“Ecocity”, ¿de qué hablamos?

 
La Mariápolis está dando los primeros pasos hacia la eco-sustentabilidad, desde el cuidado del medio ambiente, la casa común, hasta la utilización de energías renovables.

A mí la ecología nunca me había interesado – me confía sorpresivamente Roberto Ramacciotti, ingeniero electrónico y uno de los responsables, junto con María del Carmen Raposeiras, del proyecto ecológico en nuestra ciudadela – Me parecía una moda, propia de países que están tan bien económicamente que se pueden dar el lujo de ocuparse de esas cosas. Después comprendí que, así como en siglos pasados  la esclavitud no molestaba la conciencia y bastaba con tratarlos bien y punto, hasta que maduramos y se erradicó, hoy, aunque nos proponemos amar a todos, no teníamos todavía conciencia de que le reventamos el planeta a los todos que vendrán dentro de 20, 30 años. Por suerte ahora nos ha caído la ficha de que somos parte de esta obra maravillosa que es el universo. Que amar a Dios, al hermano y a la creación entra todo dentro del mismo combo.

Hoy hablas de “ecocity”. ¿Dónde comenzó este vuelco?

Christian, joven alemán, había vuelto después de 25 años a Mariápolis a ver cómo estaba el lugar donde había pasado los dos años más importantes de su vida. Podía haber sido una visita como tantas, pero comenzó a charlar con uno, con otro, y su pregunta era ¿qué necesitan? Como él trabajaba en el ámbito del medio ambiente, cada uno le confió la carencia que advertía desde esa perspectiva: el tema de los residuos, los cortes de luz, sale cara, el gas,dificultades con  los pozos negros, la basura…

Cuando se fue nos quedó la idea de una visita amable, pero 6 meses más tarde llega un mail suyo proponiéndonos participar en un proyecto junto a otros seis países, por dos años, de formación ecológica para jóvenes. No lográbamos entender en qué consistía, ni qué compromiso implicaba, sólo que la Comunidad Económica Europea se hacía cargo de viajes y estadía de participantes. Es así como a fines de 2014 nos juntamos dos representantes de cada país para planificar el 2015-16. El proyecto se llamaba Preset e invitaba a 4 jóvenes de cada uno de los siete países. Comenzamos por Argentina, en Mariápolis Lía, luego Brasil en la Fazenda de la Esperanza, Guaratinguetá,  San Pablo,  Alemania, en Italia, en la Feria de Milán y en Loppiano como lugar de trabajo, en Croacia, Bolivia y Eslovenia. En cada lugar se hizo trabajo de campo, con los recursos, la experiencia y los talentos del lugar. La apertura fue en 2015 y el cierre en setiembre de 2016, ambos aquí, en nuestra ciudadela. Fue como el disparador que despertó en nosotros la conciencia de que no se trataba de un agregado a la ciudadela, sino una nueva perspectiva.

Cuando terminaron esos dos años, ¿cómo siguieron?

Nosotros nos propusimos tres frentes: formar a las nuevas generaciones, hacer algo con la basura y con la energía fotovoltaica, pero con la consigna de no hacer las cosas solos sino con el pueblo de O’Higgins, para no terminar siendo una isla que se agota en sí misma. Para nuestra sorpresa en diciembre llega el nuevo delegado municipal a pedirnos una mano con los residuos.

Dos meses después vienen de la Secretaría de cultura de Chacabuco para ver si podían traer las escuelas primarias a un lugar donde se cuida la ecología. Quince días más tarde nos contactan de la Sociedad de Fomento del pueblo para un proyecto de paneles solares fotovoltaicos. Con ellos comenzamos a trabajar y fue apareciendo gente que quería sumarse. También con la municipalidad de Chacabuco.

Además, cuando terminamos el ciclo con Preset se nos ocurrió que teníamos que hacer un poco de ruido y surgió la idea de una Ecoferia – este año vamos por la cuarta -, que de a poco se va transformando en un espacio donde se hace sinergia con gente de la zona que está comprometida con el medio ambiente – biogás, energía fotovoltaica, agua, residuos, cultivos orgánicos -, que además de conocerse entre ellos han logrado que vengan a disertar personas de mucho valor, también de campo político, universitario. Por otra parte, a la UNNOBA le interesa contar con nosotros como posible campo experimental para las tesinas de sus alumnos de postgrado.

¿Qué se ha concretado hasta el momento?

Aunque sea a título experimental, un gesto concreto ha sido la construcción de un biodigestor. Por otra parte, más del 50% de los residuos hoy día los reciclamos, reutilizamos, vendemos, regalamos y lo orgánico va como alimento para los animales. Se inició una pequeña experiencia de cultivo orgánico. Es un primer paso que inicia un camino, que luego hay que seguir, lógicamente. En cuanto a lo fotovoltaico, en O’Higgins se consiguió un subsidio de un ente provincial y con eso se hizo una instalación de paneles fotovoltaicos en el jardín de infantes. Con el mismo apoyo la Comisión de fomento ha puesto a disposición un terreno donde próximamente se instalará un parque solar, y eso va a ser otra realización visible.

En Mariápolis nosotros arrancamos con un sueño que era una pequeña planta de 24 Kw. Con el aporte de muchos ya se ha alcanzado a reunir lo suficiente para 8 Kw, pero está en marcha otro proyecto, impulsado por amigos europeos, que llegaría a 67 Kw. También hemos aplicado criterios ecológicos en la última construcción, con doble vidrio, doble pared, aberturas de PVC. Además se presta atención al cuidado del agua. Otro aspecto es la iluminación con la sustitución por lámparas led. Paso siguiente, soñamos con un pequeño generador eólico que alimente la iluminación de las calles.

¿Qué te ha significado todo este proceso personalmente?

Para mí ha sido una posibilidad nueva de mi relación con el Creador y con la familia humana. El cuidado de la naturaleza está íntimamente ligado a la situación de los más pobres,  los que cuentan con menos recursos, y cualquier pasito en ese sentido tiene su repercusión. El mayor costo es  ir cambiando de mentalidad, adquirir hábitos nuevos también en las pequeñas cosas. En este momento lo que siento es que no basta con que yo haga bien los deberes, si no contagio a otros.