Movimiento de los Focolares
Los Focolares agradecen

Los Focolares agradecen

2016-09-25-PHOTO-00000038Ayer, 28 de septiembre, Maria Voce, presidente del Movimiento de los Focolares, ha sido operada en Milán (Italia). Se ha tratado de una intervención cardioquirúrgica, programada ya dede hace un tiempo y que se ha concluído exitosamente. La fase post-operatoria, en estas primeras horas, resulta positiva y se desarrolla normalmente. Il Movimiento de los Focolares agradece a cuantos han rezado y se han interesado por su salud, mientras sigue acompañando con la oración el curso de la convalecencia, pidiendo la pronta y completa recuperación de Maria Voce.                                          Maria Voce recibida en Milán por miembros de los Focolares

Juan Pablo I, el “Papa de la sonrisa”

Juan Pablo I, el “Papa de la sonrisa”

GiovanniPaoloIDespués de la muerte de Pablo VI, «20 días más tarde, el 26 de agosto, sube a la Cátedra de Pedro el “Papa de la sonrisa”, Juan Pablo I. Pero, a pesar de que su breve pontificado duró tan solo un mes, él tuvo tiempo para dirigirnos también a nosotros una sonrisa con palabras de bendición». Así escribió Chiara Lubich en el libro “El grito” (1), en el cual pone en evidencia la ininterrumpida relación que tuvo con los sucesores de Pedro. También con Albino Luciani, si bien fue muy breve su pontificado. «El nuevo Papa tuvo el don de hacerse entender inmediatamente por todos – escribía Guglielmo Boselli (2), en aquel entonces director de Città Nuova –, incluso por los niños. Usa un lenguaje  normal, inmediato como el que usaba Jesús, con esa sabiduría del corazón que hace capaces de comunicar en seguida en una relación espontánea: es el don maravilloso que posee quien ha hecho una larga experiencia pastoral, siempre en contacto con la gente, y no necesita hacer discursos difíciles para expertos en la materia. Era un hombre con una vasta cultura humanística y teológica, que había superado la fase en que se encuentran aquellos que todavía están estudiando el cristianismo en el laboratorio. Sus palabras son inmediatamente como deben ser. Basta que abra la boca ya hay un entendimiento mutuo, una capacidad comunicativa verdadera». Su elección se dio después de un breve conclave, que duró sólo veintiséis horas. Habían elegido a un “un apóstol del Concilio”, como se dijo. En la audiencia con los cardenales, el 30 de agosto, de hecho, refiriéndose a la Lumen gentium 22 tocaba uno de los puntos clave de la eclesiología del Vaticano II. «Los obispos – dijo sin mirar el discurso – deben pensar también en la Iglesia universal… detrás de ustedes veo a sus obispos, a las Conferencias Episcopales, que en el clima instaurado por el Concilio, tienen que ofrecer un fuerte apoyo al Papa…Sí, esto es verdad, pero hoy hay una gran necesidad de que el mundo nos vea unidos…Tened piedad del pobre Papa nuevo, que verdaderamente no esperaba ascender a este lugar. Tratad de ayudarlo y busquemos juntos la manera de ofrecer al mundo un espectáculo de unidad, incluso sacrificando a veces algunas cosas; nosotros tendremos las de perder si el mundo no nos ve fuertemente unidos Después de sólo 33 días, el 28 de septiembre, la noticia desconcertante de su muerte. «Juan Pablo I –sigue escribiendo Guglielmo Boselli (3) – tuvo la tarea, quizás, de derribar las últimas apariencias externas de cada “distancia” que todavía persistía entre el Papa, el obispo de Roma “presidente de la caridad” y el pueblo: para hacer un diálogo en cuanto hombre entre los hombres en una iglesia en la que todo sea creíble, auténtico. El Papa Luciani hizo su parte. Quizás no tenía y no podía hacer más». No es difícil reconocer una clara continuidad con Papa Francisco.   (1) Chiara Lubich, El grito, Ciudad Nueva ed., pág 107 (2) Città Nuova, 17/1978, pág. 8 (3) Ibidem 19/1978, pág. 9

Palabra de Vida – Octubre

En una sociedad violenta como aquella en que vivimos, el perdón es un tema difícil de afrontar. ¿Cómo se puede perdonar a quien ha destruido una familia, a quien ha cometido crímenes inenarrables o, más sencillamente, a quien nos ha herido en cuestiones personales, arruinando nuestra carrera o traicionando nuestra confianza? El primer impulso instintivo es la venganza, devolver mal por mal, desencadenando una espiral de odio y agresividad que embrutece a la sociedad. O interrumpir toda relación, guardar rencor y ojeriza, en una actitud que amarga la vida y envenena las relaciones. La Palabra de Dios irrumpe con fuerza en las más variadas situaciones de conflicto y propone sin medias tintas la solución más difícil y valiente: perdonar. Esta vez la invitación nos llega de un sabio del antiguo pueblo de Israel, Ben Sira, que muestra lo absurdo que es pedir perdón a Dios y no saber perdonar. «¿A quién perdona [Dios] los pecados? –leemos en un antiguo texto de la tradición hebraica–. A quien sabe perdonar a su vez»1. Es lo que nos enseñó el propio Jesús en la oración que dirigimos al Padre: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (cf. Mt 6, 12). También nosotros nos equivocamos, y cuando ocurre ¡nos gustaría que nos perdonasen! Suplicamos y esperamos que se nos dé de nuevo la posibilidad de volver a empezar, que vuelvan a confiar en nosotros. Si a nosotros nos ocurre eso, ¿no les ocurrirá lo mismo a los demás? ¿No debemos amar al prójimo como a nosotros mismos? Chiara Lubich, que sigue inspirando nuestra comprensión de la Palabra, comenta así la invitación a perdonar: «no es olvidar, que en muchos casos significa no querer mirar de frente la realidad; el perdón no es debilidad, es decir, no tener en cuenta un error por miedo a quien lo ha cometido, que es más fuerte. El perdón no consiste en afirmar que lo que es grave no tiene importancia, o que está bien lo que está mal. El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez –por tanto, de libertad– que consiste en acoger al hermano tal como es a pesar del mal que nos ha hecho, como Dios nos acoge siendo pecadores a pesar de nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 21). El perdón consiste en abrir a quien te hace daño la posibilidad de una nueva relación contigo, es decir, la posibilidad para él y para ti de volver a empezar la vida, de tener un futuro en que el mal no tenga la última palabra». La Palabra de vida nos ayudará a resistir a la tentación de responder igual, de devolver el mal inmediatamente. Nos ayudará a ver con ojos nuevos a quien es nuestro «enemigo», reconociendo en él a un hermano, aunque sea malo, que necesita alguien que lo ame y lo ayude a cambiar. Será nuestra «venganza de amor». «Dirás: “Pero es difícil” –prosigue Chiara en su comentario–. Está claro. Pero ahí está la belleza del cristianismo. No en vano sigues a un Dios que, al apagarse en la cruz, pidió perdón a su Padre por quienes le habían dado muerte. Ánimo. Comienza una vida así. Te aseguro una paz inusitada y una alegría desconocida»2.  

Fabio Ciardi

  1 Cf. Talmud de Babilonia, Megillah 28 2 Cf. C. LUBICH, Ciudad Nueva n. 160 (10/1981), 21.

Evangelio vivido: No estamos solos.

El maná desde el cielo «Soy iraquí y de profesión veterinario. En el dramático momento histórico que está viviendo nuestro país, también mi trabajo se vio perjudicado: ya me quedaban pocos clientes. Seguía buscando alguna solución para apañármela, cuando me prometieron un puesto con un buen sueldo, pero lejos de mi ciudad. Una solución favorable para mi familia, que sin embargo me alejaría de todos. Los familiares insistían para que aceptara esa propuesta que parecía un maná bajado del cielo. Hablé largo y tendido con mi esposa y finalmente decidimos que no era oportuno partir en ese momento, tanto por nuestro hijo como por algunas familias de amigos que necesitaban de nuestro apoyo, aunque fuera sólo moral. Así renunciamos a ese proyecto, confiando ciegamente en el amor de Dios. Increíblemente, ya desde el día siguiente a esta decisión tan sufrida, mi trabajo registró una mejoría. Ahora logro ganar cuatro veces más de lo que ganaba antes». (Y.K. Irak) Lo imprevisto «Llevábamos poco tiempo de casados, cuando, en vísperas de una mudanza, descubrimos que estábamos esperando a nuestro primer hijo. A esto se agregó algo absolutamente imprevisto: un pequeño nódulo en el seno. Los exámenes revelaron que se trataba de un tumor. Para mí y para mi esposo, que es médico, fue un duro golpe, el primero de esta envergadura desde el matrimonio. Apenas tres días después del coloquio con el especialista, éste me operó. Según él y sus colegas, tener al bebe constituía el factor agravante de la enfermedad. Me aconsejaban proceder en seguida a un aborto terapéutico para empezar la quimioterapia. Sin embargo nosotros no queríamos resignarnos a dar este paso. Confiando en Dios, consultamos a otros médicos, buscando soluciones alternativas. Finalmente decidimos optar por un parto con cesárea al séptimo mes de embarazo, cuando el niño sería perfectamente capaz de sobrevivir. Sólo después yo empezaría la quimioterapia y la radioterapia. Desde entonces han pasado ya 8 años. Ahora estamos en espera de nuestro tercer hijo».  (M.D. Francia) Más alegría en dar «Buscaba la felicidad de forma equivocada: pésimas amistades, discoteca, alcohol y cigarrillo. Mi novio consumía y traficaba drogas. Malhumorada y rebelde en la escuela como en casa, me vestía de manera extraña, siempre de negro y con ropa llena de broches. Era totalmente indiferente a lo que a Dios se refería. Cuando me di cuenta de que había tocado fondo, con la fuerza de la voluntad, dejé a ese chico y abandoné las viejas amistades. Pero ¿cómo resolver la tristeza y el sentido de vacío que experimentaba? Al recomenzar el año escolar, conocí al nuevo profesor de religión que me inspiró confianza. Gracias a los coloquios con él, recibí el don de la fe. El encuentro con Dios misericordia me ha cambiado totalmente, saciando mi necesidad de amor. Empecé a orar y a buscar al Señor, a dedicarme al voluntariado, experimentando que “hay más alegría en dar que en recibir”. Vivo una vida normal: estudio y hago todo lo que hace una chica de mi edad, con la diferencia que ahora tengo a Dios en el corazón».  (A.R. Italia)