Movimiento de los Focolares

Febrero 2015

Queriendo ir a Roma y, desde allí, proseguir hacia España, el apóstol Pablo manda primero una carta suya a las comunidades cristianas presentes en aquella ciudad. En estas, que pronto testimoniarán con innumerables mártires su sincera y profunda adhesión al Evangelio, no faltan, como en otros lugares, tensiones, incomprensiones y hasta rivalidades. En efecto, los cristianos de Roma son de diversa extracción social, cultural y religiosa. Los hay que proceden del judaísmo, del mundo helénico y de la antigua religión romana, tal vez del estoicismo o de otras corrientes filosóficas, cada una con sus propias tradiciones de pensamiento y convicciones éticas. A algunos se los llama débiles porque tienen usanzas alimentarias peculiares –son vegetarianos, por ejemplo– o se atienen a calendarios que señalan días especiales de ayuno; a otros se los llama fuertes porque, libres de estos condicionamientos, no están sujetos a tabúes alimentarios o a rituales especiales. A todos les dirige Pablo una invitación apremiante:

«Por eso, acójanse mutuamente, como Cristo los acogió para gloria de Dios».

En esa misma carta ya antes había entrado en el tema dirigiéndose primero a los fuertes para invitarlos a acoger a los débiles «sin discutir sus razonamientos»; y luego a los débiles para que acojan a su vez a los fuertes «sin juzgarlos, pues Dios los ha acogido».

Pablo está convencido de que cada cual, aun en la diversidad de criterios y usanzas, actúa por amor al Señor. Por ello no hay motivo para juzgar a quien piensa distinto, y menos aún de escandalizarlo actuando con arrogancia y con sentido de superioridad. Lo que hay que tener más bien en el punto de mira es el bien de todos, la «edificación mutua», o sea, el construir la comunidad, su unidad (cf. 14, 1-23).

También en este caso, se trata de aplicar la gran norma del vivir cristiano que Pablo había recordado poco antes en su carta: «la plenitud de la ley es el amor» (13, 10). Al dejar de comportarse «conforme al amor» (14, 15), se había debilitado en los cristianos de Roma el espíritu de fraternidad que debe mover a los miembros de toda comunidad.

El apóstol propone como modelo de acogida mutua a Jesús cuando, en su muerte, en lugar de «buscar su propio agrado», cargó con nuestras debilidades (cf. 15, 1-3). Desde lo alto de la cruz atrajo a todos a sí y acogió tanto al judío Juan como al centurión romano, tanto a María Magdalena como al malhechor crucificado junto a él.

«Por eso, acójanse mutuamente, como Cristo los acogió para gloria de Dios».

También en nuestras comunidades cristianas, aunque todos somos «amados de Dios, llamados santos» (1, 7), se dan, igual que en las de Roma, desacuerdos y choques entre diferentes modos de ver y culturas en muchos casos distantes unas de otras. A menudo se contraponen los tradicionalistas y los innovadores –usando un lenguaje quizá un poco simplista pero fácilmente comprensible–, personas más abiertas y otras más cerradas, interesadas en un cristianismo más social o más espiritual; diversidades que son alimentadas por convicciones políticas y extracciones sociales diferentes. El fenómeno migratorio actual añade a nuestras asambleas litúrgicas y a los distintos grupos eclesiales más elementos de diversificación cultural y de procedencia geográfica.

La misma dinámica puede surgir en las relaciones entre cristianos de Iglesias distintas, pero también en la familia, en el ámbito laboral o en el político.

Entonces se insinúa la tentación de juzgar a quien no piensa como nosotros, o de considerarnos superiores, en una estéril confrontación y exclusión recíproca.

El modelo que Pablo propone no es la uniformidad que despersonaliza, sino la comunión entre diversos que enriquece. No es casual que dos capítulos antes, en la misma carta, hable de la unidad del cuerpo y de la diversidad de sus miembros, así como de la variedad de carismas que enriquecen y animan la comunidad (cf. 12, 3-13). Usando una imagen del papa Francisco, «el modelo no es la esfera…, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro», que tiene superficies distintas entre sí y una composición asimétrica donde «todas las parcialidades conservan su originalidad». «Incluso las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos»[1].

«Por eso, acójanse mutuamente, como Cristo los acogió para gloria de Dios».

La palabra de vida es una invitación apremiante a reconocer lo positivo del otro, al menos porque Cristo dio la vida también por esa persona a la que me darían ganas de juzgar. Es una invitación a escuchar desactivando los mecanismos defensivos, a permanecer abiertos al cambio, a acoger la diversidad con respeto y amor, para llegar a formar una comunidad plural y al mismo tiempo unida.

Esta palabra ha sido elegida por la Iglesia Evangélica en Alemania para que sus miembros la vivan y los ilumine durante todo 2015. El compartirla miembros de diferentes Iglesias, al menos este mes, muestra ya un signo de acogida recíproca.

Así podríamos dar gloria a Dios «unánimes, a una voz» (15, 6), porque, como dijo Chiara Lubich en la catedral de la Iglesia Reformada de St. Pierre, en Ginebra, «el tiempo presente […] requiere de cada uno de nosotros amor, requiere unidad, comunión, solidaridad. Y llama también a las Iglesias a recomponer la unidad rota desde hace siglos. Esta es la reforma de las reformas que el Cielo nos pide. Es el primer paso, y necesario, hacia la fraternidad universal con todos los hombres y las mujeres del mundo. Pues el mundo creerá si estamos unidos»[2].

Fabio Ciardi

 

[1] Francisco, exhortación pastoral Evangelii gaudium, 236.

[2] C. Lubich, Il dialogo è vita, Roma 2007, pp. 43-44.

Un monje budista que anuncia la fraternidad universal

Un monje budista que anuncia la fraternidad universal

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Desde la izquierda: Natalia Dallapiccola, Peppuccio Zanghì, Luce Ardente

«Cuando Luz Ardiente empezó a dar testimonio del Ideal de la unidad entre los monjes budistas, Giuseppe Maria Zanghì, Peppuccio para muchos, quien falleció en estos días, lo definió “Un nuevo san Pablo para el budismo”.

Escribe Luigi: sabiendo cuanto era difícil, para un monje, hacer parte de un movimiento cristiano y extranjero, tenía mis dudas con respecto a la posibilidad de que se concretara su afirmación. Exactamente 20 años después, puedo decir que esas palabras se están realizando.

Todo empezó en 1995, cuando un monje budista apareció por primera vez en el centro del Movimiento de los Focolares. En ese entonces se llamaba Phramaha Thongrattana Thavorn. Había llegado a Roma para acompañar a uno de sus discípulos, Somjit, quien estaba haciendo la experiencia como monje por un breve periodo antes de casarse, siguiendo así la tradición de todos los jóvenes budistas. En esa ocasión, Phra Mahathongrat, que significa ‘oro fino’, conoció a Chiara Lubich quien lo impresionó profundamente. Ella también quedó impactada por esta persona y, bajo su pedido, le dio un nombre nuevo: Luz Ardiente.

En todos estos años, desde que lo conozco, -continua Luigi- nunca había notado en él una fuerza y entusiasmo tan fuertes como en estos días, al anunciar la fraternidad universal, el ideal de ‘mamá Chiara’ (como la sigue llamando). Hoy, en una ceremonia importante, a la que Luz Ardiente me invitó, ante más de 120 monjes, entre los cuales estaban las más altas autoridades budistas de la región, Luz Ardiente pidió la palabra, dando espontáneamente, pero con mucha claridad, el testimonio de su experiencia con Chiara Lubich y con el Focolar, diciendo abiertamente que él es un miembro de la gran familia de Chiara esparcida en más de 120 naciones con millones de miembros.

20150130LuceArdenteLButoriLos monjes escucharon, para nada molestos: a algunos les pareció divertido, a otros les llamó la atención, algunos quedaron perplejos, como es normal en cualquier ‘comunidad religiosa’. Antes, durante y después de la ceremonia, Luz Ardiente quiso saludar a cada uno, dejando a un lado, a menudo, las reglas, y manifestó el máximo respeto y cariño hacia los monjes más ancianos.

En estos días, Luz Ardiente ama repetir: «Para mí ha llegado el momento de decir a todos los budistas cuánto bien mamá Chiara hizo a mi vida como monje. Yo siento que ella sigue dándome un impulso interior y una fuerza para llevar a todos el ideal de la fraternidad entre las personas».

La muerte de Peppuccio – quien trabajó mucho para el diálogo interreligioso – , el inicio del proceso de beatificación de Chiara, son momentos fuertes e importantes, no sólo para nosotros cristianos, sino para todos los miembros del Movimiento.

Después del 14 de marzo de 2008, día en el que Chiara dejó esta tierra, Luz Ardiente dijo: «Chiara ya no pertenece sólo a ustedes cristianos. Ahora ella y su ideal son un legado para la humanidad entera». En estos días, que definiría especiales, hechos como éstos atestiguan que aquellas palabras de Peppuccio se están realizando ante nuestros ojos.

Siguiendo por internet la ceremonia de apertura de la causa de beatificación de Chiara Lubich, Luz Ardiente comentó: «Ahora tenemos que testimoniar, aún más, juntos, la santidad de Chiara».