¿Por qué Percy estudia alemán?

 

¿Interés lingüístico en este arequipeño? No se diría. Familiarizado con los fierros, de pocas palabras, lo único de alemán que se le conoce es su compañero de tareas en Mariápolis, Stefan. Buena junta hacían, pero éste ya se ha vuelto a su tierra y de allá escribe y cuenta que, si Percy se larga, hay una buena oportunidad de hacer algo que vale la pena.

Una infancia normal la de Percy en Arequipa, Perú. En primaria se destaca en los estudios. Tímido, reservado, en secundaria con algún problema que logra superar y la etapa concluye más serena, despreocupada, con buenas amistades. Pero, de ahí en más no sabe cómo seguir, qué estudiar. ¿Comunicación, ingeniería de minas…?

“Si mis compañeros más aplicados no logran entrar a la Universidad, seguramente yo no podría”, se dice. Seis meses sin rumbo, la vida pasa sin sentido. En la casa ha quedado abandonado el auto japonés de los 80 en el que, de chico, solían pasear con el abuelo. “Y ahí me picó la idea de arreglarlo y me animé pensar en estudiar mecánica. Mi mamá se emocionó, ‘¡al fin vas a hacer algo…!’”. El tío aportó libros que él tenía. Duro al principio, el estudio se volvió apasionante.

En ese tiempo se cruza inesperadamente en su vida una chica que lo invita a un encuentro de Palabra de vida. “No tenía ni idea. Nunca había estado en un lugar donde personas se contaban experiencias de su propia vida delante de todos y cómo lo resolvían. En mi país somos muy reservados. Eso fue para mí como cuando partes un coco a la mitad. Una felicidad inexplicable”. Tres años de estudio y se recibe de técnico en mecánica automotriz y electrónica. Entra a trabajar en un taller, donde sigue aprendiendo. Ya es un mecánico hecho y derecho que se gana la vida. Hasta que “la persona que yo más quería, y que más me quería, incluso con proyectos de formar una familia, tomó por un camino equivocado. Y ahí todo se vino abajo. Tenía ganas de desaparecer, llegué a pensar en acabar con todo. Me encontré como metido en el mar sin saber nadar. Traté de aturdirme. Después de una noche de descontrol terminé en un llanto incontrolable y, cómo son las cosas, fue un animal el que me sacó, mi gato, que se me acercó y me miraba, agachaba los ojos y volvía mirarme, algo increíble, totalmente emocional, no quiero que me veas así, también puedo vivir por ti, no sé por qué, en ese animal se me reflejaba algo que me daba esperanza”.

Un amigo le recuerda lo feliz que había sido cuando había conocido aquella gente de la Palabra de vida. “Fui y, como pude, entre llantos, con la mayor sinceridad les conté lo que me pasaba. ´Tienes que darte un tiempo para ti’, y me propusieron venir a Argentina a hacer una experiencia.

Ni loco, tengo mi vida acá, tengo mi familia, trabajo, dinero, todo lo que necesito. Mi orgullo no me dejaba aceptar esa salida. Un día, en el trabajo, por una mala maniobra casi pierdo un dedo, y me volvió la frase, ‘necesitas tiempo para ti mismo’. No le encontraba sentido pero, bueno, sí, a ver qué pasa.

“Llegué a Mariápolis el 11 de febrero de 2018, a la casita Luz, no conocía a nadie. Mucha inocencia, cada uno venía de lugares distintos con intención de aprender algo, no sabíamos hacer nada, pero lo hacíamos por amor al otro. Más adelante conformamos una banda que llamábamos ‘Jarabe negro’. Una experiencia fantástica, donde compartíamos todo, ideas, sueños, proyectos a futuro, donde las cosas se ponían en común de verdad, sin ocultar nada. La experiencia me fue cambiando, llegué muy competitivo, y fue aprender a dejar que el otro también se manifieste”.

Le toca trabajar en el parque, cortar el pasto, podar, aserrar madera y, lo más codiciado, manejar el tractor. Luego Llega Zamran, de Pakistán, Diego, de Catamarca, más tarde también Stefan, de Alemania, que no sabe una palabra de castellano. Es otoño y había que juntar montañas de hojas, así que las primeras palabras que comparten son rastrillo y carretilla. “Carritilla, decía Zamran. Con los tres armamos una muy linda relación, aunque el primer día Stefan no hizo nada, en tres horas que estuvo todo el tiempo tratando de hablar con Diego que apenas sabía alguna palabra de inglés.

¿Qué tipo de alemán nos trajeron? , pensé yo. Al principio la relación era elemental, hasta que un día me dice, enséñame a hablar español. En cuanto comenzó a aprender quería saber cuál era la palabra más adecuada, tanto que me hacía dudar de mi propio español y aprender mejor mi idioma. Nos fuimos haciendo muy amigos. Un día, en un descanso, sentados frente a la inmensidad del campo, mejor que la televisión, con un café que nos había servido una familia, comentábamos lo que queríamos para nuestra vida. Él había estudiado electricidad, yo mecánica, pero no era suficiente.

A Stefan le gustaba cómo resolvía yo los problemas, o ajustaba un tornillo. Yo de él aprendía la manera como veía el trabajo, ni aburrido ni como una distracción, sino como algo importante en la vida, con responsabilidad, cumplir los horarios, concentrado en lo que hacés. Aprendimos a escucharnos y experimentábamos que sentirse escuchado muchas veces es mejor que un consejo. Recuerdo otro día que llovía mucho, y estábamos tomando mate – le gustaba tantoque cuando se fue le regalaron como cinco mates y 8 kilos de yerba – y le pregunté cómo había logrado aprender tan rápido español. Básicamente pensando en español, porque era más difícil pensar en un idioma y hablar en otro, me dijo. Y ahí se me ocurrió comenzar a aprender alemán.

“Cuando Stefan se fue tuve conciencia de que habíamos podido compartir una riqueza  que no queríamos perder. Por eso quedó flotando la promesa de volvernos a ver, en cualquier parte del mundo. Casi no hay día que de alguna manera no nos comuniquemos practicando el idioma del otro, pero en una de esas me dice, ¿cuándo vienes? En 2 o 3 años… ¿Y por qué no a fin de año?, me contesta. Había tomado contacto con un proyecto de experiencia laboral en Ottmaring, que promueve la integración de jóvenes en la diversidad, parecido a Mariápolis. Y bueno, en eso estoy pensando.” Haberse quedado en la ciudadela más tiempo que otros, para dar una mano en mantenimiento, Percy lo siente como un privilegio, porque además “como por arte de magia está cambiando el rumbo de mi vida, y me abre esta posibilidad de seguir avanzando en el mismo sentido. Es como que Dios pusiera a cada uno en un lugar preciso, un momento preciso, con determinadas personas para construirse juntos y aquí además de muchas culturas, que se enriquecen con su forma de crear, de pensar, de expresarlas, porque nadie es igual que nadie ynadie es más que nadie, con un pakistaní, un coreano, un norteamericano, un brasileño, un paraguayo, un argentino… es increíble. Y el espacio también para encontrarse con uno mismo. Esto es lo que quiero compartir en cualquier lugar donde me lleve el destino, y que lo que pude cambiar de mí pueda también cambiarlo, no en todo el mundo, pero sí en la parte de mi mundo”. Sus actuales compañeros en la casita Contracorriente, han querido esta entrevista para que todos sepamos “por qué Percy estudia alemán”, interesados en ayudarle a cumplir este sueño, que lógicamente tiene su costo.