
Diálogo: ¿Hay un sentido en el dolor?
Agnese Fermo, casada, dos hijos, docente de Matemáticas en Milán, miembro de la comisión internacional del Centro del diálogo entre personas de convicciones no religiosas del Movimiento de los Focolares. Le pedimos que nos cuente acerca de la experiencia que llevan adelante desde hace varios años a través de este diálogo a 360° grados y que nos presente, desde su punto de vista, el próximo congreso “¿Hay un sentido en el dolor?”. «En Castel Gandolfo, participé en los encuentros internacionales de este diálogo y también en los congresos en los que se reflexionaba acerca de la espiritualidad del Movimiento. Desde el inicio, percibíamos la importancia que tenían para cada uno de nosotros aquellas experiencias comunitarias que Chiara Lubich nos donaba. El “diálogo”, además de ser expresión del don de la diversidad, era un instrumento que enriquecía nuestras conciencias. Durante unos 15 años formé parte del “grupo del diálogo” en Milán. El deseo y la necesidad de diálogo de cada uno de nosotros, nos hacía sentir parte imprescindible de un fragmento de humanidad, y portadores de una parte de verdad en la relación que íbamos construyendo paulatinamente. Pero esta experiencia no se podía quedar “encerrada en grupo”: era el trazado de un camino para cada uno de nosotros, además que para el Movimiento mismo. Sentíamos la exigencia de “salir de los grupos estructurados”, especialmente después de que Chiara nos dejó. Hoy en Milán esta experiencia ha concluido, pero con las numerosas personas con las que la vivimos – miembros del Movimiento y no -, quedaron relaciones personales auténticas y profundas. Con respecto al próximo congreso “Hay un sentido en el dolor?”, creo que se puede decir que no nos fijamos un objetivo especial. Pienso que nace de la necesidad de abrir un espacio de diálogo, entendido no tanto como confrontación del pensamiento sobre el tema en sí mismo (¡tenemos tanta literatura en propósito! y es un tema al que se rehúye). Más bien tiene la intención de abrir un espacio capaz de acoger a personas con un sentido religioso y de vida distinto, capaz de dar un respiro amplio a esta humanidad tan diversa que representamos, nosotros que tenemos convicciones distintas. Pero nace también del deseo de ofrecer una experiencia comunitaria, aunque de sólo tres días, para vivir una dimensión de reciproca libertad, más allá de las pertenencias, en la que cada uno pueda donar su propia experiencia y su íntimo y más profundo sentir, sobre un tema tan delicado como el dolor. Personalmente no sabría decir cuál es el sentido del dolor. No supe encontrar una respuesta capaz de expresar el misterio que encierra esta pregunta. El hecho de cuestionarme, cuando voy a la cárcel femenina, me hizo descubrir el valor de mi presencia en ese lugar como momento de comunión, hecha sólo de instantes, de la soledad que marca el dolor de las mujeres que encuentro. De ellas recibo dones preciosos, y descubrí el valor del abrazo que esa comunión trae consigo; el valor de la relación que, aunque breve en el tiempo, hace que el hecho de estar la una por la otra, sea una realidad viva. Es saber “estar en la herida”, que para mí quiere decir estar llamada a aceptar lo que la vida en ese momento me ha reservado; es el rendirse ante lo que no se puede evitar, el dolor que todos estamos llamados a atravesar».