Movimiento de los Focolares
Brasil. Fraternidad, Derecho y transformación social

Brasil. Fraternidad, Derecho y transformación social

Nuevas perspectivas para el penamiento jurídico y pistas de aplicación concreta ya experimentadas: es cuanto ofrecieron los tres días recién concluidos en la Mariápolis Ginetta (Vargem Grande, cerca de San Pablo), que del 25 al 27 de enero  se reunieron 180 abogados, jueces, oficiales del poder judicial, fiscales y defensores públicos, oficiales del ministerio público, personal de la administración pública y docentes, provenientes de todo Brasil. Las numerosas experiencias contadas avalan y confirman los efectos de la fraternidad y su potencial: el proyecto de “adopción a un ciudadano detenido”, realizado en Pernambuco en el ámbito del Derecho penal, con el cual profesores y estudiantes sostienen los gastos legales para los detenidos que no pueden pagarle a los abogados; el proyecto para la aplicación de medidas penales alternativas por delitos ambientales en Amazonia, a través de trabajos que favorecen el ambiente; y también el trabajo del grupo de investigación Derecho y Fraternidad del Centro de Ciencias Jurídicas Santa Catalina para la formación de profesionales del Derecho; la promoción de la solución pacífica de los conflictos a través del diálogo y la conciliación. También se afrontó el tema de la mediación familiar, de la aplicación de la jurisprudencia en la protección del más débil. En los talleres del Congreso encontraron un espacio los numerosos estudiantes, quienes pudieron expresar sus preocupaciones, preguntas y descubrimientos, contar experiencias y, sobre todo, hacer presentes sus expectativas de una formación humana y jurídica que tenga como horizonte la fraternidad. En la apertura se leyó un mensaje de María Voce, presidente del Movimiento de los Focolares, abogado y entre las primeras promotoras de Comunión y Derecho, expresión del diálogo de los Focolares con la cultura jurídica. En el mismo María Voce, después de haber recordado como «en el amor hacia el otro se respeta toda la ley, se la interpreta y se la aplica según la justicia», propone – después de décadas en donde se ha subrayado la tutela de los derechos individuales, «un camino a la igualdad» – una revaloración de los deberes, «sin el respeto a los cuales decaen las relaciones. Los deberes nos llaman a la responsabilidad hacia el otro como individuo y como comunidad, contribuyendo así a mantener y a consolidar las relaciones en la sociedad». En esta fase de cambio y crisis, la fraternidad, asumida como categoría jurídica, se presenta a través de los trabajos del congreso, como una lente que hace ver y actuar “lo nuevo”. “Fraternidad” significa “inversión de tendencia”: recuerda a la justicia el rostro de cada uno, saca de un derecho subjetivo individual y lo abre a la visión de la humanidad como un “nosotros”. Hace del Derecho no una mera producción de normas, sino un instrumento para sanar relaciones rotas. Una propuesta «de gran interés, de enorme importancia social, crucial para la sociedad, para la cultura y la civilización» como dijo el Card. Odilo Schrerer, arzobispo de San Pablo quien intervino la tarde del 26. «Ha sido encontrada una veta de oro –dijo el Cardenal- es necesario seguir excavando para ofrecer este oro a todos». Se regresa a las propias ciudades de origen con la misión de multiplicar la experiencia vivida, los compromisos asumidos lo demuestran: están previstos nuevos congresos en las universidades de Santa Catalina y de Marilia (San Pablo), en los Tribunales de Brasilia y de Sergipe, en las ciudades de Curitiba, Belo Horizonte, Manaos, y también la formación de grupos para encuentros periódicos para profundizar los temas e intercambiar estudios y buenas prácticas. Para saber más: www.comunionediritto.org

Febrero 2013

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» «Nosotros sabemos…». El apóstol hace referencia a un conocimiento que viene de la experiencia. Es como si dijera: nosotros lo hemos probado, lo hemos tocado con la mano. Es la experiencia que los cristianos evangelizados por él han hecho al inicio de su conversión; es decir, que cuando se ponen en práctica los mandamientos de Dios, en particular el mandamiento del amor hacia los hermanos, se entra en la misma vida de Dios. ¿Pero los cristianos de hoy conocen esta experiencia? Ellos saben ciertamente que los mandamientos del Señor tienen una finalidad práctica. Continuamente Jesús insiste en que no es suficiente escuchar, si no que es necesario poner en práctica la Palabra de Dios. (cf Mt 5,19 – 7,21 – 7,26). Sin embargo lo que no está tan claro para la mayor parte de ellos – o porque no lo saben o porque tienen una conciencia solamente teórica, es decir sin haber hecho la experiencia – es este aspecto maravilloso de la vida cristiana puesto en luz aquí por el apóstol y es que cuando nosotros vivimos el mandamiento del amor, Dios toma posesión de nosotros, y es un signo inconfundible aquella vida, aquella paz, aquella alegría que nos hace experimentar ya desde esta tierra. Entonces todo se ilumina, todo se vuelve armonioso. Ya no hay separación entre la fe y la vida. La fe se vuelve aquella fuerza que compenetra y une entre ellas todas nuestras acciones.  «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» Esta Palabra de vida nos dice que el amor al prójimo es el camino real que nos lleva a Dios. Y como todos somos hijos suyos nada le agrada más que el amor a los hermanos. Nosotros no le podemos dar una alegría más grande de aquella que le damos cuando amamos a nuestros hermanos. Y el amor fraterno porque nos da la unión con Dios es una fuente inagotable de luz interior, y fuente de vida, de fecundidad espiritual, de renovación continua. Impide que se forme en el pueblo gangrenas, esclerosis, estancamientos; en una palabra «nos hace pasar de la muerte a la vida». Cuando nos falta la caridad, todo se marchita y muere. Y se comprende entonces ciertos síntomas tan difundidos en el mundo en el que vivimos: la falta de entusiasmo, de ideales, la mediocridad, el aburrimiento, el deseo de evasión, la pérdida de valores, etc.  «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» Los hermanos, de los que nos habla aquí el apóstol, son sobre todo los miembros de la comunidad de la cual hacemos parte. Si es verdad que tenemos que amar a todos los hombres, es también verdad que este amor debe comenzar por aquellos que habitualmente viven con nosotros para extenderse después a toda la humanidad. Debemos pensar antes que nada en nuestros familiares, en nuestros compañeros de trabajo, en los miembros de la parroquia, de la asociación o comunidad religiosa a la cual pertenecemos. El amor a los hermanos no sería autentico y bien ordenado si no empezase por aquí. De todas las partes que nos encontremos, estamos llamados a construir la familia de los hijos de Dios.  «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» Esta Palabra de vida nos abre prospectivas inmensas. Nos empuja en la divina aventura del amor cristiano a una apertura imprevisible. Antes que nada nos recuerda que para un mundo como el nuestro, en el cual se teoriza la lucha, la ley del más fuerte, del más astuto, del que no tiene prejuicios y donde a veces todo parece paralizado por el materialismo y el egoísmo, la respuesta es el amor al prójimo. Es esta la medicina que lo puede sanar. Cuando vivamos el mandamiento del amor, de hecho, no solo nuestra vida será tonificada, sino que todo a nuestro alrededor lo siente; es como una ola de calor divino, que se irradia y propaga, entrando en las relaciones entre personas, entre grupos transformando poco a poco la sociedad. Decidámonos entonces. Hermanos para amar en nombre de Jesús tenemos todos, tendremos siempre. Seamos fieles a este amor. Ayudemos a muchos a serlo. Conoceremos entonces en nuestra alma que significa la unión con Dios, la fe se reavivará, las dudas desaparecerán, no sabremos más que es el aburrimiento. La vida será completa, completa.

Chiara Lubich

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