Movimiento de los Focolares

7 de diciembre de 1943, nacimiento de los Focolares

Dic 7, 2017

Extraído del volumen de Lucia Abignente: “Aquí está el dedo de Dios”, recientemente editado por Città Nuova. Algunos fragmentos del relato de la fundadora de los Focolares en el contexto histórico de la II Guerra Mundial. El comienzo no premeditado de una Obra que tiene como objetivo la fraternidad universal.

ChiaraLubich_primitempi“Yo creo que Dios puede y quiere que nazca el bien de cada cosa, también de la más malvada”. Así se expresaba Dietrich Bonhoeffer a fines de 1942, en plena guerra mundial. En el momento más cruel y terrible que la historia del Novecientos conoció, haciendo un balance del año 1943, este gran testimonio logra aún confiar más allá de toda esperanza, creer con firme fe y segura en la acción providencial de Dios en la historia. La lucha entre el bien y el mal, el pecado y la gracia a través de la historia. Era éste el contexto histórico que hacía de fondo al nacimiento del Movimiento de los Focolares. En su edificación se colocó la primera piedra en Trento, precisamente en 1943, el 7 de diciembre, con la donación que una joven de veintitrés años hizo a Dios de su propia vida: Silvia Lubich, que como terciaria franciscana había tomado el nombre de Chiara. Ese día hasta las condiciones meteorológicas parecía que iban en su contra, como surge del relato de Chiara, que cuenta su ida, al alba, de mañana, hacia el colegio de los Capuchinos, a la ceremonia privada durante la cual se consagraría a Dios para siempre: “Una gran tormenta, de modo que tenía que avanzar empujando el paraguas hacia adelante. También esto tenía un significado. Me parecía que expresaba que el acto que estaba realizando encontraría obstáculos. Esa furia de agua y de viento contrario me parecía un símbolo de algo adverso. Llegando al colegio se produjo un cambio de escena. Un enorme portón se abrió solo, de forma automática. Sentí alivio y acogida, casi los brazos abiertos de par en par de ese Dios que me esperaba”. Este “cambio de escena” se reflejó en su vida. La plenitud y sacralidad de ese acto que ocurrió en el secreto y en la pobreza (tres claveles rojos fueron el único signo externo de fiesta) en el alma de Chiara Lubich eran más sonoros que las atrocidades de la guerra que permanecía como trasfondo, casi “como el marco de un cuadro”. La realidad más verdadera para ella era lo que Dios, descubierto como Amor, iba edificando. “Existía un ideal, uno sólo, que nunca desaparecería, ni siquiera con nuestra muerte. Era Dios. Y a Dios nos apegamos con todas las fuerzas del alma. No adherimos a Él porque no había quedado nada, sino porque una Fuerza en nosotros nos hacía felices de haberlo encontrado en la vida como el único Todo, el único Eterno, el único digno de ser amado porque no pasa. El único pues, que saciaría las exigencias de nuestro corazón. Desde hacía ya varios años recibíamos la S. Comunión cotidianamente y creíamos que éramos buenas cristianas, porque pertenecíamos a varias asociaciones católicas. Sólo cuando Dios nos quitó todas las cosas para donarse a nosotros, Él sólo,  comprendimos por primera vez el primer Mandamiento de Dios: “Ámenme con todo el corazón, con toda la mente…” Lo comprendimos porque solo en ese momento sentíamos verdaderamente que teníamos que amar así, de forma total, con la mente, el corazón, las fuerzas, para no engañarnos”.   Lucia Abignente, “Qui c’è il dito di Dio”, Città Nuova, Roma, 2017, pp. 25-26.

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