Una Pascua diferente

 
320 personas se reunieron en la Mariápolis Lia para compartir la Pascua.

Tanto antiguos como nuevos concurrentes vivieron, en un clima de familia, los grandes misterios de la Semana Santa. “Viví una Pascua diferente” comenta Paola, una de las 320 personas que pasaron la Semana Santa en Mariápolis. Para muchos es ya una cita anual, se conocieron acá y esperan esta ocasión para el reencuentro. Algunos compiten para ver quién hace más tiempo que viene ininterrumpidamente, 30 años, 15 años, y por supuesto están los que vienen por primera vez buscando algo distinto. No faltan los que vienen con sus hijos ya crecidos, quienes a su vez traen a sus hijos y la cadena continúa. Los hay de Paraguay, Tucumán, Mendoza, Santa Fe, Córdoba, Rosario. Y por supuesto los vecinos de Buenos Aires.

La bondad del clima hizo su parte. Se pudo gozar de una rico mate, bajo los árboles, con las familias amigas mientras los chicos juegan, andan en bicicleta o toman un helado. Caminatas, charlas e intercambios. Momentos que preparan otros momentos importantes.

El Jueves Santo, rico de significado, con el lavatorio de los pies, el amor recíproco, la Institución de la Eucaristía y el sacerdocio nos recuerda que el servicio, hasta dar la vida, es el camino elegido por Jesús para donarse a la humanidad. A la noche, la hora Santa, una ocasión para estar a solas con Jesús.

El Viernes Santo, un momento de reflexión para ir en profundidad con el misterio que se vivía ese día: Jesús Crucificado y Abandonado. Un tímido acercamiento a esa realidad, pero que ayudó, a través de escritos de Chiara Lubich y testimonios, a descubrirlo presente en los dolores de nuestra vida.

Por la tarde se realizó la celebración de la Pasión y el tradicional Via Crucis por las calles de la Ciudadela. La luna, altiva e imponente, era el marco del caminar de los visitantes. Las antorchas iluminaban el paso acompasado de los peregrinos que recorrían las estaciones del “Via Crucis” reviviendo los momentos de la vida de Jesús. Dolores que hoy siguen vigentes en la sociedad y que nos interpelan a salir de nuestra indiferencia.

La Vigilia Pascual, el Sábado Santo y la Misa de Resurrección indicaban que el tiempo llegaba a su fin. “El resucitó, grítenlo a todos, Él resucitó”, cantaba el coro de la Ciudadela, compuesto por 25 miembros, de 7 países, quienes durante todas las celebraciones hacían real aquello que decía San Agustín “El que canta reza dos veces”

Abrazos, fotos y agradecimientos. “Gracias a todos. Me llevo los testimonios y la bella confesión. He visto cómo se aman”, comenta Elvira. “Me voy con el deseo de llevar la alegría de la resurrección a mi lugar” aseguraba Martín, quien no conocía la Mariápolis.

Hoy la Ciudadela amaneció desierta, sin visitantes. No obstante, sus rostros y vivencias quedaron porque contribuyeron a aumentar el cimiento invisible de la Mariápolis: el amor recíproco.


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