Jul 28, 2016 | Focolare Worldwide
De la diócesis de Verona (Italia), son 5 los autobuses de chicos – todos ellos de 17 años –, acompañados por sacerdotes, monitores y familias, que están saliendo hacia Polonia. El campo escuela, organizado para ellos en Cracovia en el marco de la JMJ, está dirigido exclusivamente a ellos, entre los cuales hay también Gen 3, entusiasmados por hacer una experiencia semejante. «Una etapa del viaje se previó para el 22 de julio en Múnich –cuenta Padre Stefano Marcolini de los Focolares, uno de los sacerdotes que acompaña al grupo–, desde donde se irá al ex campo de concentración nazi de Dachau. Por la noche, de regreso a Múnich, decidimos hacer un paseo turístico por la ciudad, ignorando que iba a ser el escenario de un atentado terrorista. No estamos en los aledaños del centro comercial donde sucede el tiroteo, pero la confusión es tal que toda la ciudad (metro, bar y lugares públicos), es tomada por el pánico. El miedo es muchísimo, como también es muy difícil reencontrarse. Menos mal que funcionan los móviles y Google maps. Finalmente, a las 3 de la mañana, nos volvemos a encontrar todos, generosamente acogidos por la iglesia local que nos hospeda y nos ofrece un abundante desayuno. Pero cuando nos ponemos en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores italiano, nos ordenan que regresemos a Italia, dado que el grupo está compuesto por menores».
Pero los chicos no se dan por vencidos. Alentados por las palabras con las que el papa Francisco los había invitado a la JMJ: “No se dejen robar la esperanza”, una vez de regreso a Italia han querido participar igualmente en un campo escuela – el que hubieran tenido que hacer en Cracovia – y que el Obispo hace montar a toda prisa en Campofontana (Verona).
«El papa, quien fue informado sobre esta aventura, alentó a los chicos a no rendirse, diciéndoles que los esperaba a todos en Cracovia. Mientras tanto, tres de estos muchachos y un sacerdote, son invitados a Cracovia para participar al Festival de los jóvenes de Italia. Y ellos han sido elegidos, junto a otros jóvenes, para hacer, en la conexión con el papa Francisco, una pregunta justamente sobre lo sucedido en Múnich». «Respondiendo a la invitación personal del Papa –continúa Padre Stefano–, al final del campo escuela, los autobuses vuelven a partir hacia Polonia, para llegar a tiempo para participar, el sábado 30, a una audiencia privada con el papa Francisco que ha cambiado su programa para recibirlos. Pero hay más: para el gran encuentro del sábado a la noche, al cual asistirán 2 millones de jóvenes, los chicos de Verona estarán en la primera fila! Y todo esto porque, como dice Ricardo, uno de los Gen 3, “¡no nos hemos dejado robar la esperanza!”».
Jul 28, 2016 | Palabra de vida, Sin categorizar
Hace ya más de 70 años que se vive la Palabra de vida. Llega esta hojita a nuestras manos y leemos su comentario, pero lo que quisiéramos que permaneciese es la frase que se propone, una palabra de la Escritura, en muchos casos de Jesús. La «Palabra de vida» no es una simple meditación, sino que en ella es Jesús quien nos habla, nos invita a vivir, llevándonos siempre a amar, a hacer de nuestra vida un don. Es una «invención» de Chiara Lubich, que contó así su origen: «Tenía hambre de la verdad, y de ahí que estudiase filosofía. Es más, como muchos otros jóvenes, buscaba la verdad y creía que la encontraría estudiando. Pero he aquí una de las grandes ideas en los primeros días del Movimiento, y que comuniqué enseguida a mis compañeras: “¿Para qué buscar la verdad, cuando esta vive encarnada en Jesús, el hombre-Dios? Si la verdad nos atrae, dejémoslo todo, busquémoslo a Él y sigámoslo”. Y así lo hicimos». Tomaron el Evangelio y comenzaron a leerlo palabra por palabra. Les pareció completamente nuevo. «Cada palabra de Jesús era un haz de luz incandescente: ¡puramente divino! […] Sus palabras son únicas, eternas […], fascinantes, escritas con divino esplendor, […] eran palabras de vida, para traducir en vida, palabras universales en el espacio y en el tiempo». No les pareció que estuviesen estancadas en el pasado ni que fuesen un simple recuerdo, sino palabras que Él seguía dirigiéndonos a nosotros y a cualquier persona de todo tiempo y latitud»[1]. Pero ¿de verdad Jesús es nuestro Maestro? Estamos rodeados de muchas opciones de vida, de muchos maestros de pensamiento, algunos aberrantes, que inducen incluso a la violencia, y otros rectos e inspirados. Pero las palabras de Jesús poseen una profundidad y una capacidad envolvente que otras palabras –sean de filósofos, políticos o poetas– no tienen. Son «palabras de vida», se pueden vivir y dan la plenitud de la vida, comunican la vida misma de Dios. Cada mes destacamos una, y así, lentamente, el Evangelio penetra en nuestro ánimo, nos transforma, nos lleva a adquirir el pensamiento mismo de Jesús, lo que nos hace capaces de responder a las situaciones más variadas. Jesús se convierte en nuestro Maestro. A veces podemos leerla con otros. Quisiéramos que el propio Jesús, el Resucitado, vivo en medio de quienes estamos reunidos en su nombre, nos la explicase, nos la actualizase, nos sugiriese cómo ponerla en práctica. Pero la gran novedad de la «Palabra de vida» consiste en que podemos compartir la experiencia y la gracia que nacen de vivirla, tal como Chiara explica refiriéndose a lo que sucedía al inicio y sigue vigente hoy: «Sentíamos el deber de comunicar a los demás lo que experimentábamos, pues éramos conscientes de que, al comunicarla, la experiencia permanecía para edificación de nuestra vida interior; mientras que, si no la comunicábamos, el alma se empobrecía lentamente. Así pues, vivíamos con intensidad la palabra durante todo el día y nos comunicábamos los resultados no solo entre nosotros, sino también a las personas que iban añadiéndose al primer grupo. […] Cuando la vivíamos, ya no era yo o nosotros los que vivíamos, sino la palabra en mí, la palabra en el grupo. Y esto era una revolución cristiana con todas sus consecuencias»[2]. Lo mismo puede sucedernos a nosotros hoy. FABIO CIARDI [1] Cf. C. Lubich, La palabra de vida (1975): Escritos espirituales/3. Todos uno, Ciudad Nueva, Madrid 1998, p. 124. [2] Ibid., pp. 129-130.