Arresto domiciliario Los primeros días de diciembre de 2016 recibí una llamada telefónica de una madre desesperada que me pedía auxilio para uno de sus hijos. La justicia había concluído su causal y había sentenciado 11 meses de arresto domiciliario. Ella no podía recibirlo porque no tenía una casa y nadie lo quería recibir. Yo era la única esperanza para ella y no podía cerrar los ojos ante esta solicitud. ¿Qué hacer? Tres días después, mientras me preparaba para hacer alguna llamada telefónica para encontrar a alguien que pudiera ayudarme , alguien golpeó en mi puerta. Era una persona que a menudo viene a visitarme. Lo recibí, le preparé un cafe y comenzamos a conversar. En un determinado momento me preguntó: «¿qué estabas haciendo?». Una voz interior me impulsó a hablarle de lo que me estaba pasando. Y él dijo: «Pero ésto, ¿puedo hacerlo yo?». Le pregunté si había entendido bien de qué se trataba el asunto. Sí, comprendió bien y sabía qué hacer y cómo hacerlo. Tiene un pequeño apartamento, pero él se mudaría a dormir a la sala para dejarle su cama al muchacho. Al día siguiente se ocupó de concluir los trámites burocráticos. Los meses pasaron volando, todo salió muy bien, tanto que el joven tuvo un descuento de su prisión domiciliaria. Durante todo el período, fuimos dos veces por semana a llevarle lo que precisaba para comer, dado que este amigo un tenía una situación económica muy aliviada. Alcanzó con que yo diga mi „Sí” para permitirle a Dios que haga milagros. (N.C. – Italia) Podía mirarlo a los ojos Un día, mientras iba a la escuela, fui agredido por una banda de muchachos en un túnel. Me agarraron a patadas y a los piñazos y me tiraron al piso. Querían mi celular. Cuando finalmente se fueron, no lograba levantarme del dolor que sentía en el cuerpo y en el alma. Me preguntaba «¿por qué me pasó justo a mi?». Sentía mucho rencor. En la escuela conté a algunos compañeros el incidente que me había ocurrido, pero nadie comprendió mi dolor y ésto me hirió más aún. Durante algunas noches no podía dormir, lloraba de rabia, mientras que, como en una película volvía a ver la escena del túnel. Solamente después de un poco de tiempo logré hablar con algunos amigos, que como yo, viven el Evangelio. Confiarme a ellos me ayudó a hacer lo que antes consideraba imposible: perdonar a los agresores. Cuando fui al tribunal para reconocerlos y para el proceso, sentía en mi corazón que los había perdonado, y, sin didicultad, podía mirarlos derecho a los ojos. (Dal blog di T. Minuta) La apariencia engaña Tenía que ir al shopping que queda en el centro. No tenía mucho tiempo. Imprevistamente sentí que alguien me pedía una moneda. En general nunca doy plata, no es posible ayudar a todos, y además ¿si con esa plata compran droga?. Ese muchacho tenía la cabeza rapada y la mirada oscura. Tuve la impresión de que era parecido a uno de esos muchachos que años antes me habían agredido. Me apuré. Cuando estaba solo, me pregunté: “¿Cómo hago para cultivar mi unión con Dios, y descuidar a este joven que me pidió ayuda?”. Volví atrás a buscarlo. “¿qué precisás?. Sorprendido, me respondió que tenía sed. Lo invité a sentarse en un bar. El respondía a mis preguntas con un seco “sí” o “no”. Entonces empecé a contarle mis experiencias y el esfuerzo que estaba haciendo adaptándome en un país nuevo. Parecía que no estuviera interesado y estaba un poco desanimado. Cuando me levanté para concluir me dijo: “¿por qué no sigues?”, Nunca nadie me contó de su vida. Es una experiencia nueva para mi y tengo que acostumbrarme a eso. Cuéntame de tu país. ¿Por qué viniste aquí?”. Pedí otra Coca y nos quedamos juntos otras dos horas. Al final nos abrazamos. Volviendo a casa le confié a Jesús este muchacho, de quien ni siquiera sabía su nombre. (U.K. – Argentina)
Involúcrate para hacer la diferencia
Involúcrate para hacer la diferencia
0 comentarios