Mariápolis en cuarentena

 
Cuando la incertidumbre no es mala palabra

De pronto el mundo estuvo en casa, y  la casa pasó a ser todo nuestro mundo, como no nos lo habíamos imaginado. También en Mariápolis, ciudadela abierta con vocación a un mundo sin fronteras, habituada a un flujo continuo de gente de todo tipo y procedencia, hubo que cerrar la tranquera, para pasar de a uno y con aviso cumpliendo un protocolo. En definitiva, ser y hacer como todos, para cuidarnos y cuidar. Y con la tranquera cerrada el horizonte se hace más amplio. Respetando las distancias reglamentarias y aprendiendo a saludarnos mirándonos a los ojos, de pronto  el corazón se dilata y apela a otras formas de comunicación que no por sabidas dejan de sorprender. Así fue  con la asamblea de los focolares, que ante la imposibilidad de realizarse en forma presencial, se transformó en un gozoso e inédito Zoom digital mostrando, como nunca quizás lo habíamos experimentado, a la Obra no solo  diseminada, sino arraigada en lugares y casas concretas del extenso Cono Sur. A los pocos días fue la ocasión de la Conexión planetaria CH, con testimonios de hermanos de Ideal afrontando la pandemia en todo el mundo.  Porque en Mariápolis, que se caracteriza por contar con habitantes prácticamente de todo los continentes, y somos de Corea con Hyemin, de Nigeria con Imma, de Italia con Augusta, de España con Claudio, de México con Marcos, de Alemania, Nicaragua,  Paraguay, Brasil, Chile, Estados Unidos, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela …, Argentina, todos palpitábamos con cada uno cuando alguien originario de allí, donde tiene su familia, escuchaba en su idioma, palpitaba con sus angustias, generosidad, coraje y esperanzas. Una gran familia planetaria.

Lógicamente, de la tranquera para adentro cambiaron las rutinas. Por de pronto, suspendidos los característicos momentos comunitarios de encuentro, festejo, oración, formación, donde estábamos todos, ahora,  la vida continúa, ensayando nuevas dinámicas.

En las casas de huéspedes, vacías, se trata de hacer lo que nunca se llega a hacer, por las urgencias, lavar, reparar, coser cortinas, improvisándose en tareas desacostumbradas, acudiendo a la imaginación para ahorrar… ¿Por qué dos heladeras si ahora alcanza con una? Redistribución de tareas, cambios de horarios, tiempos específicos para asegurar desinfección e higiene a fondo.

La economía es otro cantar. Ha bajado la demanda externa de los productos Mariápolis y de lo que se podía ofrecer localmente a los visitantes. El taller de “Línea” suplanta la confección de peluches por la de barbijos, apelando justamente a al montaje en cadena. La producción ha pasado a ser sustituida por tareas de mantenimiento, reparaciones, reprogramación. La comunidad del Movimiento lo ha advertido y ya hay iniciativas en marcha para encauzar las ayudas de muchos que sienten a la ciudadela como su propia casa por haber vivido en ella experiencias decisivas y de alguna manera quieren retribuir paliando la situación con su aporte concreto.

Puertas adentro la ayuda recíproca aguza la creatividad. Alguien, como el P. Luis, pone al alcance de todos la provisión de pescados de río que suele traer de los viajes a su Entre Ríos natal. Marilane se ofrece a acompañar a Marta Burset que se recupera de las consecuencias de un  ACV. Los gestos de comunión se multiplican.

Por otra parte, la cuarentena “es un desafío”, comenta Mariana, de Colombia, que como todos los jóvenes llegados este año, se venían preparando para un 2020 con un intenso ritmo de actividades y, de un día para otro, se encuentran con que el programa ha perdido vigencia. No puede ocultar “desconcierto, incertidumbre, tristeza”, y el esfuerzo de vivir el presente la lleva a recalar en “Cuaresma – y sus ojos se iluminan -: la mejor preparación para la Pascua. No es fácil, es un reto, será nuestra mejor experiencia”.

En efecto, “incertidumbre no es una mala palabra”, comentamos con Elba, que está viviendo esta cuarentena sola, y me cuenta cómo también a ella la tristeza la sobrevuela pero se esmera en “no dejarla hacer nido en su corazón”. Ha vivido un día con momentos de silencio y escucha, de comunión con sus compañeras de núcleo vía Skype , de trabajo en su taller de artesanía, de caminata – donde nos cruzamos y conversamos, a correcta distancia –  y le ha resultado como uno de los retiros más movilizadores. “Vivir la incertidumbre puede ser una virtud – coincidimos – , la de saber volcar nuestras preocupaciones en Dios y ocuparnos, más que preocuparnos”. A este punto no puedo dejar de traer a la memoria la conversación con uno de los dirigentes de la ciudadela recordando la historia de los pioneros que le dieron vida hace ya cincuenta años, sin más certeza que su fe y la confianza de estar construyendo una obra que Dios quería y la humanidad necesitaba. Las circunstancias llevan a que también hoy se siga haciendo historia de pioneros.

Algo que llama la atención es el silencio en la capilla.  Suspendida la concurrencia a la celebración de la misa, por indicación del obispo, la oración se ha vuelto relación más personalizada, pedido y sobre todo escucha, más que ritos o palabras.  La presencia eucarística garantiza la presencia divina en todo el recinto, pero su silencio parece obligar a rescatar otras presencias, también divinas, en la Palabra, en los hermanos unidos en su Nombre, característica de la espiritualidad de la Mariápolis. Un silencio sonoro.

Mientras tanto, quien sigue acompañándonos con su sabiduría es la naturaleza. El otoño aquí es formidable. Los árboles comienzan a despojarse de su follaje en una fiesta de colores mientras madura la soja, caen las nueces, las castañas… La semilla muere para dar más fruto. Se viene el invierno. Cada estación tiene su sentido y no llega una sin la otra, a su debido tiempo, sin prisa y sin pausa.