Gladis, desde Montevideo

 
En febrero, Gladis Giudicatti, después de 19 años de “construir” la Mariápolis se trasladó a Montevideo, donde seguirá dando su aporte a la construcción del mundo unido.

En febrero, Gladis Giudicatti, después de 19 años de “construir” la Mariápolis se trasladó a Montevideo, donde seguirá dando su aporte a la construcción del mundo unido.

Es difícil sorprender a Gladis sin su sonrisa iluminando su rostro. Muy difícil. Siempre, hasta en los momentos más difíciles, más dolorosos que le tocó vivir, de esos en que estarías justificado por no sonreir. Una sonrisa que no es “al pasar”, sino que a la vez te invita a entrar en diálogo: un saludo, un “¿cómo estás?”, y una escucha que sentís que es exclusiva, toda para tí. Y en sus ojos no es difícil encontrar el alegre e interesado asombro por lo que dice el interlocutor.

Desde Montevideo, donde llegó a fines de febrero, nos escribe para contarnos, en una apretada síntesis, ese “hilo de oro” que fue uniendo los acontecimientos de su vida.

Gladis, del brazo de Chiara Lubich, durante su visita en 1998

“Conocí el Ideal de la unidad en el año 1985 en Esperanza (Santa Fe), tenía 19 años y como todo joven, tenía un sueño, el mío era cambiar el mundo, hacerlo más fraterno y deseaba encontrar jóvenes con los cuales compartir, vivir y luchar por ese “mundo ideal” y un día los encontré… Comenzó así una hermosa aventura de vida, nos poníamos con todo a vivir el Evangelio -así como Chiara Lubich nos lo proponía- en nuestra casa, en nuestro barrio, en nuestro colegio, en todas partes, tal es así que mi primer “acto de amor” fue plancharle a mi hermano -con el cual peléabamos seguido- una camisa, él me miró como diciendo ‘¡qué bicho te picó!’. Fue un puntapié inicial que cambió nuestra relación, hasta el punto que llegó a decirme: ‘y yo, ¿qué puedo hacer por vos?’ y de esas, miles de pequeñas y grandes experiencias cotidianas que iban transformando el entorno…

Después fuí a O’Higgins, a la Mariápolis, a construir con otros jóvenes esta ciudadela donde el amor está a la base de cada acción y fue poner los cimientos de esta vida comenzada en mi ciudad…

Y un día, Dios me llamó a seguirlo en el camino del focolar, consagrándome totalmente a Él y comenzó otra nueva aventura, con un mismo sueño: “el que todos sean uno”… en estos años llenos de condimentos que dieron sabor a la vida, me nace sólo de agradecer, agradecer y agradecer!!!

En estos 19 años de vida en la Mariápolis, la ciudad de María, tuve la oportunidad de vivir esta propuesta de la unidad -24 horas sobre 24 horas-, de vida comunitaria, con Su Presencia constante, y de encarnarla en distintas funciones, tareas (la atención del bar y la expo, el servicio en los comedores, el lavado de platos) y distintos trabajos, como la elaboración de las mermeladas y de los bombones, el parque, mantenimiento, oficina… y todo fue ocasión de relación con el otro, de construcción, con una constante: recomenzar siempre cada vez que algo no salía bien. Y en el alma, experimenté la plenitud, la plenitud de la alegría y del dolor amado.

Estuve también muchos años en contacto con las personas de las ciudades de los alrededores (O’Higgins, Chacabuco, Junín y otras). Y fué una experiencia imborrable, de ayudarnos a caminar juntos en esta vida de amor recíproco. Experimenté la realidad de familia, en las alegrías y en los dolores, en los logros y en los fracasos, en las comprensiones y en las no comprensiones… en los días de sol y en los días de tormenta. ¡Y siempre fue más fuerte el amor que todo lo vence!

Tuve también ocasión de conocer a muchas personas que pasaron por la Mariápolis y con muchos construir una relación de amistad, compartir nuestras vidas y proyectos, fue constatar el sentido de familia que trasciende las fronteras de la Mariápolis; un ‘efecto mágico’ eran los atardeceres de los domingos, había una paz particular en la Mariápolis, caminando percibía que la gente que la visitó quedó de algún modo y a su vez, la vida de la Mariápolis se proyectaba con ellos allí donde iban, era dejar y llevar al mismo tiempo…

Me nace, como les decía anteriormente, una gratitud inmensa a Dios y a cada uno por cada momento vivido, que queda sellado en el alma, como un tesoro que brillará para siempre, es experimentar como se puede hacer de la humanidad que vive codo a codo, una familia con lazos fuertes e inquebrantables.

Ahora, ya en Montevideo donde Dios volvió a decirme: ‘Ven y sígueme’ me lanzo a otra nueva aventura y seguimos juntos en este sueño más loco, como decía una vez Chiara: ‘un día, llevar entre nuestros brazos, esa porción de humanidad que El nos confía’”.