“Siempre traté de aceptarlo todo”

 

Nota de la redacción: Esta entrevista ha sido realizada meses atrás y publicada en el número 536 de Cn Revista. Lamentablemente en el día de hoy, y con el ejemplar en la calle, nos hemos enterado del fallecimiento de Mons. Lucas Donelly, a quien queremos recordar en las pinceladas de José María Poirier.


Lucas Luis Donnelly Carey,
 obispo emérito de Deán Funes, Córdoba, nació en esa provincia en 1921. Sus padres (Nicolás e Inés) eran argentinos también, ambos descendientes de irlandeses. Lo encuentro en la Mariápolis de O’Higgins, donde vive desde hace años.

Me impresiona cierta dureza en la pronunciación que delata que la primera lengua en su infancia fue la inglesa, el idioma familiar en el campo. Recuerdo haber conocido, hace años, a una criolla de varias generaciones descendiente de colonos irlandeses: para rezar y para hacer las cuentas recurría al inglés, el idioma familiar de la infancia.

Lucas fue el sexto de once hermanos. “Me tocó estar justo en el medio”, comenta no sin añoranza. Fueron seis varones y cinco chicas. Con la madre se hablaba en inglés, claro, pero con los peones, la cocinera y después en el colegio, en castellano. “Vivíamos en Villa Nueva, río de por medio con Villa María –explica-–, pero con la crisis del año 30 mi padre perdió todo lo que teníamos”.

Desde chico decidió que sería mercedario. “En realidad –comenta– yo quería ser jesuita, porque me sentía atraído por un predicador de la Compañía que hablaba de los mártires rioplatenses, pero mi hermano Pío, que quería ser mercedario, me convenció. Me dijo que así podríamos estar toda la vida juntos… y, de alguna manera, así fue efectivamente, murió hace tres años”. Lucas se emociona con el recuerdo y guarda silencio un momento.

La Orden de los Mercedarios fue fundada en 1218 por san Pedro Nolasco para la redención de los cristianos cautivos en manos de musulmanes y cuenta con una historia extraordinaria. Nació como una comunidad religioso-militar y, con el paso del tiempo, redefinió su especificidad como la vocación a “liberar a los más débiles en la fe”. Están presentes en 22 países de Europa, América, África.

En las constituciones de la Orden, actualmente en vigor, se dice: “Las nuevas formas de cautividad constituyen el campo propio de la misión y cuarto voto mercedarios, se dan allí donde hay una situación social en la que concurren las siguientes condiciones: es opresora y degradante de la persona humana, nace de principios y sistemas opuestos al Evangelio, pone en peligro la fe de los cristianos y ofrece la posibilidad de ayudar, visitar y redimir a las personas que se encuentran dentro de ella”.

Lucas Donnelly inició sus estudios en Córdoba y los concluyó en Roma, en la Universidad Gregoriana dirigida por los jesuitas, donde se rendían todos los exámenes en latín. La tesis de doctorado en Teología fue sobre fray Silvestre de Saavedra, un intelectual mercedario del siglo XVI, quien fuera pintado nada menos que por Zurbarán. Elegido obispo-prelado de Deán Funes en diciembre de 1980, Donnelly recibió la ordenación episcopal en Roma en enero de 1981 de manos del papa Juan Pablo II. Le fue aceptada su renuncia por edad en enero de 2000, a los 79 años.

Entre las diferentes e importantes responsabilidades que tuvo que ejercer en su comunidad, fue profesor y formador de jóvenes religiosos. “Yo era rector –recuerda– durante la terrible persecución peronista. Todavía me pregunto cómo pude resolver y superar aquello”. Sobre sus ideas en el
ámbito filosófico señala: “Con el tiempo fui madurando lo estudiado en la juventud y comencé a diferir con mis colegas estrictamente escolásticos. Me puse a leer otras corrientes porque advertía que se preparaba un gran cambio en la Iglesia. Fue lo que después tomaría forma y sería rubricado en el Concilio Vaticano II, con Juan XXIII y Pablo VI. Yo no pensaba todavía como ahora pero ya me gustaba la tendencia a abandonar un poco las cosas antiguas y ensayar nuevas, sin descuidar lo principal”.

En los años finales de la década de 1950 conoció indirectamente el Movimiento de los focolares. Le impresionaron algunos testimonios de vida cristiana publicados por la revista Ciudad nueva. Luego trató a Victorio Sabbione y a Lía Brunet, e incluso a Chiara Lubich. Con los años llegó a ser uno de los obispos más allegados a la espiritualidad de la unidad.

Lucas en su silla de ruedas dice que ya no se vale solo como antes. Mira largamente por una ventana que da a la llanura mientras anochece. Me comenta que ahora lo acompañan más los recuerdos que la actualidad. “No tengo apetito –dice– y estoy débil. Rezo con la computadora, porque puedo leer con letras grandes en la pantalla; lo que más me gusta son los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles; y sobre el Antiguo Testamento releo los comentarios de san Bernardo. Me gusta escuchar música clásica… pensar que estudié piano y me gustaba, sobre todo Chopin”.

Tiene un trato elegante, la cabellera cana y los ojos claros. Reacio a comentar sus cosas, me confiesa sin embargo: “Siempre sufrí un cierto complejo de inferioridad, de no sentirme seguro, de no saber abrir nuevos caminos en la fe”.

Este hombre que desde joven defendió las opciones de los demás y se mostró muy respetuoso de la libertad de espíritu de cada uno, puede parecer algo pesimista pero es muy sincero. En efecto, me refiere: “En su momento, le dije al cardenal Raúl Primatesta que no estaba preparado para ser obispo, que no era capaz, pero él me respondió que el Papa sabía lo que estaba proponiendo”. Hoy admite que le preocupa la formación del clero. “A mí también ese tema se me escapaba de las manos”, admite con sorprendente sencillez.

¿Y cómo fueron sus comienzos en la prelatura? “Todo empezó muy pobremente –relata– y tuvimos que luchar mucho porque éramos muy pocos sacerdotes”.

Donnelly, cada tanto, cruza los brazos y se concentra. Acepta que le tocaron vivir “algunas cosas ingratas”pero que “siempre traté de aceptarlo todo por amor a Dios”. Y se queda callado otra vez. Menciona con gusto a Juan Pablo II: “Sentía con él una relación cercana; siempre que iba a Roma trataba de verlo o de escucharlo, habré tenido unas veinte ocasiones de estar con él en audiencias o en encuentros personales”. Pero, al mismo tiempo, afirma que ya no le interesa guardar fotos o textos de recuerdo. “Hoy los considero lastres, cosas viejas”.

Recuerda con aprecio a monseñor Omar Colomé, de Cruz del Eje, a Jorge Novak, de Quilmes, a Vicente Zazpe, de Santa Fe, a Justo Laguna, de Morón. “Voy perdiendo la memoria –dice–, ya no recuerdo muchas cosas que antes conocía, pero me consuelan la oración y la meditación”.

(José María Poirier – Revista Ciudad Nueva – Septiembre 2012 – www.ciudadnueva.org.ar)