Familia Burset: 26 años construyendo la Mariápolis

 
Tito y Marta Burset tienen 6 hijos: Guillermo, Gustavo, Diego, Jorgelina, María José y Adrián. Es la primera familia que se trasladó a la Mariápolis para dar su aporte.

Tito y Marta Burset tienen 6 hijos: Guillermo, Gustavo, Diego, Jorgelina, María José y Adrián. Es la primera familia que se trasladó a la Mariápolis para dar su aporte.

“Jesús también estaba entre las ollas y el griterío de los chicos”

Este testimonio fue contado por Marta en la Mariápolis Javier-Navarra, España, en agosto pasado en oportunidad de visitar a Jorgelina, que está en el focolar de Madrid.

Llevábamos diez años casados y teníamos cinco niños. Nos habíamos casado muy enamorados, pero nos parecía que en la vida de cada día el amor se desgastaba. ¿Amigos? Casi ninguno: nadie reunía todas las condiciones para serlo. Estábamos bien económicamente, pero algo faltaba en nuestra casa…

Hacía un tiempo que buscábamos algún tipo de convivencia donde pudiéramos participar toda la familia, y no sólo la pareja. Nos invitaron a una Mariápolis, nombre rarísimo. « ¿Qué será?». Como nos había invitado un sacerdote, nos fiamos. Dado que se llevaba a cabo en un lugar de playa, en el caso de que no nos gustara, nos habríamos ido al mar y listo.

Primer día, sofocados. ¡Mucho calor! Llegamos al hotel con los niños a darnos una ducha. Abro la canilla y sale el agua hirviendo. ¡Nada de fría! Bajamos a reclamar al conserje para que nos explicara. Era un señor de la Mariápolis, con carita de ángel, que sonreía y nos escuchaba. Mi marido y yo nos miramos y por lo bajo nos dijimos: «Con éste no conseguiremos nada».

Observábamos a las personas que nos rodeaban y eran un calco: todos sonreían y se paraban a saludarte sin prisa. «Bueno, aquí estamos con gente rara. ¿Tonta? ¿Dónde hemos venido a parar?». El servicio en los comedores, lo realizaban –lo supimos después– personas de la Mariápolis porque los camareros estaban de huelga…

Me había criado en una familia cristiana, de manera que tenía relación con Jesús; y para encontrarme con Él tenía que ir a la iglesia, a misa. Ya habían nacido cinco hijos con poca diferencia de tiempo, así que me era imposible ir a la iglesia, y dejé de asistir a misa. Dios estaba lejano; era sólo para algunos, no para mí.

Pero en esa Mariápolis comprendí que si amaba, Jesús estaba también entre las ollas y entre los ruidos de mis niños. Él lo había prometido: «Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20), luego también en casa.

Iban pasando los días y veíamos que todo en la relación entre las personas, todo giraba en torno al amor. Y así nos dimos cuenta de por qué estaban contentos. No eran tontos; amaban y Dios les resultaba cercano: estaba en cada persona. Yo también podía amar. El lema que nos proponían era: «Dios Amor, la gran aventura del hombre hoy».

Al finalizar la Mariápolis, mientras volvíamos a casa en el auto, nuestro hijo mayor, que entonces tenía 8 años, dice: «Qué fácil que era vivir; teníamos que amarnos». Es verdad que nos queríamos, pero en la Mariápolis habíamos descubierto una nueva dimensión del amor.

Días después de volver, uno de mis hijos, Gustavo, el de 7 años, llegó a casa todo manchado de barro. Un niño, vecino, se había peleado con él. Cuando lo vi, me enojé. ¡Cómo lo había dejado! Gustavo quería que fuera a discutir con la madre del niño, pero lo pensé un minuto y le dije: «¿Y si lo perdonás?» Me miró y dijo: «Dale, mami, lo perdono».

Nuestra vida cambió. La casa ya no estuvo nunca vacía de amigos. Cada persona es ahora un hermano a quien amar. Así nos hemos propuesto vivir siempre.

 

Una aventura que comenzó en Nochebuena

Ahora son Tito y Marta quienes nos cuentan como llegaron a la Mariápolis Lía.

Marta, Tito, sus hijos, hijos políticos y nietos

Pasaron los años, juntos nos habíamos propuesto vivir así en casa, en la escuela, en el trabajo, todo había cambiado. Con las personas que habíamos ido a esa Mariápolis del 74 comenzamos en Tandil a “encontrarnos” y caminar juntos.

Años hermosos haciendo la experiencia de sentirte una familia, con tantos amigos, relaciones profundas. Tiempo después nos mudamos a Buenos Aires, qué desafío, y nos dijimos: aún en esta inmensidad, sí, también aquí podemos seguir amando a cada persona que encontraremos. Formábamos parte de una comunidad, de la gran familia de los que viven el espíritu de la unidad, el Movimiento de los focolares.

Pasando algunos años, recordando que reunidos con todos nuestros hijos e impulsados por unas palabras de Chiara Lubich que nos resonaban dentro: “la disponibilidad de familias de trasladarse donde fuera necesario para el Movimiento”, dimos un si a la propuesta que nos hicieran Lía y Vittorio de ser una familia, habitantes estable de otra “ciudad”, la Mariápolis Lía. Nos trasladamos la Nochebuena de 1986.

Vivimos muchas alegrías en estos años, también dolores, acá primero el amor entre nosotros como pareja, como familia y con todos los habitantes de la Mariápolis. Una constante fue y es ver cada realidad desde aquellas palabras de Jesús, que escuchamos en nuestra primer Mariápolis: “Donde hay dos o más Yo estoy en medio de ellos”.

Un momento que hoy recordábamos de la relación con otros habitantes fue el día que veníamos en auto de Junín, traíamos un joven que estaba haciendo la experiencia en la Escuela gen de la Mariápolis, tiempos difíciles para nosotros, cuando M. sube al auto, los dos nos miramos, sabíamos que dejábamos nuestra preocupación de lado para amarlo. Al día siguiente M. nos dice: “gracias por ayer, es que vi la alegría de vivir en ustedes, ha sido causa de repensar y que me decida, me confirmo mi vocación como sacerdote”. M. ya hace más de 10 años que se ha ordenado.

Un día llega a casa O. con su familia, era un amigo de Buenos Aires, ahora vivían en Salta. Su esposa estaba internada en Buenos Aires desde hacía un tiempo, también se hacía diálisis, los médicos la autorizan para venir a la Mariápolis por un día, el motivo era que sus dos hijos recibirían su primera Comunión, lo harían y regresarían ese mismo día.

Los recibimos en casa, era una alegría y una sorpresa su llegada, nosotros dos, con nuestros hijos, nos pusimos de acuerdo y nos dijimos: ¿cómo no van a tener una fiesta? …y entonces manos a la obra!, cuando volvieron de la misa, el mejor mantel, globos, flores, guirnaldas, una ricas pizzas y claro no podía faltar la torta, fue fiesta para todos!

Ayer nuestro nieto Joaquín que tiene 8 años cuando hablábamos de que frase podíamos encontrar para poner en la tarjeta de navidad, dice: “comencemos a amar y terminaremos felices”. Nos miramos… que sintonía, con aquella frase que nuestro hijo de 8 años nos decía volviendo de nuestra primer Mariápolis: “que fácil que era vivir teníamos que amarnos”.

En estos casi 26 años vividos en la Mariápolis Lia, compartiendo el día a día con todos los habitantes, recomenzando cada día para seguir amando, hemos constatado lo verdadero de la promesa de las palabras de Jesús “Quien deja casa, campos, trabajo,…. por Mí y el evangelio tendrá el céntuplo en esta vida……y -si Dios así lo quiere, cuando el momento llegue- la vida eterna”.