“Quería poner yo también las manos en la masa”

 
La decisión de venir, la expectativas que traían y a qué punto se encuentran, en la respuesta de jóvenes que están haciendo su “experiencia 2020” en Mariápolis.

Los días ya se vienen alargando dos minutos desde que el 21 de junio comenzó el invierno. Todas las mañanas se observa el ir y venir de jóvenes que se cruzan en uno y otro sentido, de Campo Verde a Villa Blanca y viceversa, enfundados  en sus abrigos y con paso cada vez más acelerado a medida que se acercan las 8, hora de inicio de las actividades. Por supuesto no son los únicos, porque se intercalan también adultos. La diferencia es que éstos últimos son habitantes estables, mientras que los jóvenes han venido a hacer un período de inmersión en el estilo de vida que caracteriza a la ciudadela: la cultura de la unidad. Los 60, chicas y muchachos, llegados este 2020 de distintas partes del mundo, hace cuatro meses que iniciaron esta experiencia y seguramente pueden contar cómo fue que decidieron venir, con qué expectativas llegaron y a qué punto se encuentran del proceso.

En la casa Omar – aquí las casas suelen llevar el nombre de alguien que ha dejado un recuerdo significativo –conversamos con cuatro de sus siete ocupantes actuales. Matías, 18 años, de Buenos Aires, confiesa que conocía la Mariápolis de muy chico, por tres de sus hermanos que hicieron esta misma experiencia en su momento, “así que llegué pensando que ya sabía lo que me esperaba. Y no, hay que vivirla para saber lo que es”. ¿No es lo que esperabas? “No, es mucho más y no se repite”.

Para Hyemin, 22, coreana, de casa Miriam, que desde pequeña compartía en su país el Ideal de la Unidad en familia, “como el pan cotidiano, venir a vivir aquí un año me pareció muy loco – ríe por la expresión aporteñada que le surge espontánea en su castellano todavía casi elemental -, pero quería ir más en profundidad en mi vida”.

Macarena, 18, Córdoba, cuenta que su padre y dos de sus hermanas hicieron esta experiencia y “por ellos conocía sus más y sus menos y…, qué sé yo…, quería algo que de repente me volara la cabeza, poner yo también las manos en la masa”.

Juan Cruz, 18, Quilmes, “conocerme más y, aprender a construir otro tipo de relaciones, profundas y sanas, sobre todo. Y también conocer a Dios. Me doy cuenta que son cosas  que requieren tiempo”. Martín Marichal, 20, Punta Alta, “no sabía nada. Estuve en un campamento de verano donde había gente de aquí y me interesó su modo de encarar la vida. Por eso llegué dispuesto a sorprenderme”

Marian, 19 recién cumplidos, Asunción, también tres hermanos que ya pasaron por aquí, quería “vivir en carne propia este cambio, esta chispa, y tener un espacio para pensar en lo que busco”. Chiara, 20, El Salvador, “ver qué se sentía”. Isaías, 21, Rosario, “alguien me lo aconsejó. En casa estaba muy cómodo. Aposté por algo radical para salir de mi zona de confort y crecer. Veo que era el lugar correcto”.

Se diría que la decisión de venir a hacer esta “experiencia” se trasmite casi por contagio, en la familia, con amigos, en el ambiente. Pero, a esta altura, ya con un primer tramo recorrido, ¿cómo la definirían?

“Una de las primeras cosas que escuché aquí, en los talleres de bienvenida – dice Martín -, fue el trinomio “mente, corazón y manos’”. La expresión recuerda lo que afirmara el Papa Francisco, en su visita a la ciudadela de los focolares en Loppiano, para explicar la clave que allí advertía y remarcaba para una filosofía de vida integral y coherente.

“Yo en general ponía mucha mente y manos, pero poco corazón – sigue Martín-. Me doy cuenta que el sentimiento no es un decorado. Cuando las manos actúan porque la mente y el corazón se pusieron de acuerdo, terminan haciendo mucho mejor que cuando respondían sólo a la cabeza o sólo al corazón. Quizás hago las mismas cosas, pero salen mejor y me siento mejor, porque, sea lo que sea, llevan algo de mí mismo. Ahí está la diferencia”. Matías completa “además, cuando la tres tiran para el mismo lado las decisiones son más fuertes, seguras”. Isaías agrega: “Las manos son los hechos concretos en los que ponés el corazón por el otro”.

¿Seguramente habrá momentos de formación para la mente, el corazón y las manos…?

“Para la mente están también las clases – explica Matías -, los profes dan todo, pero después queda en cada uno el aplicarlo, no sólo tomar apuntes. Además el intercambio entre nosotros, es un aprendizaje muy colectivo en lo cotidiano. Los estudios son complementarios a toda la formación. No se viene a estudiar, sino a vivir una cultura, en el día a día”. “Aprendiendo del otro que va a la par mía –agrega Martín – , caminamos juntos en el aprendizaje. Es esa mezcla, ahí, un intercambio, raro, rarísimo, pero muy lindo y auténtico, concreto, en el trabajo, en la convivencia en la casa, en el estar solos saliendo a caminar, en todas las actividades… A pensar se aprende, si uno tiene el corazón dispuesto a ese mirar, a ese asombrarse. Siento que en cualquier momento uno puede estar aprendiendo”

¿Con las manos, qué hacen, qué no hacían y qué dejaron de hacer?

Chiara: “En casa ayudaba en la empresa de mi padre, serigrafía, cuando tenía ganas y podía, pero nunca tuve un horario que cumplir. Ahora hago una tarea estable en la elaboración de bombones, alfajores, conitos”. Marian, del mismo sector, confiesa que es “un poco desordenada, un poco mucho – subraya – y estoy descubriendo que el orden no es sólo orden, es amor a los demás. Esto es como una previa a lo que vamos a salir a hacer al mundo, y cada uno hace una parte en función del resto. Además, en la convivencia, la cultura del otro te da otra alternativa y se aprende”. Esta última frase le da pie a Hyemin para comentar algo que le ha tocado personalmente: “La cultura latinoamericana es de muchos abrazos, besos y en Corea es de silencio, distancia. Aquí cuando se toca un tema salen un montón de ideas, se puede charlar cualquier cosa. En Corea es ‘sí o no’, y basta. Aprendí a abrirme”.

“Una cosa que me he tomado a pecho es ordenar el centro de reciclado para lograr llevar a cabo mejor la tarea”, aporta Juan Cruz, que trabaja en el parque. Macarena también ha estado en ese equipo, trabajo inusual para una joven, por momentos bastante pesado, ya que “venía de atender gente y organización. En casa, ni del patio me ocupaba, pero a esto le encontré el gusto y sobre todo el sentido, también ahora fabricando barbijos”.

Esta primera etapa ha tenido un título, “quién soy”, explican. Luego vendrán otras dos, “quién es el otro” y “proyecto de vida”.

¿Se puede hacer un balance?

Para Juan Cruz ha sido “una etapa de autodescubrimiento muy grande y muy profunda”. “Preguntas que quizás antes no te hacías – dice Marian – , cosas simples, como definir tu personalidad en tres palabras. Nunca me lo había planteado, siempre me costó pensar un poco en mí misma. Tener estos espacios y estos tiempos es algo muy lindo para empezar a trabajar algo dentro. Aprendí a parar un poco y hacer las cosas con calma”. Matías afirma con convicción, “reconocer que yo soy yo con las relaciones que tengo, y de dónde vengo. Darme cuenta que Mati sin el otro no puede caminar. A la idea que tenía de quién soy, le agregué el otro”. “Que así como amo a Martín en su historia personal – refuerza a su vez Martín -, lo tengo que amar en su historia familiar, y no sólo con lo positivo sino también con lo negativo, y sacarle qué me puede servir a futuro, porque Martín es todo eso”.

“Aprendemos a estar en silencio y a estar cómodos en ese silencio. A mirar adentro, porque muchas veces se tiene miedo a poner en palabras ideas, pensamientos, formas de ser, lo que hay que descartar y pararse y decir, sí, esto es lo que me conviene”, reflexiona Macarena”. “Autopercibirme tal como soy, cuesta”, remata Chiara

¿Cómo se sienten, a esta altura, en la ciudadela?

Isaías, que lleva un período más largo de permanencia, resume: “Al principio ansioso por aprender. Después empezás a darte cuenta que donde estás es también tu hogar, tu casa, que te pertenece y quieres cuidarla. Y al final lo que te hace feliz es hacer cosas que queden para los que han de venir”. Marian: “Hay días que me siento una estudiante que vino a seguir un programa, y otros en que también vivo y quiero apostar a ser protagonista, responsable de lo que digo sí y lo que digo no. No hacer las cosas porque hay que hacerlas”.

Martín: “Al llegar me sentía más aprendiz que otra cosa, pero pasan los días, pasan los meses y comenzás a sentirte parte de esta pequeña ciudad. Hasta si encontrás un papel en el suelo lo juntás, querés verla linda, limpia, comenzás a sentirte ciudadano y movilizado a construirla”.  “Disfruto mucho el trabajo porque me hace sentir constructor de la Mariápolis”, intercala Matías.  “Y es recíproco – completa Juan Cruz -, porque así como nos construye, también nosotros construimos la Mariápolis”.  “Si recibo y no doy hay algo en la ecuación que no funciona – vuelve Martín -. Y en estos días me voy dando cuenta de que la ciudadela no es un mundo aparte, sino un lugar donde aprendo a ser ciudadano de cualquier ciudad. Una experiencia para ser replicada en cualquier parte“.

En dos horas de conversación por supuesto se pudo hablar de muchas otras cosas. Quiere decir que no faltará material para pensar en otras notas, otros diálogos con gente que también tiene puestas aquí las manos en la masa.

H.R.

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