Tito Musci: cirujano de ley

 
Médico de Junín, desde los primeros años fue un incansable constructor de la Mariápolis, de donde tomaba los ideales espirituales, humanos y éticos que rigieron su vida.

Tito Musci nació en 1937, hijo de don José y de doña María, originarios de Siria, y más precisamente de la ciudad de Aleppo, hoy conocida en todo el mundo a causa de la guerra que tiene allí uno de sus focos más conflictivos. De don José, enfermero, heredó el amor por la medicina, y fue en la facultad donde conoció a Nelly, con la cual en abril celebraron, en la capilla de nuestra ciudadela, sus bodas de oro matrimoniales, rodeados de sus cuatro hijos y nueve nietos.

A principios de la década de los sesenta, en una de las primeras Mariápolis, en Embalse Río Tercero, conoció y comenzó a transitar esta experiencia de unidad que recién se iniciaba en estas tierras.

“Yo lo conocí cuando vuelve a Junín y junto con él y otros amigos veníamos a colaborar con los jóvenes que estaban poniendo las primeras bases de lo que sería la Mariápolis Lía –recuerda Cosme Cavallo-. Una época en que estaba definiéndose además la vocación de los voluntarios, a la cual adherimos constituyendo el primer núcleo en nuestra ciudad. Momentos también en los cuales Chiara lanzaba el desafío de ayudarnos a recorrer juntos el “santo viaje” como la expresión más concreta del amor recíproco, al que Tito se mantuvo fiel hasta el final. Hoy, que ha llegado a la meta, queda el testimonio de una vida donde se destacan precisamente los rasgos característicos de su vocación”. Uno de ellos, su carrera profesional, donde fue haciendo un camino, como médico, que lo llevó a ser, como afirmaban sus colegas del Colegio de médicos, “el cirujano emblema de Junín”, por su destreza profesional y sobre todo por su compromiso ético son sus colegas y sus pacientes. Para él , más allá de sus condiciones económicas o culturales, “nadie podía dejar de ser atendido con el mismo trato responsable, personalizado y generoso”. Director, por largos años, del Hospital regional, y enrolado en la defensa integral de la vida, a él se debe, entre otras cosas, la constitución del comité de bioética del que fue pieza fundamental.

Otro rasgo proverbial, la hospitalidad de los Musci, con su casa abierta a todos, personas de paso como encuentros comunitarios. Hospitalidad que de alguna manera se extendía en sus salidas para llevar ayuda concreta a gente desprotegida en situaciones de marginalidad.

Su testimonio concreto y su visión amplia de una sociedad renovada, llevaron a que fuera designado delegado de Humanidad Nueva, donde se asumió en modo especial, el mundo de la salud.

Pero más allá de todo esto, si por algo se lo recuerda, es como esa persona de una sola pieza, que llamaba a las cosas por su nombre, sin muchos rodeos. Consciente de su temperamento inclinado a lo concreto, pero a veces un tanto áspero, solía comentar con ironía, que el ideal de la unidad era una espiritualidad para ángeles, más que para personas como él. Sin embargo, no por eso se resignaba y comenzaba siempre de nuevo. “En el núcleo de voluntarios, además de su constancia, era muchas veces el que nos marcaba la línea”. Y con los años, un patriarca, con alma y frescura de niño.

En este último tiempo, en que de médico prestigioso y venerado, pasó a ser sobre todo paciente sometido a curas periódicas y molestas, con una fibra y una visión de la vida puesta plenamente en manos de Dios, no dejó de mantenerse al servicio de los demás. Su presencia diaria en la celebración de la Eucaristía, a pesar del esfuerzo que le significaba, son signos evidentes de dónde tenía puesta su mira. Ahora descansa junto a Lía, Victorio, y tantos otros mariapolitas que, como ellos, han dado su vida soñando y trabajando por un mundo unido. Llegó a la meta el domingo 15 de diciembre de 2013.