Parroquia Santo Domingo de Guzmán, Villa Eloísa, Santa Fe

 

“Es un lugar y una ocasión perfecta para experimentar que el amor al prójimo es real y posible llevarlo a la vida cotidiana”. “La mariápolis transmite algo diferente que llega y entusiasma”. “Es un lugar muy bonito donde uno puede sentirse más cerca de Dios”. “Me gustó el lugar, las habitaciones, su historia, el paisaje, la onda que le pusieron”. “Inolvidable experiencia que nos hace tomar fuerzas para vivir el amor de Cristo diariamente en la comunidad”.

Estas son sólo algunas de las muchas impresiones que fueron surgiendo en los dos días que compartimos con un grupo de 40 personas de la Parroquia Santo Domingo de Guzmán, de la localidad de Villa Eloísa, en el sur santafecino. El grupo estaba compuesto por niños de 12 años, catequistas y algunos adultos acompañados por el párroco.

Llegaron el viernes 25 y permanecieron hasta la tarde del sábado 26 de abril. Pudieron visitar los talleres y lugares de trabajo, estableciendo un diálogo intenso con los jóvenes. Se alternaron momentos de juego, de recreación y compartimos la eucaristía. Sin dudas su paso por la Mariápolis no ha sido indiferente. Queda en el corazón de cada uno este “momento importante” para nuestras vidas.

Uno de los jóvenes que están en la Mariápolis este año, luego de acompañar al grupo durante los dos días, escribió:

Volver a ser cristianos
Volver a ser cristianos, como los apóstoles en los primeros tiempos, revestirse de la alegría de la resurrección, hacer de la sonrisa el propio vestido y ser la chispa que provoca el incendio del amor recíproco. Estos propósitos estuvieron a la base en los dos días en los que he experimentado, he vivido en primera persona, he descubierto, quizás por primera vez, qué quiere decir ser cristianos, el verdadero significado de dar testimonio al prójimo (en este caso a chicos) con la propia vida, que todo sucede por una razón, que cambiar el mundo no es ya una utopía sino una posibilidad que empieza ahora, en el único instante que tenemos para amar concretamente en las pequeñas cosas.
Dejar un poco de lado a nosotros mismos y dejar hacer a Dios. Ser el medio de Dios para dejarnos llenar con su amor, un amor que no se acaba en lo inmediato sino que permanece en el tiempo. Estos fueron esos dos días: el amor concreto que, llamando a otro amor, acentúa en forma exponencial que el mundo nuevo, más que una posibilidad, es ya una realidad concreta. (Francesco C. – Italia)

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