Movimiento de los Focolares
Yo soy Ruandesa

Yo soy Ruandesa

«En estos 20 años, mi pueblo, durante la semana de Pascua, siempre celebró el luto por las víctimas de la guerra a nivel personal, cada uno en su propia familia, cada uno en su cementerio privado». Quien habla así es Pina, de Ruanda. Hace 20 años, en el transcurso de pocos meses,  su país padeció  la muerte de 800 mil personas a causa de una absurda guerra civil. Era el 6 de abril de 1994 cuando un misil derribó  el avión del presidenteJuvénal Habyarimana. Nadie se salvó y desde entonces comenzó una guerra preparada desde hacía tiempo.    

Pina, en el momento más duro de la masacre, se encontraba en Filipinas, donde había llegado llevada por su vocación de seguir a Dios al servicio de los hermanos, dado que ella estaba animada por la  espiritualidad de la unidad que conoció cuando era jovencita. «También mi familia se vio afectada – cuenta. Treinta y nueve familiares míos fueron asesinados. Yo estaba desconsolada. Poco a poco me  iba sintiendo vacía de los sentimientos que hasta el momento habían colmado mi alma, me parecía que nada tenía sentido».

Se traslada a Kenia para poder estar más cerca de la situación, trabajando en la Cruz Roja, y asistiendo a los heridos y  prófugos de Ruanda: «pero no lograba –explica- mirar cara a cara a las personas de la otra etnia que habían participado en la masacre». El dolor era demasiado fuerte. Un día se encuentra en un corredor con personas de la otra etnia y no puede evitar su mirada. El odio crece. «Pensé en la venganza, me sentía confundida, estaba en una encrucijada: o me cerraba en mi dolor con la rabia adentro, o pedía ayuda a Dios».

Algunos días después en la oficina reconoce a personas de la etnia enemiga que vivían en su misma ciudad. «Me reconocen y sintiéndose molestos, comienzan a volver atrás. También ellos me consideran una enemiga» La fuerza del perdón es la única arma de la reconciliación social. Pina lo sabe. Lo había aprendido en el Evangelio. «Con fuerza – cuenta- voy hacia ellos hablando en nuestro idioma, sin decir nada de mi familia, y en cambio me intereso por sus necesidades» En ese momento algo se disuelve adentro, y  Pina siente dentro suyo un rayo de luz.

>Después de un año, vuelve a Ruanda. Con mucho esfuerzo reencuentra a su hermana, la única sobreviviente de la matanza. Se entera de que el hombre que había traicionado a su familia –una persona muy cercana de ellos- estaba en la cárcel. «Aún en el dolor y en contra de las personas que pedían la pena de muerte para él, es claro que no puedo dar un paso atrás en el camino abierto hacia el perdón» Conquista también a su hermana que había presenciado la masacre. «Fuimos juntas a la prisión a visitar a esta persona, llevándole cigarrillos, jabón, lo que podíamos, y sobre todo fuimos a decirle que lo habíamos perdonado. Y lo hicimos» La hermana, Domitilla, adoptará poco después once niños de todas las etnias, sin distinguir entre hijos naturales e hijos adoptivos, a tal punto que recibe un reconocimiento nacional.

Este año, explica Pina, «por el 20º aniversario, la novedad es la de querer realizar un entierro para llevar los restos al cementerio Nacional, Tutsi y Hutu juntos, en otras palabras: los Ruandeses». Son los héroes de la patria. «Para mí es un paso adelante –comenta Pina- volver a ser como éramos antes de la guerra».

La iniciativa se llama “La flor de la reconciliación” para que dé frutos de paz en la sociedad ruandesa.

 

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