dios es antes que nada el Misericordioso, el Padre que ama a todos, que hace salir el sol y llover sobre buenos y malos.

Dado que ama a todos, Jesús no teme estar con los pecadores y de esa forma nos revela quién es Dios.

Por lo tanto, si Dios es así y si Jesús también lo es, nosotros debemos alimentar los mismos sentimientos.

“Yo quiero misericordia y no sacrificios”. Si no tenemos amor por el hermano, nuestro culto no es del agrado de Jesús. No acoge nuestra oración o la asistencia a la Eucaristía y las ofrendas que podamos hacer si no florecen desde nuestros corazones en paz con todos, ricos de amor para con los demás.

¿Recuerdas esas palabras suyas tan incisivas en el sermón de la montaña? “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo, 23-24).

Estas palabras nos indican que el culto que a Dios más le gusta es el amor al prójimo, que debe ser la base incluso del culto a Dios.

Si quisieras hacerle un regalo a tu padre mientras estás encolerizado con tu hermano (o tu hermano contigo), ¿qué te diría él? “Ponte en paz con tu hermano y luego ven a traerme el regalo que quieras”.

Pero hay más aún. El amor no es sólo la base del vivir cristiano. Es también el camino más directo para estar en comunión con Dios. Lo afirman los santos, testigos del Evangelio que nos precedieron; lo experimentan los cristianos que viven su fe: si ayudan a sus hermanos, sobre todo a los más necesitados, crece en ellos la devoción, se acrecienta la unión con Dios, advierten que existe una relación entre ellos y el Señor, y tienen más alegría en sus vidas.

¿Cómo vivir entonces esta nueva Palabra de vida?

No estableciendo discriminaciones entre las personas con las que tenemos contacto, no marginando a nadie, sino ofreciendo a todos cuanto podamos dar, a imitación del Padre. Componiendo las pequeñas o grandes desavenencias que disgustan al Cielo y amargan la vida, y no permitiendo que la noche nos sorprenda enojados con nadie, como dice la Escritura (cf Efesios, 4, 26).

Si nos comportamos de esta forma, todo lo que hagamos será grato a Dios y permanecerá en la eternidad. Tanto al trabajar como al descansar, en el juego o en el estudio, al estar con los hijos o al acompañar a la mujer o al marido durante un paseo, tanto al rezar o al cumplir las prácticas religiosas propias de la vocación cristiana… todo, todo, todo será materia prima para el Reino de los Cielos.

El Paraíso es una casa que se construye aquí y se habita en el más allá. Y se la construye con el amor.

Chiara Lubich

 Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

* Este texto fue publicado por primera vez en junio de 1996

1 cf Oseas 6,6