Abr 29, 2015 | Senza categoria
«Se habla mucho de la construcción de una casa común europea, pero estamos convencidos de que esta obra tan necesaria no será completa si no se piensa en ella como en un particular de esa “aldea global” que es la Tierra que habitamos. Este pensamiento me lo sugiere también la preocupación expresada en su carta por las condiciones precarias de nuestro ambiente natural. (…) De hecho, se están multiplicando los análisis alarmados de científicos, políticos, entes internacionales sobre nuestro ecosistema. De varios lugares se lanzan propuestas para sanar a nuestro mundo enfermo. (…) La Ecología, en el fondo, representa un desafío que se puede vencer solamente cambiando de mentalidad y formando las conciencias. Se ha demostrado efectivamente con muchos estudios científicos serios que no faltarían los recursos técnicos ni los económicos para mejorar el ambiente. En cambio, lo que falta es ese suplemento de alma, ese amor nuevo por el hombre, que hace que todos nos sintamos responsables de todos, en el esfuerzo común de administrar los recursos de la tierra de un modo inteligente, justo, medido (…). La distribución de los bienes en el mundo, la ayuda a las poblaciones más pobres, la solidaridad del Norte con el Sur y de los ricos con los pobres son la otra cara del problema ecológico. Si los inmensos recursos económicos destinados a las industrias bélicas y a una súper producción que requiere cada vez más súper-consumadores, sin hablar del derroche de los bienes en los Países ricos, si estos enormes recursos sirvieran al menos en parte para ayudar a que los Países más pobres encuentren una propia y digna vía de desarrollo, ¡cómo sería más respirable el clima, cuántos bosques se podrían salvaguardar, cuántas zonas evitarían la desertificación y cuántas vidas humanas se salvarían! (…) Sin embargo, sin una nueva conciencia de solidaridad universal nunca daremos un paso adelante. (…) Si el hombre no está en paz con Dios, la tierra misma no estará en paz. Las personas religiosas advierten el “sufrimiento” de la tierra cuando el hombre no la ha usado según el plan de Dios, sino sólo por egoísmo, por un deseo insaciable de poseer. Este egoísmo y este deseo contaminan el ambiente aún más y antes que cualquier otra contaminación, que es sólo consecuencia de ellos. (…) Ahora tales consecuencias desastrosas constriñen a ver la realidad todos juntos en la prospectiva de un mundo unido: si no afrontamos todos juntos este problema, no se resolverá. (…) Si se descubre que todo lo creado es don de un Padre que nos ama, será mucho más fácil encontrar una relación armoniosa con la naturaleza. Y si se descubre además que este don es para todos los miembros de la familia humana, y no sólo para algunos, se pondrá más atención y respeto por algo que pertenece a la humanidad entera presente y futura».
Abr 29, 2015 | Sin categorizar
No hubo ningún anticipo sobre la encíclica del papa Francisco sobre la Creación, pero sí una gran expectativa por el documento que será presentado al inicio de junio. “El mundo espera escuchar su enseñanza y lo que dirá en la encíclica y en su discurso a la Asamblea de las Naciones Unidas el próximo 25 de septiembre”, declara Jeffrey Sachs, director de la agencia de la ONU para el desarrollo sostenible (UN sustainable Development Solutions Networks), entre los promotores de la cumbre, junto a la Academia Pontificia de las Ciencias participa ‘Religiones por la Paz’, de las cuales María Voce es una de las co-presidentes. Está presente el secretario general de las Naciones Unidas Ban Ki-Moon, el presidente de la República italiana Sergio Mattarella y de la República de Ecuador, Rafael Vicente Correa.
Es un congreso que ha reunido a científicos, ecologistas, premios Nobel, líderes políticos y religiosos, para profundizar en el debate sobre los cambios climáticos y el desarrollo sostenible, precisamente en preparación a la presentación de la encíclica. El eje temático de la jornada es la dimensión moral del compromiso a favor del desarrollo sostenible. Es por eso que el hecho de haber involucrado a las comunidades religiosas, muy distintas entre ellas; es una novedad recibida como un buen auspicio. Para María Voce, de esta cumbre emerge una “nueva conciencia de que para obtener algo positivo es necesario trabajar juntos, porque nadie, por sí solo, tiene la receta para salir de las más dramáticas situaciones. Señala que la humanidad tiene en sí misma la capacidad de salir de las crisis, pero lo puede hacer sólo en sinergia con todos los componentes. Está surgiendo la necesidad recíproca de escucharse y hacer las cosas juntos”.
Y las respuestas que se encuentran no pueden ser sólo técnicas, sino que deben estar basadas en la dimensión moral, y orientadas al bienestar de la humanidad, como dijo el Card. Turkson, presidente del dicasterio Justicia y Paz. El progreso económico, científico, tecnológico ha introducido estilos de vida inimaginables por nuestros predecesores, pero también tiene “lados oscuros y costes inaceptables”. “Mientras la sociedad global se define sobre valores como el consumo y sobre indicadores económicos, el privilegiado de turno es torpe ante el grito de los pobres”. “Sobre 7 mil millones de personas, 3 viven en condiciones de pobreza, mientras que una élite consume una buena parte de los recursos”. Y se termina inevitablemente con el tema de la comida, que será el centro de la Expo mundial del 2015, y que ya está a las puertas. Tukson denuncia con fuerza la explotación laboral, el tráfico humano y las modernas formas de esclavitud. El papa Francisco deplora esta “cultura del descarte” y la “globalización de la indiferencia”, recordó el cardenal. “La Iglesia no es experta en ciencia, ni en tecnología, ni en economía”. –declara- “pero es experta en humanidad”. Para vencer el desafío del desarrollo sostenible “es necesaria la misma conversión, la transformación personal y la renovación que invocó hace 50 años Pablo VI y que hoy promueve el papa Francisco”. “Una posibilidad para actuar concretamente se nos ofrece a través de una iniciativa inspirada en el proyecto de Eco One”, explica María Voce en una entrevista. “Se trata del ‘Dado de la Tierra’. En las seis caras incluyen frases que ayudan a vivir la tutela del ambiente: ¡sonríe al mundo!, ¡descubre la belleza! También enseña a vivir la sobriedad, a tomar sólo lo necesario, como hacen los árboles. Se trata de gestos cotidianos, de actos concretos: no desperdiciar el agua, reciclar los desechos, reutilizar las cosas. La última cara dice: ahora es el momento, no esperes a mañana. Estas sencillas iniciativas pueden sostener a quienes quieren poner en práctica lo que dice el Papa, pero no saben cómo hacer”.
Abr 29, 2015 | Palabra de vida, Sin categorizar
Cuando el Señor se apareció a Moisés en el Monte Sinaí, proclamó su propia identidad llamándose «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34, 6). Para indicar la naturaleza de este amor de misericordia, la Biblia hebrea utiliza una palabra, raḥămîm, que se refiere al vientre materno, el lugar de donde proviene la vida. Al darse a conocer como «misericordioso», Dios muestra la premura que siente por toda criatura suya, semejante a la de una madre por su niño: lo quiere, está cerca de él, lo protege y se preocupa por él. La Biblia usa también otro término, ḥesed, para expresar otros aspectos del amor-misericordia: fidelidad, benevolencia, bondad y solidaridad.
También María canta en su Magnificat a la misericordia del Omnipotente, que se extiende de generación en generación (cf. Lc 1, 50).
El propio Jesús nos habló del amor de Dios, a quien reveló como un «Padre» cercano y atento a cualquier necesidad nuestra, dispuesto a perdonar, a dar todo aquello que necesitemos, que «hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos» (Mt 5, 45). Su amor es en verdad «rico» y «grande», tal como lo describe la carta a los Efesios, de la que está tomada la palabra de vida:
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo».
Pablo casi grita de alegría al contemplar la acción extraordinaria que Dios ha realizado con nosotros: estábamos muertos y nos ha hecho revivir, y así nos dio una nueva vida.
La frase comienza con un «pero» para indicar el contraste con lo que Pablo había observado anteriormente: la condición trágica de la humanidad, abrumada por culpas y pecados, prisionera de deseos egoístas y malvados, bajo el influjo de las fuerzas del mal y en abierta rebelión contra Dios. En esta situación merecería que se desencadenase su ira (cf. Ef 2, 1-3). Sin embargo, Dios, en lugar de castigar –y de ahí el gran estupor de Pablo– le da vida, no se deja guiar por la ira, sino por la misericordia y el amor.
Jesús ya había revelado este actuar de Dios al relatar la parábola del padre de los dos hijos que recibe con los brazos abiertos al más joven, sumido en una vida inhumana. Y lo mismo con la parábola del pastor bueno que va a buscar a la oveja perdida y se la carga sobre los hombros para llevarla de nuevo a casa; o la del buen samaritano, que le cura las heridas al hombre que había caído en manos de unos bandidos (cf. Lc 15, 11-32; 3-7; 10, 30-37).
Dios, Padre misericordioso, simbolizado en las parábolas, no solo nos ha perdonado, sino que nos ha dado la misma vida de su hijo Jesús y nos ha dado la plenitud de la vida divina.
De ahí el himno de gratitud:
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo».
Esta palabra de vida debería suscitar en nosotros la misma alegría y gratitud que en Pablo y en la primera comunidad cristiana. Dios también se muestra «rico en misericordia» y «grande en el amor» por cada uno de nosotros, dispuesto a perdonar y a devolvernos la confianza. No hay situación de pecado, de dolor o de soledad en la que Él no se haga presente, no se ponga a nuestro lado para acompañarnos en nuestro camino, no nos dé confianza, la posibilidad de rehacernos y la fuerza para volver a empezar siempre.
El 17 de marzo de hace dos años, en su primer Ángelus, el papa Francisco comenzó a hablar de la misericordia de Dios, un tema que luego se ha hecho habitual en él. En aquella ocasión dijo: «El rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia… nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos…». Y concluyó aquel breve saludo recordando que «Él es el Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos».
Esta última indicación nos sugiere un modo concreto de vivir la Palabra de vida. Si Dios es con nosotros rico en misericordia y grande en el amor, también nosotros estamos llamados a ser misericordiosos con los demás. Si Él ama a personas malas, que son sus enemigas, también nosotros tendremos que aprender a amar a quienes no son «amables», incluidos los enemigos. ¿No nos dijo Jesús: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7)? ¿No nos pidió que fuésemos «misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36)? También Pablo invitaba a sus comunidades, elegidas y amadas por Dios, a revestirse «de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia» (Col 3, 12).
Si hemos creído en el amor de Dios, también nosotros podremos amar a nuestra vez con ese amor que hace suya cualquier situación de dolor y de necesidad, que todo lo excusa, que protege y que sabe ocuparse.
Viviendo así podremos ser testigos del amor de Dios y ayudar a todos aquellos con quienes nos encontremos a descubrir que, también con ellos, Dios es rico en misericordia y grande en el amor.
FABIO CIARDI