Movimiento de los Focolares
Danza la paz

Danza la paz

Antonella Lombardo

Una jornada importante para todos los apasionados. El 29 de abril la danza es la protagonista, con espectáculos, talleres, iniciativas de apoyo de las escuelas, pasantías, cursos de formación en todo el mundo. Contemporánea, clásica, deportiva, hip hop, breakdance, funky jazz… la danza es un lenguaje universal, un vehículo potentísimo de cohesión social, “esperanto” del cuerpo, presente en todas las culturas. Hablamos de esto con Antonella Lombardo. «Danza y música son un instrumento de diálogo que nace a partir del hacer, del estudio y del placer de compartir distintos lenguajes, transmitidos a través de culturas milenarias». Después de una formación como bailarina, en la escuela de grandes maestros, sobre todo en Italia y Francia, desde hace más de 30 años Antonella trabaja como bailarina y docente. «En un momento dado advertí la exigencia de llevar este arte a un nivel más espiritual. Buscaba la Belleza con la “B” mayúscula. Había abierto una escuela de danza, pero me parecía, que en un mundo tan atormentado y complejo, se trataba de cosas efímeras. En esos años tuvo lugar mi encuentro con el carisma de Chiara Lubich. Le escribí una carta, hablándole de esta situación que me atormentaba. Su respuesta fue límpida y decisiva: “Cualquier trabajo, si es hecho por amor, tiene un sentido profundo. Todo contribuye al Bien, a la Verdad, a la Belleza. La armonía es altísima unidad”. Entonces no entendí enseguida cómo poner en práctica este programa, pero después de un tiempo, me pidieron que realizara un espectáculo con ocasión de un encuentro de jóvenes a nivel nacional, me encontré con el asesor de la Región Toscana, Massimo Toschi, quien me preguntó si tenía algún sueño. Le contesté que era el de hacer danzar, en un único escenario, con bailarines de todas partes del mundo». Así nació la Asociación cultural Dancelab Armonía, para desarrollar la búsqueda de armonía y diálogo entre culturas diferentes, desde la perspectiva de la paz. La asociación promueve un Festival internacional, “Armonía entre los pueblos”, que ya llegó a su 13ª edición, y ha involucrado a toda la comunidad provincial, es un Campus de danza, destinado a bailarines provenientes de varias partes del mundo, también de zonas en conflicto como Israel y Palestina. A ellos especialmente está dirigida una actividad de formación profesional y humana, basada en la cultura de la paz. A lo largo de los años la Asociación ha realizado varios Campus en Italia, en Budapest y desde el 2014 en Medio Oriente, con la Fundación Juan Pablo II y en colaboración con la Asociación “Children Without Borders y el apoyo de la Custodia de Tierra Santa. Explica Lombardo: «La paz no es una meta, sino un proceso fatigoso, en lo cotidiano. Una apuesta educativa. Durante el Campus los jóvenes aprenden las técnicas de danza y experimentan la potencia del lenguaje superior del Arte. En la velada conclusiva, dan testimonio de sus experiencias positivas, basadas en el respeto recíproco, en relaciones de auténtica fraternidad, de conocimiento recíproco». También forma parte del proyecto una Marcha por la paz, intercultural e interreligiosa que tiene lugar todos los años el 4 de octubre, y en la que participan la Región Toscana, Entidades locales y las escuelas, pero también comunidades religiosas (católica, musulmana y judía) y las asociaciones de voluntariado. ¿Con cuántos jóvenes te has encontrado a lo largo de tu carrera? «Con miles. La danza es una disciplina severa y selectiva, pero los jóvenes se sienten atraídos. Un cierto impulso proviene de los concursos de talentos que promueve la televisión, pero esos dan una información distorsionada de la esencia del Arte. Es necesario responder con una dimensión experiencial para ser más incisivos como maestros. Hoy los jóvenes no acogen fácilmente las enseñanzas teóricas si no prueban personalmente su eficacia». ¿El arte puede tener un valor social? Antonella Lombardo está segura: «El arte es la profecía de un nuevo humanismo, uno de los caminos para alcanzar la armonía social. Porque es un reflejo de la Belleza que es Amor». Y concluye: «Tratando de vivir mi profesión en esta dimensión he visto cambiar mi vida. He encontrado un sentido a todo lo que antes no me parecía esencial. Y además trato de darles la posibilidad a muchos jóvenes de hacer lo mismo. Porque todos, como me enseñó Chiara Lubich, pueden hacer de su vida una obra de arte». Chiara Favotti Ver también: www.festivalarmonia.org, www.dancelab.it.

Palabra de vida – Mayo 2018

El apóstol Pablo escribe a los cristianos de la región de Galacia, que habían recibido de él el anuncio del Evangelio, pero ahora les recrimina que no han comprendido el sentido de la libertad cristiana. Para el pueblo de Israel, la libertad es un don de Dios: Él lo sacó de la esclavitud en Egipto, lo condujo hacia una nueva tierra y estipuló con él un pacto de fidelidad recíproca. Del mismo modo, Pablo afirma con fuerza que la libertad cristiana es un don de Jesús, pues Él nos da la posibilidad de convertirnos, en Él y como Él, en hijos de Dios, que es Amor. También nosotros, imitando al Padre como Jesús nos enseñó y mostró con su vida , podemos aprender la misma actitud de misericordia para con todos, poniéndonos al servicio de los demás. Para Pablo, este aparente sinsentido de la «libertad de servir» se resuelve por el don del Espíritu que Jesús hizo a la humanidad con su muerte en la cruz. En efecto, el Espíritu es el que nos da la fuerza de salir de la prisión de nuestro egoísmo –con su lastre de división, injusticia, traición y violencia– y nos guía hacia la verdadera libertad. «En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí». La libertad cristiana, además de ser un regalo, es también un compromiso. En primer lugar, el compromiso de acoger al Espíritu en nuestro corazón, haciéndole sitio y reconociendo su voz en nosotros. Escribía Chiara Lubich: «[…] Ante todo debemos ser cada vez más conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros; llevamos en lo más íntimo un tesoro inmenso, pero no nos damos cuenta de ello suficientemente. […] Además, a fin de poder oír y seguir su voz, hemos de decir no […] a las tentaciones, atajando de raíz sus insinuaciones; sí a las tareas que Dios nos ha encomendado; sí al amor a todos los prójimos; sí a las pruebas y a las dificultades que nos salen al paso… Si lo hacemos, el Espíritu Santo nos guiará y dará a nuestra vida cristiana ese sabor, ese vigor, esa garra, esa luminosidad que no puede tener si no es auténtica. De ese modo, también quienes están cerca se darán cuenta de que no solo somos hijos de nuestra familia humana, sino hijos de Dios» . Pues el Espíritu nos llama a apartar nuestro yo del centro de nuestras preocupaciones, para acoger, escuchar y compartir los bienes materiales y espirituales, perdonar o preocuparnos de de todo tipo de personas en las distintas situaciones que vivimos cada día. Y esta actitud nos permite experimentar el fruto característico del Espíritu: el progreso de nuestra humanidad hacia la verdadera libertad, pues pone de manifiesto y hace que florezcan en nosotros capacidades y recursos que quedarían para siempre sepultadas y desconocidas si vivimos replegados en nosotros mismos. Cada acción nuestra es, pues, una ocasión inexcusable para decir no a la esclavitud del egoísmo y sí a la libertad del amor. «En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí». Quien acoge de corazón la acción del Espíritu contribuye además a construir relaciones humanas positivas por medio de todas sus actividades cotidianas, tanto familiares como sociales. Carlo Colombino es empresario, marido y padre, y tiene una empresa en el norte de Italia . Una cuarta parte de sus sesenta empleados no son italianos, y algunos de ellos arrastran experiencias dramáticas. Al periodista que lo entrevista, le cuenta: «También el puesto de trabajo puede y debe favorecer la integración. Me dedico a actividades de extracción, de reciclado de material de construcción, y tengo responsabilidades con el entorno, con el territorio donde vivo. Hace unos años la crisis golpeó duramente: ¿salvamos la empresa, o a las personas? Trasladamos a varias personas, hablamos con ellas, buscamos la solución menos dolorosa, pero fue dramático, como para no dormir por las noches. Este trabajo podía hacerlo mejor o peor, y procuré hacerlo lo mejor posible. Aposté por el contagio positivo de ideas. Una empresa que solo piensa en la facturación, en los números, tiene un futuro de cortas miras: en el centro de toda actividad está el ser humano. Soy creyente y estoy convencido de que una síntesis entre empresa y solidaridad no es una utopía» . Activemos, pues, con valentía nuestra llamada personal a la libertad en el lugar donde vivimos y trabajamos. Así permitiremos que el Espíritu alcance y renueve también la vida de muchas otras personas a nuestro alrededor, impulsando la historia hacia horizontes de «alegría, paz, paciencia, afabilidad…». Letizia Magri