Palabra de vida – Julio de 2013

 
“Toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal, 5,14)*

“Toda la Ley está resumida plenamente en este precepto:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal, 5,14)

Es ésta una palabra de Pablo: breve, estupenda, lapidaria, clarificadora.

Nos dice que lo que debe estar en la base del comportamiento cristiano, lo que debe inspirarlo siempre, es el amor al prójimo.

En la actuación de este mandamiento, el apóstol ve el pleno cumplimiento de la ley. En efecto, dice no cometer adulterio, no matar, no robar, no desear… y es claro que quien ama no hace estas cosas: quien ama no mata, no roba…

Pero quien ama no sólo evita el mal. Quien ama se abre a los demás, quiere el bien, lo realiza, se entrega, llega a dar la vida por la persona amada.

Por ello, Pablo escribe que en el amor al prójimo no sólo se observa la ley, sino que se alcanza “la plenitud” de la ley.

Si toda la ley está en el amor al prójimo1, es necesario ver los otros mandamientos como medios que nos iluminan y nos guían para saber encontrar, en las intricadas situaciones de la vida, el camino para amar a los otros. Se necesita saber leer en los demás mandamientos la intención de Dios, su voluntad.

Él quiere que seamos obedientes, castos, mortificados, mansos, misericordiosos, pobres… para realizar mejor el mandamiento de la caridad.

Nos podríamos preguntar: ¿por qué el apóstol omite hablar del amor a Dios?

Lo que sucede es que el amor a Dios y al prójimo no compiten entre sí. El amor al prójimo es expresión del amor a Dios. En efecto, amar a Dios significa cumplir con su voluntad. Y la suya es que amemos al prójimo.

¿Cómo poner en práctica esta palabra?

Amando al prójimo, amándolo verdaderamente. Lo cual significa don, pero don desinteresado.

No ama quien instrumentaliza al prójimo en función de sus propios fines, aunque sean los más espirituales, como incluso la propia santificación. Hay que amar al prójimo, no amarnos a nosotros mismos.

Está fuera de duda que quien ama de esta manera realmente llegará a ser santo, será “perfecto como el Padre”, ya que ha realizado lo mejor que podía hacer: ha dado en el centro de la voluntad de Dios, la ha puesto en práctica, ha llevado a término la ley.

¿Acaso al final de la vida no seremos examinados sólo sobre este amor?

Chiara Lubich

 

(*) Este texto fue publicado por primera vez en 1983

1) Cf. Levítico 19, 18.